El fin de una era

junio 24, 2024
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AMLO
FOTOGRAFÍA: REDES SOCIALES AMLO

Por Alejandro Páez Varela

Ciudad de México.- El pasado 20 de junio, el diario mexicano La Jornada publicó en su cuenta de X una serie de imágenes del fotoperiodista Luis Castillo, donde se aprecia a un solitario Claudio X. González Laporte dando vueltas por una amplia sala de espera, antes de que Juan Ramón de la Fuente, propuesto por Claudia Sheinbaum para Canciller a partir del 1 de octubre de 2024, le anunciara que la virtual Presidenta electa no lo recibiría en privado.

El mensaje que él llevaba no tuvo mayor importancia; las fotografías, en cambio, se interpretaron como las señales que faltaban para anunciar el fin de una era en México.

Al día siguiente, por la mañana, Andrés Manuel López Obrador intentó contener con un eufemismo la lluvia ácida que bañó al país tras la publicación de las imágenes. Dijo que nadie debería actuar “con saña” contra el empresario que ha sido el gran interlocutor de los poderosos sindicatos patronales con los presidentes mexicanos, desde Miguel de la Madrid hasta Enrique Peña Nieto, pasando por Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón. Pero la lluvia ácida no se contuvo porque la atmósfera política sigue cargada y cualquier provocación sirve para soltar la catarsis. Y porque la marca Claudio X. González, se refiera al padre o al hijo, no tiene la mejor reputación entre un amplio segmento de la población mexicana.

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González Laporte, de 90 años, es considerado como la cabeza de uno de los poderes de facto en México; ha fungido como miembro destacado del exclusivo club que (en Estados Unidos se conoce como “Estado profundo”) ha movido los hilos de la política económica durante las últimas décadas, en el periodo que la academia nombra neoliberalismo, justo cuando aumentó la desigualdad y la riqueza se acumuló en unos cuantos. El dueño de Kimberly Clark ha sabido trascender a los sexenios, y se ha puesto por encima de derrotas y triunfos de los partidos políticos, y es ejemplo de que el verdadero poder no pasa por las urnas: conservó su largo listado de privilegios (acceso a contratos multimillonarios, por citar alguno) a pesar de las dos transiciones más recientes: la de PRI a PAN en el año 2000, y la de PAN a PRI en 2012.

Pero el nonagenario dirigente empresarial ha sido más y su hijo, Claudio X. González Guajardo, está para contarlo. Ha metido la mano en las decisiones de políticas públicas –propuso aumentos a las gasolinas antes que una Reforma Fiscal o bien privatizar el Metro, símbolo de democracia social en los servicios que presta un Gobierno a sus gobernados–; ha organizado a una élite empresarial para participar ilegalmente en procesos electorales con dinero para “guerra sucia”, según se ha documentado ampliamente, y ha sido uno de los principales impulsores de la narrativa de que López Obrador es “un peligro para México” o que los gobiernos de izquierda o con vocación social llevarán al país a convertirse “en Venezuela, en Cuba”. Esa narrativa, hasta ahora mentirosa, ha provocado miedo sobre todo en sectores sociales de mayor capacidad económica, que llevan años documentando su pesimismo a través de las redes que ofrece, por ejemplo, la aplicación WhatsApp.

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El problema para los Claudio X. González (son dos en uno: padre e hijo) es que su pronóstico y principal herramienta de comunicación, “la venezuelización de México”, no se cumplió. Entonces han debido construir un discurso para tratar de justificarse.

El pasado 15 de junio le preguntaron al hijo en un encuentro con panistas:

–¿Podemos ser Venezuela?

