Claudia Sheinbaum se hizo en un hogar de izquierda y en el movimiento urbano

septiembre 28, 2024
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Foto: Facebook Claudia Sheinbaum.

Ciudad de México.– “Soy hija del 68”, suele decir Sheinbaum. En México, no hace falta decir mucho para entender las implicaciones políticas de esta definición. 

El año 1968 evoca la primera gran huelga universitaria en México, un movimiento estudiantil que culminó trágicamente con la masacre de Tlatelolco, ocurrida en la Plaza de las Tres Culturas, en la capital de México. 

Ese 2 de octubre dejó un saldo devastador de cientos de estudiantes indefensos heridos, detenidos y ejecutados por las fuerzas del Estado. 

La masacre fue un punto de inflexión en la historia de México debido a la brutalidad con la que se reprimió a los manifestantes; también marcó el inicio de la erosión del poder del PRI, que hasta entonces había mantenido un control casi absoluto sobre el país.

La huelga universitaria de 1968 comenzó como una serie de demandas por mejores condiciones educativas y mayores libertades democráticas. 

Los estudiantes se organizaron en un contexto global de movimientos sociales y luchas por los derechos civiles, inspirado por movimientos similares en París, Praga y otras partes del mundo. 

Sin embargo, el Gobierno mexicano, encabezado entonces por el presidente Gustavo Díaz Ordaz, respondió con una represión violenta. 

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Este episodio, conocido como la «Masacre de Tlatelolco», se convirtió en un símbolo de la lucha por la justicia y los derechos humanos en México. 

La memoria de Tlatelolco sigue viva en la conciencia colectiva del país y continúa siendo un recordatorio de la importancia de la resistencia y la búsqueda de la verdad y la justicia. 

Definirse como «hija del 68» es para Claudia una declaración de identidad fundacional y, al mismo tiempo, una agenda de trabajo.

«En México no hubo prácticamente reivindicaciones escolares; solo peticiones políticas; liberación de presos políticos, disolución del cuerpo de granaderos, destitución del alcalde de la ciudad, del jefe de la seguridad». 

La dolorosa represión, que marcó para siempre la memoria social mexicana, fue el germen de una nueva clase política que cabalgó un largo y trabajoso proceso de democratización.

SUS PADRES: PROTAGONISTAS DEL 68

«Mis padres participaron en el movimiento estudiantil, yo tenía seis años cuando fue la masacre en Tlatelolco del 2 de octubre», evoca Claudia Sheinbaum en Claudia: el documental, dirigido por su hijo Rodrigo Ímaz. 

«Y en ese movimiento mi madre participó como maestra del Politécnico. Y entonces esa dualidad entre hacer política para transformar el mundo y particularmente nuestra realidad, nuestro país, nuestra ciudad, y al mismo tiempo ese sentido académico, científico, fue donde yo crecí».

Tanto Carlos Sheinbaum Yoselevitz como Annie Pardo Cemo, padres de Claudia, estuvieron involucrados en el activismo de izquierda mexicano desde la década de los sesenta, que culmina con los acontecimientos de 1968. 

El matrimonio decidió dejar la zona tradicionalmente judía en el poniente de la capital de México, lo que también resultó en un desdibujamiento de la relación formal entre los Sheinbaum y la comunidad judía institucionalizada de México. 

La familia se instaló en el sur de la metrópoli, para nunca abandonarlo, cerca de Ciudad Universitaria, donde Annie trabajaba.

LOS ORÍGENES

Claudia Sheinbaum Pardo nació en la capital de México un 24 de junio en 1962, en la frontera entre el signo de Géminis y Cáncer, con un Venus y un Sol particularmente bien aspectados, afirman los que saben de esto. 

Por el lado paterno es descendiente de abuelos judíos askenazíes, que procedían de Lituania y llegaron a principios del siglo xx huyendo de la discriminación y la pobreza. 

Sus abuelos maternos, judíos sefardíes, vinieron de Sofía, Bulgaria, huyendo de la Segunda Guerra Mundial. Sus padres eran de formación científica y construyeron un hogar progresista y laico en el que la ciencia dejó poco espacio al culto religioso.

Claudia es hija del ingeniero químico Carlos Sheinbaum Yoselevitz y la bióloga Annie Pardo Cemo, y la segunda de tres hijos (Julio es el mayor, dedicado a las ciencias del mar y hoy reside en Ensenada; Adriana es la menor). 

Su padre nació en Jalisco, su madre en la capital de México y ambos se formaron en la UNAM. 

Carlos estudió primero en la Universidad de Guadalajara y después en la UNAM; se convirtió en microempresario, y doña Annie, en profesora universitaria. 

