Mónica Grissel Ponce, clave en la espeleología

septiembre 6, 2024
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Por Ethel Arredondo

Desde niña, Mónica Grissel Ponce González ha llamado a la capital coahuilense su hogar. Aunque su carrera comenzó en el mundo de la comunicación, la vida la llevaría por caminos inesperados. Hoy es una figura clave en la espeleología, una disciplina que descubrió casi por accidente, pero que transformó profundamente su vida.

Nacida el 3 de noviembre de 1968, Mónica, licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma de Coahuila (UAdeC) y con una maestría en Administración y Liderazgo por la Universidad Autónoma del Noreste (UANE), en 2001, mientras realizaba un documental sobre cactáceas, conoció al grupo de espeleólogos La Venta. 

Ahora con 23 años de experiencia, Mónica es una referente en la espeleología en Coahuila, reconocida por su pasión y perseverancia en un campo que ha marcado su vida de manera profunda. Comenzó su viaje en la espeleología desde cero, describiéndose a sí misma como una “principiante” o “pollito” en el tema. Sin embargo, su amor por las cuevas y su determinación la llevaron a superar cada obstáculo que se interpuso en su camino.

En 2004 su carrera dio un giro significativo cuando decidió organizar un congreso en Saltillo, un desafío que enfrentó pese a la falta de apoyo local. Fue entonces cuando conoció a Peter Sprouse, un espeleólogo con más de 30 años de experiencia en Coahuila, quien se convirtió en un pilar fundamental para el espeleo de Coahuila. “Haz de cuenta que me inyectó adrenalina”, recuerda Mónica con entusiasmo, refiriéndose al impulso que sintió cuando Peter se ofreció a apoyar su proyecto.

“Pensé que me iba a morir”

Pero la vida no siempre ha sido fácil para Mónica. Ha enfrentado graves problemas de salud, incluyendo cáncer y trombosis que la alejaron temporalmente de la espeleología. En 2009, tras un exitoso evento en Múzquiz, recibió un diagnóstico de cáncer que la obligó a hacer una pausa de ocho años en sus actividades. Más tarde, en 2020, una trombosis casi la hizo abandonar por completo. 

“Pensé que me iba a morir”, confiesa sobre ese difícil periodo. “Estuve en cama casi todo el año… Ya no iba a hacer nada, me iba a retirar completamente”.

Sin embargo, el destino tuvo otros planes para ella. El apoyo de un nuevo grupo de entusiastas de la espeleología la impulsó a encontrar la motivación para regresar a su pasión. 

“Ya había empezado a regalar mi equipo. Yo sentía que me iba a morir… pero entonces conocí a este grupo de entusiastas y otra vez la espeleología me salvó”.

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Actualmente Mónica se prepara para organizar Espeleo Coahuila 2024, un encuentro que se realizará en Torreón del 4 al 6 de octubre próximos en conmemoración de sus 23 años como espeleóloga. 

Este evento no sólo celebra su trayectoria, sino que también busca inspirar a nuevas generaciones de espeleólogos en México. “Estaba en Torreón porque vine a ver el eclipse y en pláticas con el delegado del INAH, me dice, ‘¿por qué no usas el auditorio de aquí, del Museo Regional, y haces unas conferencias?’ Y dije, órale, sí se puede”.

Las enfermas cuevas de Coahuila

Además de sus logros en la exploración y conservación de cuevas, Mónica ha trabajado arduamente para impulsar la técnica vertical en la espeleología mexicana. Aunque lamenta que México aún no tenga deportistas que puedan competir a escala internacional, su espíritu de lucha la mantiene firme en la promoción de esta disciplina. Con recursos propios, logró registrar una competencia ante el Comité Olímpico Mexicano, a la que llamó Campeonato de la Amistad Espeleológica.

La vida de Mónica es un testimonio vivo de cómo la pasión y la perseverancia pueden superar cualquier obstáculo. Su legado en la espeleología de Coahuila refleja su inquebrantable compromiso con la exploración y conservación de las cuevas, y su historia sigue inspirando a todos aquellos que comparten su amor por esta disciplina.

Uno de sus hallazgos más notables ocurrió en la Cueva del Sarnoso en Torreón, donde su equipo descubrió una pequeña ranita conocida como Eleutherodactylus longipes o “ranita chilladora”, un segundo registro para Coahuila. 

“Es fascinante encontrar organismos que nunca se habían registrado en ciertas regiones, como la salamandra Pseudoeurycea que encontramos en una cueva a 60 metros de profundidad en Coahuila”, comparte Mónica, revelando la emoción que siente al descubrir nuevos secretos bajo tierra.

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Su amor por Cuatrociénegas también ha sido una fuerza motriz en su vida. Este valle, un laboratorio natural donde convergen biología, geología e hidrogeología, enfrenta peligros que han afectado su equilibrio por más de 23 años. 

“Es un lugar único que está en peligro desde hace 23 años. El nivel del agua ha bajado en las pozas poniendo en riesgo a los microorganismos endémicos”, advierte. 

El cambio climático ha dejado una marca profunda en las cuevas transformando algunos ecosistemas y convirtiendo otros en fósiles. “Las cuevas están vivas cuando hay movimiento de agua y gases sulfurosos que las mantienen activas”, explica. 

Sin embargo, la extracción de agua y la contaminación han comenzado a causar estragos poniendo en peligro estos delicados ecosistemas subterráneos. “Lo que hacemos en la superficie tiene un impacto directo en las cuevas. Hemos encontrado basura, pesticidas y otros desechos que están contaminando las fuentes de agua subterránea”, alerta.

Cuando se le pregunta sobre las condiciones actuales de las cuevas de Coahuila, suelta: “La mayoría están contaminadas”.

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