Por Kristel Reyes Amaya
A mediados del Siglo XVIII, el Tribunal de la Santa Inquisición procesó a 20 mujeres por brujería sometiéndolas a tormentos, al menos cinco años en mazmorras y, con cinco de ellas, exhibidas desnudas en la picota, para finalmente ser desterradas.
La historia ha quedado confinada a la leyenda y algunos trabajos académicos, que, con ciertas variaciones, reflejan los hechos que entre 1748 y 1753 implicaron literalmente una cacería de brujas en lo que se considera uno de los pocos procesos, acaso el único, registrado en la Nueva España por hechicería.
Se trata también de un acontecimiento histórico que resultó conflictivo en la vida política de la época y que, en buena medida, convirtió a esa veintena de mujeres en víctimas de las disputas de poder y del fanatismo, a partir de declaraciones dudosas.
Oprimidas por un aparato de justicia que se repartía actuaciones entre el poder terrenal y el religioso, “las brujas de Monclova” reunían, en su mayoría, condiciones propicias para la injusticia: varias de las acusadas eran indígenas, pobres, solteras o con esposos ausentes y sin mayor posibilidad de defenderse ante el inquisidor.
Contra lo que puede pensarse, la Inquisición en la Nueva España no tuvo episodios de hogueras, lapidaciones ni torturas por hechicería, como sí ocurrió en el medioevo europeo, de ahí que los procesos contra las mujeres de Monclova sean considerados por la academia como un episodio único y digno de estudio.
Entre los escasos trabajos publicados al respecto, destaca el de la historiadora Cecilia López Ridaura, titulado La caza de brujas en la Nueva España: Monclova, Coahuila, 1748-1752 (Universidad del Claustro de Sor Juana. 2014) y en el cual se basa el presente trabajo.
La cacería
Los hechos que desencadenaron la pesquisa se desarrollaron en 1748 a causa de una situación fortuita y menor: un vecino de la villa de Monclova encontró una bolsa olvidada por una mujer de nombre Maria Ifigenia, en cuyo interior había hierbas, amarres y supuestos instrumentos de brujería. Entonces la denunció.
En los registros del Archivo General de la Nación de México yacen los testimonios que narran este oscuro capítulo de la historia del norte de México, que arroja luz sobre la intrincada red de supersticiones, miedos y manipulaciones que caracterizaban a la sociedad colonial de la época.
Todo comenzó con el mencionado descubrimiento fortuito de Martín de Tijerina de una bolsa abandonada en la calle. Lo que parecía ser un hallazgo insignificante pronto se convirtió en motivo de preocupación cuando el comisario del Santo Oficio, el sacerdote Joseph Flores de Ábrego, examinó el contenido de la bolsa y concluyó que se trataba de objetos relacionados con la brujería y el mal.
La propietaria de la bolsa, identificada como María de Hinojosa, fue detenida rápidamente y sometida a interrogatorio. Bajo la presión “confesó” haber recibido los objetos de una mujer conocida como Frigenia, a cambio de un par de zapatos.
Ese testimonio marcó el inicio de una serie de detenciones en la comunidad, con Flores de Ábrego y el notario Juan Ignacio de Castilla y Rioja a la cabeza de la operación.
Lo que siguió fue un proceso vertiginoso en el que se acusó a 20 mujeres de practicar la brujería y el ocultismo. Frigenia, una curandera reconocida en la comunidad, y Manuela de los Santos, otra mujer del lugar, “confesaron” pactos con el demonio y revelaron una red de conspiración que involucraba a mujeres de diferentes orígenes étnicos y sociales. Desde mujeres españolas hasta mestizas e indias, todas unidas en un presunto oscuro pacto contra el orden establecido.
El comisario Flores y el notario Castilla y Rioja llevaron a cabo las detenciones y los interrogatorios, que resultaron en la encarcelación de más de veinte personas para noviembre de 1748. Sin embargo, la tensión en la villa se hacía palpable, y las autoridades locales decidieron liberar a los prisioneros por temor a un levantamiento popular.
Esta decisión desató la ira de los inquisidores en lo que hoy es la Ciudad de México, quienes exigieron una investigación más exhaustiva y rigurosa.
El oscurantismo
Históricamente se les conoce como “brujas” a las mujeres que buscaban mayor conocimiento; es decir, no se conformaban con lo poco que les enseñaban y desafiaban la norma que imperaba en el siglo XVIII: aquella de que los sacerdotes eran las únicas personas con derecho a tener principios educativos.
De acuerdo con manuales sobre “brujería”, publicados en la Edad Media y en el Renacimiento, las “brujas” eran todas aquellas personas que tenían un pacto con “el demonio”.
El trato que supuestamente las mujeres-brujas hacían con el demonio era que ellas se dedicarían a hacer “el mal” a otras personas que lo merecieran y, como recompensa, obtendrían apoyo, protección y, por añadidura, satisfacción sexual.