Annie, en particular, formó parte de la comunidad universitaria y, a lo largo de su vida, sería simpatizante del movimiento estudiantil, como profesora del Instituto Politécnico Nacional, y de diversas causas.

Claudia creció en un hogar de clase media al sur de la capital, en un ambiente con acceso a la cultura y abierto a la influencia política de la izquierda. Eran años convulsos en México.

Los movimientos obreros de principios de 1970 encontraron eco en las universidades públicas, especialmente en la UNAM y el IPN, donde Annie Pardo era profesora. 

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Los padres de Sheinbaum apoyaron las manifestaciones estudiantiles de 1968 y acogieron a varios de los líderes en veladas en su casa, además de los amigos rutinarios de la familia, otros científicos e intelectuales de renombre. 

Claudia, la niña y la adolescente, incorporó las discusiones de política a su formación, a la que añadió las clases de ballet, guitarra y remo.

La amistad con Raúl Álvarez Garín acercó a los Sheinbaum Pardo a la familia de Valentín Campa, el líder sindical ferrocarrilero que durante siete décadas de su vida impulsó la transformación del sistema político, económico y social en favor de los segmentos populares. 

Fue encarcelado en la prisión de Lecumberri en 12 ocasiones, que en conjunto suman 13 años, 11 meses y 13 días.

“Mi madre fue muy amiga de [María Fernanda] la Chata y de Valentina”, dice Claudia Sheinbaum, en referencia a las hijas del legendario dirigente del Partido Comunista Mexicano y candidato presidencial —sin registro— en 1976, cuando José López Portillo arrasó en una elección sin contrincante oficial, pues el Partido Acción Nacional, entonces «oposición leal» a la hegemonía priista, decidió no presentar aspirante.

Desde la infancia, Claudia estuvo inmersa en el mundo de la izquierda. Creció entre mujeres fuertes y preparadas, como su propia madre y la Chata Campa, quien murió en 2019 y fue despedida con un memorable obituario por parte de Blanche Petrich: «Una ciudadana de a pie, experta en los laberintos del Metro y los peseros. Prominente geóloga de talla internacional, defensora de los derechos humanos, abuela, madrugadora».

«Cuando Álvarez Garín salió de la cárcel —dice Sheinbaum en conversación con Arturo Cano—, íbamos mucho a su casa; convivíamos mucho». Y agrega: «Crecimos cerca de Ireri, que era hija de Valentina y Luis de la Peña». A él lo consideraba su primer mentor político fuera de su familia nuclear.

Álvarez Garín, fallecido en 2014, era uno de los dirigentes estudiantiles más entrañables. 

Fue promotor del grupo político Punto Crítico, que formaba parte del Comité Estudiantil de Solidaridad Obrero Campesina (CESOC), donde participaba Sheinbaum. 

Con los años, Claudia aprendió a sintetizar la moderación de Álvarez Garín con el pragmatismo de Campa para la movilización política.

EL FANTASMA DEL 68

El movimiento de 1968 sigue fresco en la memoria colectiva de la izquierda mexicana. Para Claudia, es más que eso; también es biografía. Hurgando en las estampas de su niñez, recuerda detalles de esa época. 

Le llamaba mucho la atención que algunos de los libros de la biblioteca familiar estuvieran ocultos a la vista. «Decía, ah, mira qué chistoso, hay libros en el clóset», comenta, recordando cómo sus padres guardaban allí, entre otros, una edición de El capital, de Karl Marx. «No nos fueran a denunciar, yo creo».

Sin ser propiamente clandestinas ni tampoco el producto de una militancia orgánica o profesional, estas experiencias daban cuenta de un hogar sensible a las injusticias y la disposición a incorporar el compromiso social a la vida cotidiana. 

Pero también marca una conciencia clara de los riesgos que eso implicaba, en una época donde la intolerancia a la disidencia carecía de límites o definiciones precisas. 

Con un árbol genealógico cruzado por los desarraigos provocados por otras intolerancias, las sufridas en el Viejo Continente, y la cercanía con figuras de la izquierda que pagaban con cárcel el autoritarismo, la infancia de Claudia quedó marcada con una sólida impronta de la necesidad del compromiso social pese a los riesgos e infortunios que ello desencadenara. Elementos que moldearían su futuro compromiso con el activismo y la política.

