Por José Guadalupe Martínez Valero
Cumpliendo con lo prometido en mi columna anterior y, como dije entonces, aprovechando el mal llamado mes del amor, traigo la siguiente entrega de las canciones de El Flaco de Ubeda, Sabina. Analizando algunas de ellas, veremos que nuestro autor favorito le canta al amor en todas sus etapas, desde el enamoramiento hasta el olvido de la persona amada. Y ahora toca turno a “Y sin embargo”.
Empecemos: ¿De qué trata “Y sin embargo”? La misma es una historia de amor y desamor, de alegría y dolor al mismo tiempo, de lealtades y deslealtades, de infidelidad pero al mismo tiempo de exclusividad en término de sentimiento, más no física; una canción contradictoria como el amor mismo, casi como diría Borges, el de aquella pareja a la que le debemos los mejores y peores momentos de nuestras vidas.
Desde que inicia la canción está presente ese amor dual, ese sentimiento mitad Jekyll y mitad Hyde, ese amor desamor, doliente y pleno, disfrutable y aborrecible, contradictorio. “De sobra sabes que eres la primera” implica que si hay primera también segunda, tercera y un sinfín de mujeres detrás de ella.
“Que no miento si juro que…” ¿Es necesario aclararle al ser amado que no mentimos y además, para reafirmar esa mentira escondida, con juramento de por medio?
Pero la afirmación disfrazada de mentira o duda concluye con un mensaje cierto y cargado de seguridad: “que daría por ti la vida entera”. ¿¡A quién de nosotros no nos encantaría que alguien, nuestro respectivo depositario del amor de pareja, nos dijera que entregaría la vida por nosotros!?
Y, de hecho, muchos terminan dándola en la vida real, no sólo con el día a día –dicho sea de paso, para mantener al amor perenne y convertirlo en el famoso “para siempre” hay que conquistarlo cada día, desde el amanecer hasta el caer la noche–, sino algunos literalmente terminan, si no muriendo de amor, matándose o intentando hacerlo por causa del desamor.
Pero seguida de esa oferta de “vida entera”, inmediatamente aparece la deslealtad, la traición amorosa que tanto duele: “Y sin embargo, un rato cada día te engañaría con cualquiera”; no con alguien especial, sino con “cualquiera”, es decir con la primera que se presente, con la de la oportunidad a la mano. ¿¡Pues no que darías por ella la vida entera!? Y dar la vida entera implica también fidelidad ab-so-lu-ta, con la cual evidentemente no cumple a cabalidad.
De sobra sabes que eres la primera,
que no miento si juro que daría
por ti la vida entera
por ti, la vida entera
Y sin embargo, un rato cada día
ya ves
te engañaría con cualquiera,
te cambiaría por cualquiera
La siguiente parte es preciosa en términos de lírica, “ni tan arrepentido, ni encantado”; nuevamente la dualidad, es un decir ojalá no nos hubiéramos conocido, pero algo bueno trajo el conocernos; un no es tan malo tu amor, pero tampoco es el amor al que anhelo, una especie de amor mediocre, y ya sabemos que la mediocridad hasta el propio Dios la vomita.
Pero dentro de ese amor “mediocre” el haber aprendido de ella a besar, y un velado reproche al decir “tú que tanto has besado”; es decir, un traer ya camino recorrido en términos de besos, que ya sabemos que no son sólo besos, pero al mismo tiempo de manera implícita los mejores besos recibidos y ahora no sólo aprendidos, sino aprehendidos, poseídos.
Y ese calar de besos hasta el tuétano es la descripción de un beso sublime, de esos que hacen temblar el cuerpo entero, para otra vez contradecirse señalando que los besos más dolorosos son los que no se dan, los que quedan en el tintero de los labios, un, citando al propio Sabina, “añorar lo que nunca fue”, y, cuando es, lo es con motivos de arrepentimiento, pecaminosos, no límpidos, faltos pues de esa pureza no en términos religiosos, sino emocionales, la cual duele aún más.
La frase de “los labios del pecado” lleva una carga de reproche, coraje, desazón, ansiedad, desamor, deseo, no exclusividad y ganas hasta de recibirlos y no por ser ¿compartidos?
Ni tan arrepentido, ni encantado
de haberme conocido, lo confieso.
Tú que tanto has besado,
tú que me has enseñado,
sabes mejor que yo
que hasta los huesos
sólo calan los besos que no has dado,
los labios del pecado.
