Por Arturo Rodríguez García
Desde finales de 2015 el paso de diferentes actores políticos procedentes del PRD hacia Morena desfondó al partido fundado en 1989. La tribu predominante, la de “los Chuchos”, quedó ahí gestionando los restos de un partido que no volverá a crecer como en el período 1997-2012.
El paso, sin embargo, era natural pues numerosos militantes del obradorismo seguían perredistas mientras que sus cuadros fundadores e izquierdistas de luchas históricas, habían roto con su militancia, destacadamente, por el “Pacto por México”.
Sin embargo, el gatopardismo –chapulineo, le dicen coloquialmente– arreció a finales de 2017 y principios de 2018, cuando el posicionamiento de López Obrador con su flamante partido, Morena, llegaba a su segunda elección federal prometiendo un triunfo arrollador.
Ex dirigentes nacionales del PAN, como Manuel Espino o Germán Martínez Cázares, se sumaron a la nueva opción guinda; veteranos del priísmo como Manuel Bartlett o Alejandro Armenta, consumaron su posición lopezobradorista y, el fenómeno fue tan amplio que aquel 2018, al menos un tercio de candidatos al Congreso, procedían del PRI o del PAN.
El pragmatismo de esos días era defendido por López Obrador bajo un argumento consiste en asegurar la victoria electoral con la unión de todo aquel que pudiera aportarle votos a su causa aunque luego regresaran a sus respectivos partidos, lo que precisamente ocurrió, por ejemplo, con Martínez Cázares.
A seis años de distancia el fenómeno regresa con una condición diferente: Morena, con un amplio margen de preferencias electorales, un presidente con alta aprobación y 22 gubernaturas, así como mayorías camerales, ha recurrido una vez más a la adopción de políticos de otros partidos, como si en estos años hubieran sido incapaces de generar una nueva clase política.
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El fenómeno no es privativo de Morena porque hay momentos en que Mario Delgado y Dante Delgado tienen más en común que el apellido. Por ejemplo, ambos coincidieron –ante el colapso del PRI y la minimización del PRD—en que era buena idea rescatar perfiles.
Activísimos en la promoción del gatopardismo, lo único que lograron es tensar a sus militancias y generar duros cuestionamiento de la opinión pública, que ya han impactado negativamente los sondeos de intención de voto en varias entidades.
Álvarez Maynez, por ejemplo, pulverizó el 17% de intención de voto que alcanzó en pocas semanas Samuel García, y hoy lo único que prende en Movimiento Ciudadano son las alarmas, tras caer al 5% y sin miras de recuperarse en el corto plazo, quedando mal parados con la digna salida de Patricia Mercado de la vocería naranja. Y ni que decir en el CEN guinda donde se aplicó la máxima juarista muy ad hoc con la 4T, “A los amigos, justicia y gracia; a los enemigos, la ley a secas”.
Sólo que los amigos resultaron ser Eruviel Ávila, Luis Miranda Barrera, Sergio Mayer, Rommel Pacheco o el controvertido gobernador de Morelos, Cuauhtémoc Blanco, que como afirmó Lucy Meza, candidata del FAM en la entidad, es evidente que esa diputación plurinominal se dio para proteger al afamado ex futbolista, y por increíble que parezca, tanto obradoristas como opositores estuvieron de acuerdo en redes sociales.
El “Cuau” arrastra una impopularidad crónica, tienen denuncias por corrupción, nepotismo, amenazas de muerte mientras la entidad vive una severa crisis de inseguridad, pero él ya planea dejar el cargo. ¿Quién se responsabilizará del tiradero que deja en Morelos? Los yerros en la estrategia morenista ahí están costando votos y aún no comienzan formalmente las campañas.
Ante ese panorama general, tal parece que los únicos que no han entendido el impacto del retiro político de AMLO para 2024, son los mismos obradoristas incapaces hasta ahora de consolidar en partido el movimiento.
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