La bióloga Rosaura Ruiz, profesora en la UNAM, amiga originalmente de Annie Pardo y ahora también de la propia Sheinbaum (además de su colaboradora en el Gobierno de la Ciudad de México), recuerda que madre e hija solían visitar a sus amigos presos en Lecumberri, la prisión política a la que el régimen del PRI envió a los líderes estudiantiles, como Raúl Álvarez Garín y Salvador Martínez della Rocca, el Pino. «Eran los héroes de su madre; también lo eran de ella», apunta Ruiz.

Álvarez Garín, estudiante de Ciencias en la UNAM, participó desde la adolescencia en todo tipo de luchas sociales, campesinas, obreras y estudiantiles. 

En 1968 era uno de los líderes universitarios en la manifestación pacífica de aquel 2 de octubre, justo diez días antes del inicio de los Juegos Olímpicos en México. 

Se trataba, dijo él mismo años después, de «una demanda de democratización en muchos sentidos, pero en particular de romper todas las prácticas del autoritarismo mexicano».

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En cuanto al Pino, Salvador Martínez della Roca, estudiante del último semestre de la carrera de Física en la Universidad Nacional, cayó preso el 28 de agosto de 1968 y salió de Lecumberri dos años, seismeses y nuevedíasdespués.

Tras su libertad, “El Pino” decidió estudiar la carrera de Antropología, más tarde una maestría en Teoría del Estado y, finalmente, un doctorado en Sociología en la UNAM. 

Entre 1978 y 1980 trabajó en la Universidad de Guerrero y fue candidato sin posibilidades a la rectoría de esa casa de estudios. 

Fue miembro del grupo fundador de la revista Punto Crítico, de la que se separó en agosto de 1982 para fundar junto con otros de sus compañeros la agrupación Convergencia Comunista Siete de Enero. 

Casado durante algunos años con la bióloga Rosaura Ruiz, tuvo una hija y fue jefe del Departamento de Difusión del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM y coordinador del programa radiofónico Economía y Nación. 

En colaboración con Carlos Ímaz, Imanol Ordorika y Antonio Santos, el Pino preparó un libro sobre el conflicto del Consejo Estudiantil Universitario (CEU). Actualmente tiene 78 años y vive en Ciudad de México.

Si bien las imágenes del movimiento del 68, como tales, son borrosas en la memoria de Claudia Sheinbaum, pues apenas tenía seis años en ese entonces, atesora vívidos recuerdos de su infancia que están profundamente ligados a esos tumultuosos tiempos. 

Entre los más significativos están las visitas a la cárcel de Lecumberri, un lugar sombrío y temido, donde sus padres acudían regularmente para visitar a Raúl Álvarez Garín.

En las catacumbas de Lecumberri, Sheinbaum también conoció a Elena Poniatowska, quien escribía su memorable libro sobre la represión del 68.

«En las reuniones en su casa hablábamos de política y de mejorar las condiciones de la gente, porque siempre fuimos gente de izquierda. Ahí estaba Claudia, ese fue su ambiente familiar, un espacio donde no había discriminación», añade Ruiz.

Estas visitas, además de actos de apoyo y solidaridad, eran lecciones vivenciales para la niña. A través de estos encuentros, comenzó a entender la gravedad de la situación política y social de su país. 

La imagen de sus padres llevando alimentos y consuelo a los detenidos políticos, especialmente a una figura tan destacada como Álvarez Garín, dejó una impresión que nunca la abandonaría.

Del 68 Claudia recuerda haber pasado tiempo con sus abuelos paternos con los que iba al balneario de Oaxtepec, y que, tras la matanza de Tlatelolco, su madre fue despedida del Instituto Politécnico Nacional (IPN), por lo que tuvo que buscar trabajo en la UNAM.

ANNIE PARDO CEMO

Uno de los condiscípulos de la época estudiantil recuerda que Claudia era muy disciplinada, pero no ajena a la convivencia con sus compañeros. 

«La escuela es la escuela», le repetía su madre, quien también abría las puertas de su casa a los amigos de sus hijos. «No la recuerdo echando desmadre, ni de trago ni de fiesta. Pero toda la banda iba a comer a la casa de Annie». 

La madre que recibía generosamente a los amigos de sus hijos era Annie Pardo Cemo, profesora emérita de la UNAM en el Departamento de Biología Celular, donde suma 51 años de experiencia académica.

En octubre de 2002 Claudia publicó un mensaje en sus redes sociales sobre el reconocimiento otorgado a su madre por ser una de las investigadoras más citadas a nivel mundial. 

Algunos diarios publicaron que Pardo Cemo había sido incluida, con otros tres académicos de la UNAM, en la lista de los «investigadores más citados», según la cuarta versión del «2% List of World’s Scientists 2022», de la Universidad de Stanford. En dicha lista aparecieron también Antonio Lazcano Araujo Reyes, especialista en Biología Evolutiva; Juan J. Morrone Lupi, especialista en Sistemática Filogenética; y Adolfo Andrade Cetto, especialista en Etnofarmacología. 