Este trato podría hacerse por escrito o, incluso, con la sangre de la persona interesada. Los contratos escritos eran los más comunes; incluso en los procesos inquisitoriales novohispanos se encuentran las células de gente que supuestamente prometió su alma al Diablo a cambio de algún beneficio.
Nicolás Aymerich, el inquisidor general de la Corona de Aragón durante la segunda mitad del siglo XIV, en el Manual de inquisidores expuso que había diferentes tipos de “pactos con el demonio”: no era lo mismo adorar y suplicar ayuda al Diablo, que exigirle que hiciera “cosas propias de su oficio”.
En el caso de los pactos para ser hechicera o bruja en lo que hoy es Coahuila, se invocaba al demonio llamándolo “señor” o “amo”, y presuntamente las discípulas se ofrecían a querer “servirlo y ser sus esclavas”. Después, su “señor” las condicionaba: tenían que renegar de Dios y de la Virgen para que sólo a él “y únicamente a él lo consideren Dios y rey”.
También al “demonio” siempre se le ha visto en diferentes formas –apuntan los manuales–, algunas de ellas no muy amenazadoras.
En otros relatos de la época se le describe como “gachupín, sentado a caballo, vestido de rojo, negro, verde o azul, vestido con un taparrabo o completamente desnudo, de burro, murciélago, de viborón, de joven apuesto o de mediana edad”, pero jamás a lo largo de las declaraciones se menciona que tenga cuernos.
El libro de Aymerich menciona que el demonio, además de darles a las mujeres todos los instrumentos, también les proporciona una serie de regalos: que van desde telas, medias o enaguas hasta platicar con ellas, preguntarles cómo están y si es que se les ofrece algo; incluso, los relatos aseguran que el demonio las escuchaba.
Así que, más allá de cualquier consideración legal, fueron manuales basados en la ignorancia y el fanatismo los que llevaron a las mujeres de Monclova a un proceso tan injusto.
Irregularidades del caso
El oscuro drama tuvo un segundo momento de tensiones entre octubre y noviembre de 1750. Durante ese periodo se ratificaron las declaraciones de los testigos y se llevaron a cabo nuevas detenciones, pero la muerte de figuras clave relacionadas con el caso, como Frigenia y Manuela de los Santos, dejó preguntas sin respuesta y generó dudas sobre la validez de las acusaciones.
El notario Castilla y Rioja llevó las declaraciones sumarias a la capital en enero de 1751, proporcionando lo que consideraba pruebas documentadas de los eventos. Aunque temporalmente suspendida, la investigación reflejó un periodo tumultuoso en Monclova, con acusaciones de brujería que abarcaban a toda la comunidad.
La tercera parte de esta historia, que abarca los años 1751 y 1752, dejó a la luz nuevas irregularidades. Los inquisidores descubrieron discrepancias en las fechas de las diligencias registradas, lo que llevó a la destitución de varios funcionarios, incluidos Flores y Castilla y Rioja.
El fiscal Tagle Bustamante emitió un informe detallado sobre los delitos imputados a los acusados, especialmente a Josefa de Yruegas y María de Hinojosa. Aunque la evidencia de maleficios era escasa, se basó en las confesiones y en la reputación pública para justificar las detenciones.
De las acusadas se sabe que Josefa de Yruegas fue sentenciada a “destierro perpetuo” de la provincia de lo que ahora es Coahuila. Años después presentó signos de locura, ya que decía que el demonio estaba bajo su cama y que le salían gusanos de los oídos. Se reportó que perdió la razón y nunca se supo si algún día fue liberada.
María Hinojosa, la primera acusada, falleció en las cárceles secretas de la Inquisición; jamás se reveló la causa de su muerte. Rosa Flores pasó por muchos conventos hasta que fue liberada, bajo la condición de no volver a su lugar natal.
Juana María, quien era esclava de Juana Gil de Leyva, no regresó a lo que ahora es Monclova y, al igual que Josefa Yruegas, perdió la cordura.
La “cacería de brujas” duró hasta 1753, cuando falleció Flores Abrego, sacerdote de lo que después sería Monclova.
En relatos anónimos se dice que las brujas eran quemadas en la plaza principal. Sin embargo, Arnoldo Berméa, quien fue historiador de la ciudad, aclaró que las hechiceras y brujas únicamente eran exhibidas desnudas, aunque no descartó la posibilidad de que fueran torturadas al mismo tiempo.
La cacería de brujas en Coahuila es un hecho intrigante de superstición, manipulación y miedo que implica un antecedente histórico de violencia institucional contra las mujeres. A medida que se despliegan los eventos, se revelan nuevas capas de complejidad dejando al descubierto los oscuros rincones de la sociedad colonial mexicana. La investigación de este caso continúa arrojando luz sobre la intersección entre la fe, la superstición y el poder en el México colonial del siglo XVIII.