Por José Guadalupe Martínez Valero
Pues seguimos en este mal de amores recorriendo las letras del cantautor español Joaquín Sabina, bajo la premisa de que dicho artista tiene canciones de todas y cada una de las etapas del mismo, tocando ahora turno a la denominada “Amor se llama el juego.” Empecemos por el mismo título ¿Es el amor un “juego”? a ratos, casi siempre, pareciera que en efecto lo es; cada uno de los protagonistas, entendiéndose que generalmente son dos, o al menos eso refleja dicha pieza musical; pone uno muchas cosas “en juego” al iniciar una relación amorosa, empezando por la más obvia, su libertad o al menos la exclusividad de dar y recibir mutuamente lo que dicho “juego” implica. Se ponen reglas, algunas de manera implícita, aunque lo ideal sería que estas sean perfectamente explícitas para evitar, si no enojos y discusiones por cosas aparentemente sosas o insignificantes, luego malos entendidos que terminen convirtiendo la vida de pareja en una relación complicada, o peor aún, de codependencia. Pero además hay otras cosas que se ponen en juego, por ejemplo, las relaciones particulares que como individuo tiene cada uno de los que conforman dicha pareja: amigos, “amigotes”, amigas, “amiguitas”, padres si todavía les sobreviven, e incluso la relación con los hijos, propios o “del otro”. También se pone en juego la estabilidad emocional y hasta intelectual de los integrantes ¿Quién de nosotros no conoce al menos una historia en la que la pareja es lastimada en infinidad de formas, o que incluso llega a hacerse daño a sí mismo consecuencia del “amor”? Y finalmente respecto al título, yo diría que en efecto el amor es un juego de poder donde uno de los que conforman la pareja, o ambos están en un constante estira y afloja consecuencia de sus respectivas “cadaunadas” -es decir lo que cada uno es- tomado dicho ¿neobarbarismo? de mi padre que es a la única persona que se la he oído. Conclusión: en efecto el amor es un juego. Ahora sí, entremos en la letra de la canción.
Empezaremos por decir que la misma aborda una historia de desamor dentro todavía de la propia relación, es decir, antes de la ruptura definitiva; y sin duda es una canción autobiográfica en la que narra Sabina de manera cruda la separación que vivió ¿sufrió? con su esposa y madre de sus únicas hijas, Isabel Oliart, que se derivó, sobre todo del desgaste generado por la doble vida que nuestro autor llevaba con ella y su amante Cristina Zubillaga, esta última, dicho sea de paso, a la cual le escribió su famosa 19 días y 500 noches. La pieza inicia con un par de versos dolorosísimos y perfectamente descriptivos, tan descriptivos que casi podemos ser parte de la escena: la monotonía de la vida en pareja con alguien por quién ya no sientes NADA dejando al tiempo, o mejor dicho a la procrastinación, cuál de los dos toma la decisión de marcharse. ¿Cuántas veces no nos ha sucedido con alguna de nuestras parejas que lo que al principio era motivo de enamoramiento, admiración y diversión, termina convirtiéndose en causa de aburrimiento, fastidio y hasta repugnancia? Ojo, lo de las payasadas es solo un ejemplo en el que vienen detrás muchas otras cosas: la forma en que uno deja el baño, o la pasta de dientes, o el dormitorio o el cuarto de la ropa, y todo lo que conlleva el diario trajín de la vida en pareja. Los ronquidos insoportables de uno de los dos, el que uno esté viendo la televisión a la hora de acostarse, bueno, ahora más bien el celular; que uno tenga la ropa metódicamente ordenada y el otro nomás la vaya botando por ahí a lo largo y ancho de la casa, y así podría seguir hasta el infinito. ¡Qué triste cuando se acaba la pasión en la pareja! porque muchas veces es lo que termina sosteniendo la relación, aún y cuando esta se encuentra agotada; por ahí leí que a la par de lo importante que resulta el preludio en el sexo, lo es también el cariño que se prodiga una vez consumado el acto amoroso; y sin duda es cierto, las tres etapas son parte de un todo y omitir cualquiera de ellas puede incluso agotar el deseo con el que antes se entregaban los amantes al delicioso arte del amor. Y más triste aún, literal que el tiempo de los besos y el sudor se convierta tan solo en la hora de dormir. Y sí, duele ver al otro cuando a uno de los dos se le acaba el amor, sobre todo si eres tú al primero(a) que se le acaba. Ver como desesperadamente el otro trata de reconquistarte y por más esfuerzo que hace no hay avance alguno, por el contrario, más se afianza el rechazo y el alejamiento al grado de, como señalé anteriormente, del placer no quedan sino las cenizas, es decir, el fuego apagado, el fuego extinto, los restos de basura de lo que fue esa llama de pasión y deseo, porque a fin de cuentas eso es la ceniza, basura, y además remata con una crudeza que ya no duele solamente, sino hiere al señalar en esa parte de la canción “removiendo la cajita de cenizas” dado que remover la basura para ver que encuentra uno de útil en esa basura, para muchos es cuando no inapropiado, indigno; y más indigno aún cuando dicha basura es basura derivada del amor consumido. Luego la aclaración: “mal y tarde estoy pagando la promesa que te di cuando juré escribirte una canción.” ¡Que duro! De entrada el admitirlo, y sobre la marcha surge una pregunta ¿es necesario el recalcarlo? A todos nos encantaría que nuestro ser amado nos dedique una canción, y casi siempre esperamos que dicha canción sea de amor, del amor que nos prodigamos mutuamente, incluso con orgullo, fingido o real, podríamos llevar sobre nuestros hombros una canción de despecho y hasta de desamor; pero ¿una canción de amor agotado, de amor acabado, de amor trasformado en intrascendencia? de amor que “ya me da igual” ¡Uuuuuuufffffff! Mejor no me la escribas, mejor no exhibas el dolor que todo eso implica en términos de amor acabado, amor muerto, de amor convertido en basura.