Para seguir, luego del reproche con el dolor del amor ausente, del amor incompleto, la falta de ese amor pleno en todos los aspectos de la vida, al decir “una casa sin ti es una emboscada” es un verso con mucha potencia emocional y desafortunadamente negativa.
Digo, quién de nosotros no ha vivido lo que implica una casa donde moraste con el ser amado y luego ya no; los recuerdos surgen a la menor provocación. No hay peores fantasmas en casa, ni más terroríficos que los de la memoria, los recuerdos de cuerpos entrelazados, mismos que terminan por convertir un lugar de reposo íntimo –tu casa– en un sitio de emboscada; es decir el más inseguro de los sitios posibles; y, en efecto, todos los recuerdos que ahí convergen pareciera que están a tu acecho para lastimar hasta el alma misma.
A veces el propio Sabina cambia en ese verso “emboscada”, por “embajada”; lo cual le da un sentido totalmente distinto al texto, pero igual de pesado emocionalmente en lo negativo. Una embajada nunca será una casa, será siempre un lugar de paso, no permanente, un lugar incierto a partir de ser uno el embajador y un estar permanentemente dispuesto a salir para la próxima encomienda cancilleril, la siempre posibilidad de ausentarte ahora tú, ahora uno, un tener maletas listas en todo momento, una eterna posibilidad y presencia del adiós.
¿Qué es “el pasillo de un tren de madrugada”? También, un lugar ajeno, en el que de igual modo estamos de paso, pero además en movimiento y llevándonos lejos, a otros destinos; y bueno el “laberinto sin luz ni vino tinto” se explica por sí solo; hay que recordar que en España en lo particular y en Europa en general el vino tinto es la bebida “normal” de la hora de comida. ¿Se puede imaginar uno un laberinto en el que además corres el riesgo de morir de sed durante su recorrido?
Siendo la siguiente línea también de una preciosidad pulida: “el velo de alquitrán en la mirada” por su densidad y color ¿no nos permite ver del todo y difumina la imagen de lo amado? ¿Un te veo, pero no con claridad? Otra vez el amor presente pero inasible.
Al pasar a la segunda estrofa de las citadas descubrimos que es de una belleza sublime: “Y me envenenan los besos que voy dando” ¿Por qué envenenan? No lo especifica Joaquín ¿Los que da ella, los que da él, o ambos? ¿Besos que envenenan por no ser plenos en términos de exclusividad? Entre líneas se observa veladamente un tercero ¿o varios? y lo peor, de ambos lados.
Aclarando inmediatamente “cuando duermo sin ti, contigo sueño”, y lo que se dice es: “estás presente en mí, sin importar la ausencia o falta de ti, y bueno eso de dormir sin ti una bella metáfora a partir del sueño ¿de tenerla permanentemente? Aunque sabemos que no se trata de dormir solamente, sin importar que parezca una obviedad.
Siendo el siguiente verso creo el mejor de toda la canción: “Y con todas si duermes a mi lado”; lo cual es concentrar en una sola mujer, en esa mujer en particular todas las mujeres habidas y por haber, la única, la insuperable. Quienes hemos tenido distintas parejas a lo largo de nuestras vidas sabemos que hay siempre una persona que resulta la única con la que, en términos de intimidad, pase lo que pase será perenne, eterna compañía, siga o no a nuestro lado; cerrando en forma magnífica al asumir su calidad de “gato sin dueño”, callejero y, por ende, libérrimo.
Presentando además un estupendo oximorón doble: “pañuelo de amargura”; “empaña sin manchar la hermosura”. ¡Uuufff! ¿Para qué sirven los pañuelos?. Precisamente para limpiar lágrimas provocadas por razones amargas; dicho de otro modo: aquello que debería limpiar tu dolor es la causa de dicho dolor o lo acentúa. ¿Cómo algo que empaña puede a su vez no manchar la hermosura de cualquier cosa? Si la empaña el paño implica mancha, suciedad; diciendo en su genialidad el autor que por más sucia que pudiera estar su contraparte, la hermosura supera dicha suciedad y además tiende a resaltarla.
Porque una casa sin ti es una
emboscada,
el pasillo de un tren de madrugada,
un laberinto sin luz ni vino tinto,
un velo de alquitrán en la mirada.
Y me envenenan los besos que voy
dando.
Y sin embargo,
cuando duermo sin ti, contigo sueño,
y con todas si duermes a mi lado.
Y si te vas, me voy por los tejados
como un gato sin dueño,
perdido en el pañuelo de amargura
que empaña sin mancharla
tu hermosura
Siguiendo con una confesión impropia que recalca ahora la infidelidad o la falta de exclusividad como amantes con una fuerte carga de ¿cinismo? y donde aparece otra vez el champán.
