Por Gonzalo Villanueva Ibarra
Durante los debates celebrados hasta ahora por los candidatos políticos a la gubernatura de Coahuila los temas abordados han girado en torno a la economía, el institucionalismo, la seguridad ciudadana, las funciones de la sociedad civil, el desarrollo sustentable, la movilidad humana y la salud pública (esta última referida a los servicios generales de salud y las instituciones públicas que las brindan).
Posterior a los eventos, las notas de redes sociales han señalado aspectos particulares e incluso “cómicos” dentro de la dinámica de los candidatos. Por ejemplo, Manolo Jiménez, candidato por la alianza PRI-PAN-PRD, se manifestó en contra de los moderadores del primer debate celebrado en Torreón mencionando que desconocían el contexto de Coahuila.
Por su parte, Armando Guadiana, candidato de Morena, cobró protagonismo por solicitar permiso para ir al baño dentro del debate.
Ricardo Mejía, candidato del PT, se caracterizó por hacer reproches a su contraparte morenista llegando incluso a los insultos.
Por último, Lenin Pérez, candidato de la UDC, atribuyó que el discurso del candidato de Morena fue improvisado y poco preparado a diferencia de sus propuestas.
Lo antes mencionado pasa más por ser una tertulia o parloteo que por un ejercicio electoral de corte democrático donde exista un diálogo profundo que resuene en los criterios de los coahuilenses al ejercer su derecho al voto en las urnas.
Los temas que requieren la atención de los candidatos no son pocos. Para propósito de este espacio retomemos el tema de la salud mental en la entidad.
Lamentablemente cobra notabilidad el tópico del suicidio. En la capital saltillense los reportes no son pocos.
Tan solo en lo que va del presente año, la Unidad de Integración Familiar (UNIF) reporta haber atendido casi 70 casos de intento de suicidio, al mismo tiempo que registra 15 casos donde éste se consumó.
A nivel nacional el caso sigue líneas similares. De enero a junio de 2022 el suicidio fue la tercera causa de muerte para los grupos de edad de 10-14 años y de 15-24 años, mientras que fue la quinta causa de muerte para el grupo de 25-34 años.
Finalmente, para el grupo de 35-44 años, el suicidio representó la octava causa de muerte. Estos datos no son menores. Estamos hablando de una amenaza continuada y sostenida de los 10 a los 44 años para muchos mexicanos.
Si analizamos el norte de México, Coahuila cobra un preocupante protagonismo. En primera instancia, acorde con los datos del Inegi, de 1995 a 2021 Coahuila incrementó en 15% (de 7% a 22%) las defunciones registradas por suicidio con respecto al total de muertes violentas.
Así mismo, el número natural de suicidios ha ido en un ascenso extendido: en 1995 se registraron 73 casos, mientras que para el 2021 el número se incrementó a 293.
Considerando que el caso de Coahuila puede ser una rareza estadística, comparemos entonces sus datos respecto a los otros estados del norte.
Naturalmente, hay entidades donde se registran mayor cantidad de suicidios, en gran parte porque albergan mayor población.
Eso sucede con Chihuahua, donde en 2021 se registraron 572 casos. Por su parte, Nuevo León registró 400 casos en el mismo año. Un escalón más abajo, Sonora cerró con 328 casos en el mismo período.
Coahuila aparece después de ellos con los 293 casos antes mencionados. Baja California y Baja California Sur son los estados con menos registros en el norte con 121 y 58 casos, respectivamente.
Ahora bien, si se compara de nueva cuenta el porcentaje de defunciones registradas por suicidio con respecto al total de muertes violentas, Coahuila es el más alto de todos los estados del norte con su 22%, detrás aparecen Baja California sur (17%), Nuevo León (15%) y Tamaulipas (12%).
Desgraciadamente, para 2023 los datos disponibles sugieren que este fenómeno mantiene el crecimiento sostenido que se registra en Coahuila desde 1995. Más allá de los datos, porcentajes y estadísticas en general, es necesario considerar que todos estos casos representan de manera individual una herida profunda en sus respectivas familias, allegados y comunidad; cada uno lleva a una pesadumbre insondable para las personas que fueron próximas a la víctima de suicidio.
La constante pregunta de si se podría haber hecho algo para cambiar el destino, el triste recuerdo de qué fue lo último que se platicó, la expectativa fantasma de qué cosas quedarán pendientes para siempre.
Si pensamos en estos efectos multiplicados por cada familia, por cada amigo, por cada vecino, por cada compañero de trabajo, las secuelas que emanan del fenómeno del suicidio tienen raíces profundas que brotan como atentados a la cohesión y solidaridad social.
No podemos dejar caer el suicidio sólo en la responsabilidad individual de las personas. Hay factores de índole social que tienen incidencia en el fenómeno. Sería irresponsable señalar la “incapacidad de agencia” de las personas– es decir, su imposibilidad de realizar actividades para modificar su cotidianidad– como la única causante de hechos fatídicos, en este caso de los hechos de suicidio.
Es necesario que el aparato gubernamental, a través de la regulación, creación e innovación de instituciones, así como con el establecimiento de políticas públicas, busque incidir en un proceso social que lamentablemente cobra mayor relevancia en nuestro panorama actual.
Entonces, candidatos, no se olviden que no es posible pensar en un estado próspero sin salud mental. Hay mucha tarea pendiente en el tema.
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