Hace demasiados meses
Que mis payasadas no provocan tus
Ganas de reír
No es que ya no me intereses
Pero el tiempo de los besos y el sudor
Es la hora de dormir
Duele verte removiendo
La cajita de cenizas que el placer
Tras de si dejó
Mal y tarde estoy cumpliendo
La palabra que te di cuando juré
Escribirte una canción
¿De qué dios habla Joaquín? Supongo de Eros, el dios de la mitología griega, lo cual se confirma al decir que era triste y envidioso, ya que los dioses antiguos, a excepción de Yahavé, tenían las mismas virtudes y defectos de los humanos; y sin pretender entrar en polémica religiosa alguna porque el último de los mencionados al menos si es iracundo y vengativo según el antiguo testamento, Joaquín lo escribe con minúscula. ¿O sí se trata del Dios de los cristianos por aburrido? -que es como muchos ven a Yahavé- Eso solo lo sabe Sabina, pero sin duda el verso es bello porque describe precisamente el hartazgo que viene después de los excesos en cualquier terreno. Y aquí me voy a detener un poco para entre paréntesis comentar el verso desde otra perspectiva ¡¿Qué tan FA-BU-LO-SOS no habrán sido esos encuentros como para provocar la envidia de Eros o del mismísimo Yahavé al grado de terminar castigándolos con el hartazgo?! ¡¿Qué tan maravillosos no serían que invitaban a darse un atracón, una atascada, una comilona?! Sí, que terminó en hartazgo, y repito. ¿¡Hartazgo que se derivó justo de lo excesivo de dichos atracones?! Yo si estaría dispuesto a pagar ese precio del desamor -que de hecho en algunos momentos de mi vida lo he pagado por estar con una persona sosteniéndonos dentro de la relación, ella decía que por solo el sexo, yo insistía que más que sexo en efecto, al menos en los momentos que pasaba con ella, efectivamente había amor, nos hacíamos el amor más que simplemente tener sexo; y ciertamente, al final terminamos cada quién por caminos distintos, aunque en nuestro caso no hubo dioses envidiosos ni aburridos castigándonos, sino simples corresponsabilidades que dieron lugar a que en cada uno de nosotros ella y yo, naciera un nuevo amor, distinto, el amor para sí de cada uno, el amor propio que había quedado muuuy lastimado en detrimento de ambos.- Pero volvamos a la canción y ahora analicemos el estribillo que por si solo se describe con dos metáforas HERMOSAS, una de ellas que da precisamente título a la canción: ¡qué fuerte resulta la frase esa de que los años apagan al ardor! Más que nada porque si uno cultiva el amor día con día, si uno enamora al objeto de su deseo las veinticuatro horas del día es difícil, yo diría imposible, que la pasión se agote, el ardor que provoca el roce de una piel con otra; ardor que se traduce después particularmente en la persona que sigue enamorada, la que “remueve la cajita de cenizas” en ardor de ausencia, en ardor de necesidad, en ardor parecido al de la abstinencia que se presenta en aquellos que consumiendo sustancias tóxicas terminan por dejarlo, y les juro, porque también lo he vivido -lo del ardor derivado de la falta del contacto con esa piel que sabemos única e irrepetible en nuestra existencia, no de la abstinencia de drogas- que se siente francamente HORRIBLE, y por supuesto, es lo más parecido a la abstinencia porque uno acaba a cualquier hora del día o de la noche temblando de ansiedad y sudando por esa ausencia. Agregando que, a más de lo ya dicho respecto al título, en efecto el amor es un juego de ciegos porque literalmente andas a tientas, física y espiritualmente tratando de encontrarte con el otro; siendo el cierre del párrafo MAGISTRAL porque describe perfectamente que cuando el amor acaba porque la relación y todo lo que gira en torno a ella empeora, rompe a los protagonistas, regresando cada cual a refugiarse en su yo interior y haciendo de lado todo aquello que significaba el “nosotros” construido durante la relación. Y aquí voy a hacer ahora un énfasis: ese estar rotos lleva a veces a uno o los dos integrantes de la pareja que se está desintegrando a pasar por etapas dolorosísimas, donde verdaderamente quedan irreconocibles, dónde la ruptura afecta de tal modo a uno, a otro, o a ambos a perder temporal o permanente el juicio, en algunos casos a tener que transitar por años y años de terapia, y en los peores de ellos a la muerte, sea por autoabandono, autocompasión, depresión, sentido de culpabilidad o de plano suicidio.