La respuesta fue una barroca pirueta verbal; como lo haría el líder de un culto milenarista una mañana floreada, después de haber fallado el pronóstico de que el mundo amanecería partido en dos por la batalla del Armagedón:

–México tiene una complejidad y una diversidad que hace muy frustrante, aunque sea para un proyecto autoritario, dictatorial, salirse con la suya, porque es un país muy grande, con una frontera de tres mil kilómetros, con la economía más potente en la historia de la humanidad, que necesita estar invirtiendo en México para construir el bloque comercial más importante del siglo XXI, que es Norteamérica. Entonces no creo que vamos ser Venezuela, Nicaragua o Cuba, pero sí digo que el costo de oportunidad de tener un Gobierno tan inepto como éste, es decir, no pudieron parar la economía de México, porque tiene una resiliencia muy grande, porque está abierta al mundo, porque hay exportadores, porque hay empresarios fregoncísimos y porque hay gente muy trabajadora, etcétera. Pero si dependiera de ellos la economía estaría deshecha.

La respuesta del hijo fue muy parecida a la que dio el padre momentos después de abandonar la sala donde por primera vez lo dejaron plantado, a él, al asesor de presidentes, al elegido por sí mismo para decidir quién puede y quién no ser Presidente de México, como sucedió en 2006. A él, Claudio padre.

Los reporteros, que no sabían que la virtual Presidenta electa no se había encontrado con él en privado, se le acercaron para preguntarle de las cosas que siempre habla. Y Claudio padre se dirigió a ellos con las palabras del hijo:

–México es un país mucho más grande que todos nosotros. Es un país muy resiliente y un país cada día más integrado a América del Norte. Así es que ella tiene una gran oportunidad de ser una muy buena Presidenta y todos tenemos que contribuir a ello.

Claudio padre ha ensayado muchas veces esas apariciones repentinas ante los reporteros. Lo hace cada vez que así lo necesita. Como en 2018, cuando ganó la Presidencia López Obrador con 30 millones de votos y fue a reunirse con él. Claudio padre pasó casualmente junto a los reporteros, otra vez. Fue hace seis años:

—¿Cómo le fue en la reunión? ¿Sí le dio un abrazo?

—Platicamos de béisbol –dijo el padre.

—¿Sí hubo un abrazo?

—Sí, claro. Coincidimos en que todos queremos un mejor México para todos y que para lograrlo necesitamos mucha inversión, mucha creación de empleos y mucho crecimiento.

Años antes, Claudio padre se topó a los reporteros, casualmente, otra vez, en otro encuentro del sector privado. Ya se había cometido el fraude electoral de 2006 y López Obrador andaba por los pueblos, sin dinero, apaleado, hablando en plazas con cinco o diez personas.

–Para mí no es Andrés Manuel –dijo el padre–. Es El Pejito, así, chiquito.

Y años después, Claudio hijo se expresó en los mismos términos de López Obrador durante la campaña 2024:

–Es de este tamaño el Presidente, en su calidad moral –dijo, cerrando pulgar e índice–. Pero déjenme hacer más chiquitos los dedos. Es demasiado. Es un enano moral.

La coordinación entre ambos es la misma que la del policía bueno y el policía malo. El padre participaba en fraudes electorales al tiempo que el hijo –de cabello largo, aires de liberador y look de reportero de La Jornada o de Proceso– hacía cola con humildad en los pasillos del activismo social. El padre se hincaba en los altares de la basílica del santo patrono de la derecha mexicana, san Carlos Salinas de Gortari, y el hijo levantaba el puño izquierdo para organizar, con donativos, a la desorganizada “sociedad civil”.

Y luego el padre bajó humildemente la cabeza durante el proceso electoral 2024 mientras el hijo organizaba a las huestes de la derecha a favor de Xóchitl Gálvez y contra Sheinbaum. Por eso pensaban que Claudia recibiría al policía bueno la semana pasada. Se veía tan humilde en las fotos que publicó La Jornada: un Claudio padre indefenso, hasta solitario. Como un abuelito que se extravía en un centro comercial a sus 90 años, con unas tarjetas en la mano que dicen simplemente una dirección y agregan un número de teléfono. Aunque, claro, Claudio hijo hiciera todo lo que fuera necesario –desde invocar a los poderes de Washington hasta coordinar acusaciones de narcotráfico contra la candidata y el Presidente– para difamar, engañar y manipular, tres de los verbos favoritos del padre, el hijo y el espíritu de la derecha mexicana.

