Por Arturo Ortega Santillán
Catalina de Médici, esposa del rey Enrique II de Francia, fue reina consorte de 1547 a 1559. La temprana muerte de Enrique colocó a Catalina activamente en la vida política francesa como madre del nuevo rey de 15 años de edad, Francisco II. En 1560 su quinto hijo, Carlos IX, de 10 años, se convirtió en rey tras la muerte de su hermano. Carlos murió en 1574 por lo que su hermano menor Enrique III ascendió al trono. Catalina se convirtió en la madre de tres monarcas que reinaron durante una de las etapas con mayores conflictos civiles y religiosos en Francia.
Mark Strage, uno de sus biógrafos, calificó a Catalina de Médici como la mujer más importante de Europa en el siglo XVI debido a la influencia que implementó en sus hijos durante su reinado bajo la premisa de mantener la dinastía Valois en el trono francés. La matanza de San Bartolomé fue uno de sus legados más crueles: el asesinato masivo de hugonotes (protestantes franceses) en agosto de 1572 en el contexto de las guerras religiosas, fue el acontecimiento que afirmó la leyenda de la “malvada reina italiana”.
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Su segunda hija, Isabel de Valois, se volvió la tercera esposa del rey Felipe II de España (el monarca más poderoso del mundo en esos años), como resultado del Tratado de Cateau- Cambresis, acuerdo que estableció la paz entre España y Francia.
El 22 de junio de 1559, como parte de los festejos por dicho matrimonio, se celebraron cinco días de justas. El rey Enrique participó en ellas y fue derribado por Gabriel, conde de Montgomery; el rey quiso revancha contra el conde y volvió a justar con éste. En ese segundo duelo, la lanza del contrincante se reventó en la cara del esposo de Catalina, quién sobrevivió algunos días a las heridas en el ojo y el cerebro, pero finalmente murió el 10 de julio a los 40 años.
Tras el trágico evento, la reina Catalina abandonó su residencia cerca de la Bastilla y se mudó con sus hijos al Palacio del Louvre, compró las tierras aledañas y en 1564 comenzó la construcción del Palacio de las Tullerías, recinto que contemplaría el desarrollo de un jardín italiano que llegaba hasta la muralla de Carlos V, espacio que dos siglos después ocuparía la Plaza de la Revolución y desde 1830 se denomina la Plaza de la Concordia.
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El jardín de las Tullerías era el más fastuoso de París durante esos años; en ese espacio se celebraron lujosas fiestas reales organizadas por Catalina, en honor a recepciones de embajadores o por el matrimonio de su hija Margarita con Enrique III de Navarra (futuro Enrique IV, rey de Francia y de Navarra).
Sobre este histórico jardín, un 26 de julio de 2024, se encendió el pebetero olímpico reinventado por la creatividad de los anfitriones franceses y transformado en un globo que quedará suspendido hasta el 11 de agosto en el que apague sus llamas en señal de que los juegos olímpicos de París terminaron.
La ceremonia de apertura de los juegos de París 2024 necesitó 150 cámaras para cubrir 6 kilómetros de escenario sobre el Río Sena y casi cuatro horas de transmisión en vivo. Esas 150 cámaras fueron el vehículo para que millones de espectadores atendieran no sólo el espectáculo, sino también los momentos encerrados en los distintos subtextos y contextos propagandísticos:
Una reivindicación de la figura femenina ha sido uno de los mensajes centrales del evento inaugural, así como la ruptura de estereotipos estéticos y una mirada global con perspectiva de género; también una antorcha que forma parte de una serie de elementos con una huella nula de carbono como parte de una llamada de atención hacia las consecuencias de cambio climático. Una tensa atención al paso de la delegación de Israel y la cuestionada prohibición en eventos deportivos a Rusia por la invasión a Ucrania en lo que parece una medida que no se aplica en los mismos términos para una nación contraria a Occidente; una discreta visión de la comitiva palestina o venezolana; una ostentosa aparición del grupo de atletas que representan a Estados Unidos, Canadá, Inglaterra o la misma Francia, instantes de representación deportiva en los que pareciera que el mundo funciona y la competencia olímpica lo ejemplifica.
El fuego de París 2024 se elevó sobre el jardín construido por Catalina de Médici, una nueva edición de los Juegos Olímpicos ha dado comienzo como parte de un mundo que pretende enaltecer los valores del olimpismo que presume una sociedad “moderna”. Aunque, a decir verdad, esta humanidad contemporánea mantiene los mismos vicios de intolerancia, violencia, opresión y engaño que el Jardín de las Tullerías rubricaba cinco siglos atrás.
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