Un dios triste y aburrido nos castigó
Por trepar juntos al árbol
Y atracarnos con la flor de la pasión
Por probar aquel sabor
El agua apaga el fuego
Y al ardor los años
Amor se llama el juego
En el que un par de ciegos
Juegan a hacerse daño
Y cada vez peor
Y cada vez más rotos
Y cada vez más tú
Y cada vez más yo
Sin rastro de nosotros
El inicio de este verso merece un buen de aplausos de pie, pocas son las personas que admiten una corresponsabilidad del rompimiento de su relación; casi siempre “el culpable” viene siendo el otro, y lo escrito denota lo maduro, a pesar de lo doloroso, del manejo de dicho rompimiento; como dije CO-RRES-PON-SA-BI-LI-DAD. Algo tan escaso en todos los tiempos, pero particularmente en los que nos está tocando vivir. Y es también un decir en sentido contrario “ambos nos hicimos daño,” “ambos nos lastimamos,” lo más sano es tomar distancia, la separación, pues; para no seguir siendo destrozados por el temporal, el huracán, el tornado, el peor de los climas posibles en términos de lo sentimental; para no ser en efecto carne de cañón, o sea, el frente de guerra que obviamente se convierte en los primeros en causar baja por muerte. Un grito desesperado de ayuda, pero ayuda en soledad, alejado de aquella, aquel que creíamos compañero de vida. Y el verso que le sigue es mejor aún, y absolutamente claro respecto a esa corresponsabilidad del acabar con la relación: “no soy yo, ni tú, ni nadie, son los dedos miserables que le dan cuerda a mi reloj”; es decir el paso del tiempo, que igual compone como descompone, que igual asienta como revuelve aún más las cosas; destacándose en ello la inevitabilidad del transcurrir del padre Cronos. Cerrando la canción en forma tan sublime que de nuevo puede uno visualizar las, casi vivirlas: primero el llanto ¿¡de ambos?! Quiero pensar que es así, ya que, tanto las veces que he terminado, como cuando me han terminado he llorado, algunas desesperadamente, otras con mayor control, pero nunca, nunca, NUNCA he dejado de hacerlo; para finalizar con una escena absolutamente PRECIOSA: ver a una pareja, -situándonos nosotros en el papel que nos corresponda de dicha pareja- haciendo el amor dentro de un carro en pleno carnaval, es decir, a la luz de toda la gente que participa en dicha fiesta. Una mezcla de privacidad y exhibicionismo, derivado de las ganas que se traen (o traían), la cual además nos transporta a esos, en algunos casos lugares prohibidos o poco comunes para hacer el amor, y donde nos gustaría hacerlo; lo cual también de algún modo es cometer una locura, justo en nombre del amor; y en el caso particular del amor agotado, terminado, finiquitado. Y sí amor se llama el juego donde finalmente si no lo cuidamos terminamos peor de cómo éramos cuando lo empezamos: rotos, destrozados, hechos trizas, a veces incluso, al borde la locura o la muerte; o de plano, locos o muertos.
Ni inocentes ni culpables
Corazones que destroza el temporal
Carnes de cañón
No soy yo ni tú ni nadie
Son los dedos miserables que le dan
Cuerda a mi reloj
Y no hay lágrimas que valgan para volver
A meternos en el coche
Donde aquella noche en pleno carnaval
Te empecé a desnudar
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