De acuerdo con la organización Reinserta, en México, más de 31 mil niños han sido reclutados por el crimen organizado. Todas estas infancias están expuestas a situaciones de violencia extrema cuyas imágenes circulan todos los días en medios de comunicación nacionales e internacionales. A pesar de ello, la normalización de la violencia en nuestro país ha escalado de tal forma que padres festejan a sus hijos con temáticas del “narco”, mientras circulan imágenes de niños cuya aspiración es convertirse en sicarios.
El pasado fin de semana, en redes sociales se viralizaron las imágenes de una fiesta organizada por Julio César Domínguez Juárez, jugador de futbol en México. Esta fiesta estuvo dedicada a su hijo, quien, junto con sus amigos, apareció en las fotografías vistiendo atuendos y armas de juguetes en alusión al crimen organizado
Días antes, a través de WhatsApp, estudiantes de la Escuela Nacional Preparatoria 1 de la UNAM difundieron la imagen de un animal muerto. Detrás de los restos colocaron un cartel similar al que usan los grupos delictivos para amenazar a otros bandos: “esta plaza le pertenece al señor Skuobi”, escribieron. Y, apenas la semana pasada, se dio a conocer un video en el que dos niños de no más de 10 años montaron un “retén” con armas de juguete en un camino rural en Sinaloa.
Estas expresiones forman parte de lo que especialistas han denominado “narcocultura”, y hablan de los niveles de normalización de la violencia que se están alcanzando en la sociedad mexicana.
El impacto del crimen organizado en las juventudes mexicanas
A grandes rasgos, la narcocultura conjunta diversos elementos como vestimentas ostentosas, uso de armas de alto calibre y de violencia excesiva, así como un lenguaje agresivo y machista y una vida con dinero y lujos, entre otras.
Tal como explica la profesora e investigadora de Ciencias Sociales Graciela Baca Zapata, los personajes caracterizados de esta forma suelen aparecer en narraciones donde se ensalza su ascenso al poder dentro de grupos delictivos. También hay discursos televisivos o mediáticos donde, por el contrario, se muestra su lado “más humano”. No obstante, esta otra vía sigue reforzando la idea de que son personas dignas de admiración y respeto.
Estas imágenes se reproducen una y otra vez en corridos, series televisivas y hasta en la llamada “narcoliteratura”. Como consecuencia de la difusión de este tipo de representaciones, cada vez son más los niños y jóvenes que aspiran a formar parte de grupos delictivos. De acuerdo con Graciela Baca, estas aspiraciones se relacionan con la idea de que el crimen organizado es un medio fácil para adquirir bienes materiales, pero también reconocimiento.
Aquí, la idea de reconocimiento va inevitablemente ligada con la violencia y la capacidad de ésta de mantener sometidos a grupos rivales, pero también a las autoridades y a la sociedad en general. Por otro lado, este poder también atraviesa los cuerpos femeninos.
Son muchas las narrativas en las que líderes delictivos aparecen rodeados de mujeres hipersexualizadas. También sobran las representaciones en las que estas mujeres ejercen roles de subordinación respecto a los varones e incluso son violentadas por ellos.
El rostro del crimen organizado más allá de la “narcocultura”
De acuerdo con datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, en 2006 (el año en el que el gobierno de Felipe Calderón Hinojosa declaró la guerra contra el narcotráfico), la cantidad de homicidios dolosos fue de 11 mil 806. Para 2022, la cifra registrada hasta el mes de noviembre fue de 24 mil 100 muertes violentas.
Este aumento en la violencia se ve reflejado también en gráficas del Inegi. Pero dicha violencia no se vive de la misma forma entre hombres y mujeres. Para las mujeres, la instalación de grupos delictivos en diferentes partes de la República lleva implícito el riesgo latente de ser víctimas de violencia sexual, así como de ser captada y utilizada en redes de trata y comercio sexual.
Por otra parte, cuando las mujeres se integran a estos grupos criminales, suelen desempeñar roles de transportadoras de mercancía. Esto aumenta las probabilidades de que sean detenidas y privadas de su libertad.
A estas violencias se agregan otras consecuencias como el desplazamiento forzado o la posibilidad de tener que asumir el rol de madres autónomas tras la desaparición o muerte de sus parejas hombres a manos del crimen organizado. En el territorio nacional hay grupos de mujeres buscadoras que intentan localizar a sus familiares precisamente por este tipo de actos.
Pese a ello, en México, la normalización de la violencia sigue ganando terreno. Esto no cederá a menos que las representaciones erradas del crimen organizado dejen de reproducirse. Pero, como muestran los ejemplos citados arriba, parece que esto aún está lejos de suceder.
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