Las notas explicaban: «Dicho ranking […] incluye a más de 180 mil investigadores de los más de 8 millones de científicos considerados activos en todo el mundo». 

La lista de premios y reconocimientos que ha recibido Annie Pardo a lo largo de su carrera académica es enorme, aunque destacan sus aportes al tratamiento de enfermedades crónico-degenerativas, en particular de la fibrosis pulmonar idiopática.

A mediados de mayo de 2023, se anunció que Annie Pardo Cemo recibiría el Premio Nacional de Ciencias 2022, junto al físico Roberto Escudero Derat, en la categoría de ciencias físico-matemáticas y naturales. 

En el Diario Oficial de la Federación, se publicó que las personas galardonadas en esa edición fueron elegidas porque «han realizado contribuciones notables en los diversos campos en los que se otorga este reconocimiento, lo que impulsa el progreso y la innovación en los ámbitos del saber».

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Esto ocurrió después de hacerse pública la distinción de la Sociedad Americana del Tórax (ats, por sus siglas en inglés) que reconocía «la excelencia en la investigación de biología molecular respiratoria de Annie Pardo por ser vanguardista en la comprensión y tratamiento de enfermedades pulmonares».

Tras el anuncio, Claudia Sheinbaum divulgó un breve video en el que, además de expresar orgullo por su progenitora, hizo un repaso sobre los aportes y distinciones recibidas por Annie Pardo en su carrera científica de más de cinco décadas. 

Sheinbaum nombró las instituciones en las que su madre realizó estancias de investigación y recordó que sus aportaciones científicas:

Se reflejan en más de 180 publicaciones que han sido citadas más de 25 mil veces, y en 2015 [recibió] el Recognition Award for Scientific Accomplishments; y este premio se otorga a los investigadores que han realizado las contribuciones científicas mundiales más sobresalientes en el área de pulmón. 

Y les voy a contar que es la primera mujer no estadounidense que recibió este reconocimiento. Es una mujer que ha abierto brecha a muchísimas científicas, a muchísimas mujeres.

En el video también recordó que la expulsaron del Politécnico Nacional donde era docente por su participación en el movimiento de 1968: «Tuvo que empezar de nuevo de cero, pero nunca se rindió. Ella salió de abajo con su esfuerzo. Muchas gracias, mamá, por lo que has dado a tu familia y a tu patria».

Por su parte, el ingeniero químico, padre de Claudia, se convirtió en pequeño empresario al pasar de los años. 

A finales de abril de 2023, en una reunión con miembros de la iniciativa privada de León, Guanajuato, Claudia recordó que su padre «trabajó casi toda su vida en una pequeña empresa que hacía aceites para curtir pieles» y que, por tanto, «León era como su segunda casa».

En un mensaje en Instagram recordó a su padre, fallecido en 2013: «De mi papá, ingeniero químico, heredé su pasión por la política, los domingos de Chapultepec y la música de Juan Gabriel. Estaría hoy feliz pues era un aficionado al Atlas. Sigue presente al leer el periódico en la mañana. Feliz día a todos los padres».

SUS RAÍCES JUDÍAS

Claudia Sheinbaum Pardo se convirtió en 2024 en la primera mujer electa por voto popular en gobernar la nación, pero también en la primera persona judía en ostentar el máximo cargo en la historia del país. 

También fue la primera originaria de esa comunidad en ocupar el cargo de jefa de Gobierno de la Ciudad de México, apunta la publicación de la comunidad judía Enlace Judío.

Según el periodista mexicano Alan Grabinsky y de acuerdo con el sitio JTA, «la familia nuclear» de la presidenta electa «ha preferido identificarse más con una tradición de activismo político mexicano que con sus raíces judías. Aunque la tradición sefardí y la askenazí fluyen por sus venas».

Como ya se ha mencionado, su padre Carlos Sheinbaum Yoselevitz procede de una familia de origen askenazí que se estableció en México en la década de 1920, proveniente de Lituania, cuando la migración judía hacia nuestro país comenzó a incrementarse considerablemente. 

El abuelo de Claudia Sheinbaum fue un comerciante de joyas que en México se vio involucrado en las actividades del Partido Comunista Mexicano. En la casa donde creció su padre, la vida cotidiana se desarrollaba en ídish, con platillos askenazíes y la observancia de las fiestas mayores judías.