“Ayer no me gustó la foto de Claudio X. González papá. Creo que eso no se debe de hacer, porque puede pensar distinto a nosotros y puede ser nuestro adversario, pero no hay que ensañarse, hay que respetar a todos. Es un hombre mayor”, dijo el Presidente López Obrador.

Luego agregó: “Además, si se trata de escoger, escojo al papá”.

Gente así

La corrección política de Andrés Manuel López Obrador con Claudio X. González Laporte no borra la realidad. Las fotos son apenas parte de un annus horribilis, un año horrible para padre e hijo y para los que piensan como ellos. Al Presidente le quedan cien días y cederá el poder a Claudia Sheinbaum, su hija política; mientras, el hijo del multimillonario está obligado a explicar su fracaso en las elecciones presidenciales; un partido (PAN) se hizo chico por hacerle caso a su estrategia; otro (PRI) se mantiene vivo con ayuda de un respirador artificial y un tercero (PRD) de plano falleció en sus manos.

Siempre se trata de escoger, además, y 36 millones de ciudadanos con derechos no escogieron al padre ni al hijo. Y tampoco se trata de ellos dos, exclusivamente: este verano, la gente le dijo NO a las élites que llevan décadas en el poder, y entre ellas está la empresarial. El rechazo de este 2 de junio es, en ese sentido, más amplio. Es a una forma de proceder. Es a una escuela torcida de hacer política. Fue un rechazo a núcleos intelectuales, mediáticos, académicos y empresariales que han intervenido en elecciones para imponer a sus favoritos.

López Obrador afirma que es el Presidente más atacado “desde Francisco I. Madero”, pero no es fácil probarlo. Madero fue brutalmente atacado por la prensa porfirista y muchas veces le respondió con la mano pesada. Él y José María Pino Suárez, su Vicepresidente, intentaron forzar a que los dueños mexicanos de medios vendieran a millonarios afines a su Gobierno, y no pudieron. Cuando las matanzas de su campaña sangrienta contra Emiliano Zapata se volvieron un escándalo público, Madero y Pino Suárez no dudaron en recurrir a la censura “por razones de Estado”. Es decir, los demócratas que llegaron al poder por una guerra civil no fueron tan demócratas cuando se trató de la prensa.

Como sea, el punto es que López Obrador ha sido duramente atacado durante años y –lo he escrito antes– es posible que ningún otro político mexicano se haya enfrentado a fondos privados multimillonarios que no tienen más objetivo que destruirlo. Una élite muy bien identificada y otros que han sabido guardarse en el anonimato han inyectado cientos de millones de dólares durante al menos dos décadas a campañas de odio contra el líder social más importante del último cuarto de siglo mexicano. Esta élite ha alterado de distintas maneras la ruta democrática de México; y ha influenciado a sectores amplios de la población con mentiras para mantener la mano a los contratos y en los bienes de la Nación.

Durante más de dos décadas, las últimas, los núcleos de pensamiento y poder articulados en la derecha mexicana difundieron la idea, hasta convertirla en campaña permanente, de que admitir un cambio de rumbo hacia la izquierda convertiría a México “en Venezuela, en Cuba”. Y como decía, en sectores económicos altos y muy altos hay gente que no sabe bien a bien por qué odia tanto a López Obrador, pero lo odia. Es gente que lo llama “López” o “Peje” y no lo reconoce como su Presidente. Y es gente que cayó en las narrativas financiadas por esa élite de empresarios que recurre a núcleos intelectuales como los de Enrique Krauze o Héctor Aguilar Camín, como está ampliamente documentado, para que les ayuden a construir la historia a su manera.

