Mi botella al mar

junio 25, 2024
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Mi botella al mar
EL COAHUILENSE

Por Valeria López Luévanos

Sigo siendo feminista, aunque ya no lo diga tan seguido como lo hice entre el 2016 y hasta finales, incluso antes, del 2023. Muchas de nosotras sentenciábamos hacia el interior porque en ese entonces (quién sabe si ahora) no se podía decir hacia afuera que el feminismo, su causa, sus principios, se estaban diluyendo. 

Entre la moda, el glitter, la transformación de escenarios de lucha y el quedarnos quizá nosotras atrás de algo que no alcanzamos a comprender por nuestra edad (adultocéntricas, nos dirán algunas), perdimos el hilo de los movimientos que hoy se llaman así. 

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Nos fuimos con la idea de que el gran feminismo, el movimiento colectivo que sacó a un montón de mujeres, y mujeres jóvenes, a las calles estaba arrasando y las relaciones entre nosotras cambiarían en lo fundamental. Pensamos que los lazos de sororidad y la solidaridad femenina se darían por sentados en un futuro más bien próximo. Pero la realidad fue otra. Si bien nadie pretendía que los cambios se dieran tan rápido, tampoco esperábamos que las relaciones entre nuestras congéneres siguieran partiendo desde la violencia sexista y el meternos no sólo el pie, si no el cuerpo completo, para seguir rechazándonos. 

Digo todo esto en principio y quejosamente desde lo individual. Pero, después de haber platicado con otras, me di cuenta de que era un síntoma colectivo que quiere decir, quizá, que intentamos apresurar una realidad que apenas estábamos construyendo o que quizá simplemente fue una utopía de las ilusorias. 

Creímos o fingimos creer que todas las mujeres y todos los espacios donde nosotras habitamos iban a ser espacios seguros, pero la realidad es que no. Siguen siendo los espacios, todos, espacios donde hay que ser cuidadosas de lo que construimos y en quien confiamos. 

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No diré que, en mi caso, son las mujeres las que más me han fallado, porque mi décima costilla, si hablara, se sentiría ofendida, pues no fue una mujer quien la rompió, ni tampoco la que casi me mata. Fue un hombre y su violencia machista. Pero, sí diré que las últimas decepciones que me han llevado a reflexionar lo que hoy escribo sí han sido entre nosotras y, quizá, sí, por mi culpa y mis altas expectativas. 

Y en ese sentido hago un llamado y lanzo mi botella al mar; el llamado al reconocimiento de que, si bien muchas de nosotras padecimos de lo mismo que les cuento –y nos fuimos de sentón y aterrizamos en la realidad de que no porque las calles estén inundadas de mujeres, las relaciones interpersonales entre nosotras serán de miel, rosas y sin espinas–, tampoco hemos dejado de ser lo que hemos sido –muchas veces culeras, malas amigas y malas compañeras, porque, en principio, somos humanas–. 

Desromantizar la idea de que el feminismo nos hizo buenas constituye partir de esa realidad. Desromantizar implica suponer que, aun sabiendo que muchas nos hemos desilusionado por traiciones, descontones de realidad, escraches públicos inmerecidos, etcétera, vale la pena seguir construyendo para nosotras. 

Sí, para las niñas que vienen y que queremos vivas, en un ambiente de no violencia y no abuso sexual como el que vivimos nosotras y las de al lado. Vale la pena seguir arriesgando por la causa, sí, pero ahora desde la mesura y desde el desencanto de habernos creído santificadas y todas buenas, como las buenas mujeres que debemos reclamar cheques a nombre de la deuda histórica. 

Partamos de la realidad y construyamos en colectivo, aunque la individualidad nos siga alertando de que hay que ser cuidadosas (menos mal que avisa) con las otras y con el resto del mundo. 

¿Que hay mujeres que se aprovechan de las causas para llevar agua a su molino? Sí, las hay muchísimas, nomás hay que voltear a ver este proceso electoral, y atestiguar cuántas se han enemistado porque decimos que, aunque mujeres, ninguna de las dos candidatas nos representa o porque repetimos, como desde antes, que ser mujer no te hace sensible a la causa de género y vaya que eso lo aprendimos todas a la mala. A eso atribuyo que en mi caso particular haya bajado la gran efervescencia de llamarme feminista, e incluso de querer y tener ganas de construir en colectivo con quienes se establecen como portadoras de mandatos morales para cualquiera de nosotras.

Yo sigo acompañando a víctimas, sigo haciendo lo de siempre, pero más silenciosa, con más cautela y pidiendo a veces, una que otra prueba de lealtad. Porque mi pequeño corazón colectivo ya me dice que es mejor al principio, por lo menos, desconfiar, pero que siempre siempre valdrá la pena construir pensando que un futuro mejor nos espera. 

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