Son datos descritos por la propia Claudia en una reunión en la que habló sobre sus raíces con mujeres de la comunidad a inicios del mes de junio de 2018, recogidas en la mencionada publicación Enlace Judío.

Por su parte, su madre, Annie Pardo Cemo, tomó clases en una escuela judía y tras cursar la carrera de Biología en la UNAM, se convirtió en la primera sefardí en entrar a la Academia Mexicana, señala la misma publicación.

EL CONFLICTO PALESTINO-ISRAELÍ

El 12 de enero de 2009, los diarios del mundo informaban sobre las protestas contra la operación Plomo Fundido que el ejército de Israel inició el 27 diciembre de 2008 y concluyó el 18 de enero de 2009, con la muerte de 1 400 palestinos, muchos de ellos civiles. 

La Jornada publicó una foto de la protesta realizada en Madrid con el siguiente encabezado: «Protestan miles contra la matanza en Palestina». 

En el pie de foto se informaba que manifestaciones similares tuvieron lugar en Austria, Grecia, Italia, Indonesia, Hong Kong y Pakistán.

En la sección «Correo ilustrado» de aquel número, apareció un texto de Claudia Sheinbaum, quien entonces formaba parte del Gabinete «legítimo» de Andrés Manuel López Obrador en el Distrito Federal. 

Vale la pena detenerse en algunas líneas porque, poco dada a las declaraciones formales, constituye un inusual posicionamiento sobre sus orígenes y el conflicto palestino-israelí:

“Provengo de familia judía y estoy orgullosa de mis abuelos y de mis padres. Mi abuela paterna, exiliada de Lituania por razones económicas y raciales, llegó a México con parte de su familia en la segunda década del siglo XX. Mi abuelo paterno llegó a México por la misma época, también exiliado de Lituania, por razones políticas y raciales: era judío y comunista.

Mis abuelos maternos llegaron a México huyendo de la persecución nazi. Se salvaron de milagro. Muchos de mis familiares de esa generación fueron exterminados en los campos de concentración. Ambas familias decidieron hacer de México su patria. Fui educada como mexicana. Amando su historia y su pueblo. Soy mexicana y por eso lucho por mi patria. No puedo ni quiero negar mi historia; hacerlo sería, como dice León Gieco, negar el alma de la vida. Pero también soy ciudadana del mundo, por mi historia y porque así pienso que debe ser.

Me refiero, por supuesto, a hombres y mujeres libertarios, humanistas, no racistas, que luchan por la paz… «Imagina», como compuso John Lennon. Por ello, por mi origen judío, por mi amor a México y por sentirme ciudadana del mundo, comparto con millones el deseo de justicia, igualdad, fraternidad y paz, y, por tanto, solo puedo ver con horror las imágenes de los bombardeos del Estado israelí en Gaza… Ninguna razón justifica el asesinato de civiles palestinos… Nada, nada, nada, puede justificar el asesinato de un niño. Por ello me uno al grito de millones en el mundo que piden el alto al fuego y el retiro inmediato de las tropas israelíes del territorio palestino. Como dijo Alberto Szpunberg, poeta argentino, en una carta reciente: «De eso se trata: de salvar un mundo, este único y angustiado mundo que habitamos todos, que a todos pertenece y que hoy se llama Gaza».

Claudia Sheinbaum Pardo

La referencia a esa publicación lleva a Claudia a hablar de sus ancestros. Aporta otros datos sobre su abuelo paterno, quien procedente de Lituania pasó algún tiempo en Cuba, de donde fue expulsado, y de un tío, hermano de su abuelo, que participó en el movimiento ferrocarrilero de los cincuenta.

En diversas declaraciones Sheinbaum ha hablado del «orgullo» de sus orígenes. Explica: «¿Cómo no vas a estar orgullosa? De mis abuelos, pues claro que sí, eran gente trabajadora, luchona. Con mis abuelos íbamos, sí, a las fiestas, al Yom Kippur, pero era más bien la comida de esas fechas, algo más cultural que religioso. Mis abuelos maternos eran judíos sefarditas, entonces la comida ahí era muy parecida a la comida árabe, en muchos sentidos». 

Claudia Sheinbaum asegura que, en lo personal, nunca padeció expresiones de racismo. «Mi madre y mi padre nos criaron amando a México y su historia, a la tierra donde ellos y nosotros, sus hijos, nacimos».

Tres años después de la publicación del texto en el «Correo Ilustrado», frente a un nuevo episodio en el conflicto israelí-palestino, Sheinbaum refrendó en Twitter, hoy X, sus palabras de entonces. «Sigo pensando lo mismo», escribió, y colocó el enlace a La Jornada donde se puede leer el texto.

SinEmbargo

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