El pensamiento conservador en México puede ser de lo más rancio. Se cubre el rostro con mantilla y no denuncia a los curas violadores y pederastas porque –es un ejemplo– le da pena, como si fueran individuos de su propia familia. Es gente que usa términos como “comunismo” y se comen las mentiras que le pongan en el plato de WhatsApp, siempre y cuando hablen pestes del demonio populista. Y esa gente de estrato alto y muy alto es la primera gran víctima de las narrativas mentirosa de la élite del sector privado, que a su vez se apoya en (o compra) medios masivos e intelectuales.

Es la gente que creyó que México se volvería Venezuela, Cuba o Nicaragua con López Obrador; la que cree que va a perder sus propiedades con Claudia Sheinbaum porque se lo dicen en WhatsApp y es la que pensó que Massive Caller era una encuestadora real. Gente con recursos que volteaba hacia Europa y Estados Unidos cada vez que salían las encuestas de verdad, con amplia ventajas para la izquierda. Se trata de gente que se cree la patraña de que hay un proyecto “comunista” para modificar la Constitución y que todos compartan sus casas con otros; es gente que sabe pero no comprende que el comunismo que –o lo que conocimos con ese nombre– se estrelló estrepitosamente en el siglo XX con un muro que construyó con sus propias manos.

Esa gente en sectores altos y muy altos, aunque educada, es víctima de los de más arriba. Muy, muy arriba. Aunque tiene dinero no es la que construye narrativas: es la víctima de las narrativas. Es gente en la que calan profundo periodistas de ultraderecha como Sergio Sarmiento o escritores como Martín Moreno; que cree que Laura Zapata es el nombre de un héroe nacional y coincide con Lilly Téllez en que Fernández Noroña debería limpiar vidrios o lavar carros y no ser un representante popular. Y es gente que hizo su parte para que México sea el país que más tintes para cabello rubio consume en todo el mundo.

Es la gente que ha esperado con ansias el momento que se viene, dentro de cien días: cuando López Obrador entregue la Banda Presidencial. Para su desgracia, no la entregará a quien esa gente deseaba, pero la entregará, y eso le trae un alivio tan grande como sus prejuicios: López es un dictador, López es un corrupto, López es un comunista que empobreció al país y López usa huesitos de niños recién nacidos como palillos de dientes. 

Y esa versión torcida no viene de la nada, viene de millones y millones de dólares que se han inyectado desde el sector privado y desde los gobiernos y los partidos para distorsionar la imagen de López Obrador. Viene de la operación que han hecho durante décadas Claudio X. González padre e hijo y no sólo ellos: también Germán Larrea, Ricardo Salinas Pliego, lo hermanos Coppel Luken, los Servitje, Víctor Almeida y la oligarquía chihuahuense, etcétera.

Son los mismos empresarios –una élite, no todos los empresarios– que estaban representados en las fotos que el pasado 20 de junio hizo públicas La Jornada, donde se aprecia a un solitario Claudio X. González Laporte dando vueltas por una sala de espera antes de que le avisen que la virtual Presidenta electa, contra quien han apostado millones y millones de dólares, no los recibiría en privado.

El fin del pacto

El 20 de mayo de 2019, el Presidente de México firmó un decreto que eliminó las condonaciones de impuestos a grandes contribuyentes. Fue un acto poderoso para la República. Terminaron así décadas de privilegios fiscales para la élite económica de México. Nadie podría “otorgar, condonar o eximir, total o parcialmente, el pago de contribuciones y sus accesorios a grandes contribuyentes y deudores fiscales”. De acuerdo con la entonces Jefa del SAT, Margarita Ríos Farjat, en 18 años de este siglo se condonaron impuestos por 400 mil 902 millones de pesos a valor actual, en beneficio de 153 mil 530 contribuyentes.