De entrada, ¿es esta canción una especie de segunda parte de “Peor para el sol”; a ratos lo parece. ¿El champán es efectivamente champán o es la dama en turno para acompañarlo?, lo cual se recalca también de manera obvia pero transitable en términos de historia ¿romántica? por la “cena con velitas para dos”, eso lo hacemos sólo en ocasiones especiales; y sí, es parte del preludio hacia el amor carnal, pero que no deja de ser amor.
No debería contarlo y, sin embargo,
cuando pido la llave de un hotel
y a medianoche encargo
un buen champán francés,
y cena con velitas para dos,
siempre es con otra, amor,
nunca contigo,
bien sabes lo que digo
Y otra vez el reproche a la ausencia, el eterno pleito con la falta del ser amado, ese comparar la casa con la oficina duele y duele mal. En la casa somos nosotros en nuestra intimidad, en la oficina por supuesto que no; esa doble vida a la que estaremos como humanos siempre destinados.
El “teléfono ardiendo en la cabina” tiene una inevitable carga de erotismo, una hotline, pero con alguien que sabes que a pesar de estar del otro lado de la línea lo que dice es sincero, una “línea caliente” con la depositaria no sólo del deseo, sino sobre todo, del amor.
¿Qué utilidad tiene una palmera en el museo de cera, independientemente de si la palmera es de cera o real? ¡Ninguna! ¡Tu ausencia es del todo inútil en mi vida! Un bodrio, un “adorno” que no adorna, sin fin útil alguno; y bueno, la parte del texto con la que continúa es pooor supuesto una cita de otro gran poeta del siglo de oro español, Gustavo Adolfo Bequer, con el cual señala que la alegría que traes a mi/su vida se marcha en pos de mejores climas, pero también es un nubarrón por la sombra que dan las golondrinas al marcharse, un no pasar la luz del sol, una oscuridad total a la par de la falta de alegría que brindan dichas aves cuando anidan en casa.
Porque una casa sin ti es una oficina,
un teléfono ardiendo en la cabina,
una palmera en el museo de cera
un éxodo de oscuras golondrinas
Rematando con un párrafo simplemente bello: ¿Cómo se hace una fiesta en la cocina? ¿Cuando semidesnudos preparan comida y terminan comiéndose entre sí?
El “baile sin orquesta” es un baile sin necesidad de nada más que la felicidad de ambos al ritmo de una música imaginaria. ¿O es nuevamente el acto carnal disfrazado de baile? La imaginación da para mucho.
Baile que no está exento del dolor que da inseguridad de la presencia del otro, una felicidad con tristeza nuevamente al hablar del “ramo de rosa con espinas”; la dualidad alegría/tristeza de la vida misma. Más cuando se acentúa al decir que “dos no es igual que uno más uno”.
¿Otra vez el tercero o los terceros en discordia?, lo cual se confirma con los últimos cuatro versos con el “y el lunes al café del desayuno”, es decir, el regreso al aburrido y cotidiano mundo de uno, de los dos o de ambos a la vida de apariencias de la parejita linda pero rutinaria respectiva; no ellos como pareja, más cuando se habla de “Guerra Fría”, ese estado tenso de la vida en común en el que sabes que bajo cualquier pretexto –pásame la mantequilla, el desayuno fue malo, ¿qué tienes? ¡nada!– habrá indudablemente discusión, convirtiendo después el cielo de los amantes, es decir, el estado perfecto de armonía, la eternidad sublime en términos de felicidad, en lugar donde se purgan las penas, donde recibes un baño de fuego para purificar el alma; el amor sujeto a la cotidianeidad del sexo obligatorio con la pareja que se vive, pero a la que no se ama, o al menos no se desea como al ausente al convertir el dormitorio en “pan de cada día”.
Otra canción sumamente bella de Sabina, pero en una etapa más avanzada a la presentada en el número anterior ¿¡Quién no ha vivido un amor así, que por dual, por contradictorio te termina enganchando más aún y lo hace sublimemente doloroso!?. El que esté libre de un amor así que lance el primer suspiro…
Y cuando vuelves, hay fiesta en la
cocina,
y baile sin orquesta y ramos de rosas con
espinas.
Pero dos no es igual que uno más uno.
Y el lunes, al café del desayuno,
vuelve la Guerra Fría
y al cielo de tu boca, el purgatorio,
y al dormitorio, el pan de cada día.
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