En un solo acto, López Obrador dio por concluida una de las alianzas más sólidas de la última mitad del siglo XX y los primeros 18 años del siglo XXI mexicano: el pacto oligárquico del poder. Las élites se habían anotado varios triunfos desde antes de Miguel de la Madrid hasta nuestros días: privatizar el petróleo y derrotar la figura de Lázaro Cárdenas; romper el ejido y aplastar uno de los pocos logros sociales de la Revolución de 1910; inyectar la idea de que sólo los empresarios deben ser rescatados con dinero público. Y ahora les tocaba un Gobierno que claramente los hacía a un lado para colocar, en primera fila, a los que siempre estuvieron abajo.

Se puede polemizar sobre muchos de los principales objetivos de este sexenio; se puede cuestionar la inseguridad en algunas regiones o si hay avances en salud y en educación. Pero –entre otras cosas– no se le puede reclamar a la administración que concluye en cien días el manejo ortodoxo de la economía; que le dio a ganar dinero a los empresarios chicos y grandes y, al mismo tiempo, volcó al Gobierno hacia una mayor vocación social. El triunfo cultural de López Obrador sobre la élite empresarial (y sobre otros grupos de poder) es contundente. Primero exhibió que no todos los empresarios son Claudio X. González o Germán Larrea; luego le quitó las plumas al nido que los más ricos habían hecho sobre las estructuras de Palacio Nacional y los echó a volar, sin tener que ponerles una patada.

En lo general, el Presidente no quiso repartir culpas entre todos los empresarios. “Nos entendimos. Tengo que agradecerles que aún a disgusto, supieron ser institucionales. Cuando se les planteó que eran otros tiempos y otras reglas, y había que pagar impuestos y sí había un grupo selecto muy cercano al Gobierno y coincidía que eran los más grandes, las grandes empresas, los bancos, financieros que no pagaban todos sus impuestos; cuando se habló con ellos, entendieron de que ya no iban a haber condonaciones de impuestos, como era antes”, dijo el 21 de junio pasado.

Pero en lo particular, el Presidente se guardó el derecho de exhibir al puñado:

“El que manejaba todo [el bloque opositor durante las elecciones 2024], porque era el coordinador, era Claudio [X. González hijo]. Es el que tiene que informar. Ojalá que informe sobre el manejo del dinero, cuánto recibió, de quién, cómo lo distribuyó, cuánto a los candidatos, cuánto a los partidos, cuánto a los medios, cuánto a las redes sociales, cuánto costó la guerra sucia, cuánto costó el #AMLONarcoPresidente, #PresidenteNarco, ¿o todo fue cooperación gratuita?”.

Es difícil saber si los empresarios en lo general se llevaron alguna lección de este sexenio. Varias de ellas son muy poderosas: que se puede crecer sin cargar todo el esfuerzo en el lomo de los trabajadores; o que se puede apostar a un Gobierno con vocación social sin que eso signifique que “seremos pobres, como en Venezuela”. Es ridículo que todavía en 2024, con dinero muy probablemente de las élites empresariales, se siguieran difundiendo mentiras como que el Presidente es “adorador de satanás” o que Claudia Sheinbaum iba a ordenar la circuncisión de todos los varones sobre estas tierras de Dios; que en Morena se adora la santa muerte o que se legalizaron a miles de migrantes venezolanos para que votaran por los comunistas en 2024.

Durante décadas, una élite de empresarios pagó millones de dólares para distorsionar la realidad de manera ilegal en periodos electorales. Los millones no les alcanzaron en 2018 y se quedaron en ridículo en 2024. Quizás la gran lección es que millones de mexicanos dejaron de ser esos ilusos manipulables que se imaginan en ciertos sectores; y que esos millones de mexicanos aprendieron a decidir quién los gobierna.

Y una lección paralela es que el dinero no siempre decide gobernantes y que, en ese sentido, los votos de Claudio X. González padre y de Claudio X. González hijo cuentan por dos y no por millones, como estaban acostumbrados. ¿No sería buen momento para que dejaran de financiar campañas de porquería, como lo han hecho desde hace tantos y tantos años, y encontraran un camino saludable para participar en la normalidad democrática de un país que ha madurado?

SinEmbargo

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