La Gran Huelga de Saltillo en 1974: A veces los obreros triunfan

octubre 5, 2024
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La Gran Huelga CINSA-CFIUNSA 1974.

Por Arturo Rodríguez García

Desde niño escuché anécdotas de la Huelga Cinsa–Cifunsa. En la colonia donde crecí recuerdo en particular a una familia pobrísima cuya cabeza era un hombre robusto, vestido siempre con los mismos harapos, taciturno, inexpresivo. Vendía chicles, semillas y alguna golosina en un canasto. 

Los amigos mayores de la cuadra solían decir de él, casi en susurros, que “se quedó sin trabajo porque anduvo en la huelga”. 

Nadie tenía más información y alguna vez, sin saber los detalles concretos del vecino, me explicaron sin más que “fue una vez que hubo una huelga porque se andaban metiendo los rojos”.

Siendo muy joven tuve más referencias, especialmente cuando conocí a José Guadalupe Robledo Guerrero, por ahí de 1993. Habían pasado 20 años desde los movimientos de autonomía, movimiento popular y la huelga Cinsa– Cifunsa y sus relatos eran vibrantes. 

A mí me parecía algo lejano; lo imaginaba como las fotografías de prensa, en blanco y negro. Ahora pienso que dos décadas era un pasado más o menos reciente en los noventa, para quienes lo vivieron en los tempranos setenta.

Por esos años también conocí a Salvador Alcázar, aunque sólo como entrenador y no supe hasta tiempo después de su relevancia en la huelga. Escuché hablar, con la peculiaridad de un caló casi extinto, a Jesús Ruiz Tejada sobre la huelga y sobre el trenazo de Puente Moreno de 1972, otra historia que creo marcó en mucho la efervescencia social de aquellos años en Saltillo, una tragedia que fue precursora de la indignación social cuando entre 300 y mil 200 saltillenses murieron.

Cada una de esas historias las conocí a través de los años por relatos orales, excepto por los trabajos de memoria que José Guadalupe Robledo publicaba, primero, en conmemoración por algún aniversario y, después, por la sección “Mis sexenios” en El Periódico de Saltillo que hasta ahora dirige.

Cuando en 2022 proyecté en El Coahuilense Noticias recuperar la memoria del Trenazo de Puente Moreno de 1972, me llevé una sorpresa al descubrir que prácticamente no había producción periodística o histórica sobre la tragedia que enlutó a todos los barrios populares saltillenses y sólo en los últimos años un libro de Francisco de la Peña reunió relatos importantes al respecto. 

Más aún, quedamos sorprendidos cuando Sergio Rincón, investigador que contratamos para la búsqueda del caso Puente Moreno en el Archivo General de la Nación, nos informó que cinco tomos del expediente estaban perdidos. La historia había sido borrada, como la fosa común donde se enterraron los restos no identificados.

Pienso que el accidente ferroviario de 1972 activó una indignación social que se fue configurando para lo que estaba por suceder y gracias a Robledo entendí que ello formaba parte de un mismo proceso histórico, social y hasta económico que continuó con el movimiento de autonomía universitaria de 1973, el Movimiento de los Sin Tierra que se inició en la colonia Chamizal y, naturalmente, la huelga Cinsa–Cifunsa de 1974.

Pero como en el caso de Puente Moreno, ninguno de esos episodios trascendentales para la ciudad habían sido objeto de un trabajo testimonial o una investigación histórica; ni siquiera se conservaba alguna huella artística, un corrido o una pintura… Como si esos movimientos hubieran querido ser borrados.

Por diferentes circunstancias no pudimos realizar algún trabajo sobre la autonomía de la Universidad que, sin embargo, tuvo actos oficiales y algunas memorias publicadas. 

Pero la huelga tiene un sentido especial: en una ciudad que, como también Robledo dice, es predominantemente obrera, es imposible no dejar un testimonio editorial de lo que considero es La Gran Huelga de nuestra historia y sobre la que sólo existía, además de los relatos de Robledo, el ensayo publicado por Manuel Camacho Solís en una revista académica del Colegio de México.

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He conocido a la mayoría de los protagonistas del movimiento obrero de 1974: mantengo amistad con Salvador Alcázar, un hombre bueno con quien la Historia ha sido injusta; conocí brevemente a Nelly Herrera, aunque nunca tuve una conversación a profundidad sobre 1974; estudié el bachillerato con “los córporos” y he hablado del tema con Óscar Pimentel; traté a los sacerdotes Pedro Pantoja y Alejandro Castillo; conocí a los cetemistas del “grupo mayoritario”, esquiroles de aquel tiempo; fui testigo de discusiones intensas, o charlas emotivas con obreros de aquellos años; memorioso, el líder ferrocarrilero, Jesús Ruiz Tejada, habló del tema alguna vez, cuando en su casa me encontré a Alcázar. 

Entrevisté a Francisco Javier Almaguer, que era el presidente de la Junta Local de Conciliación y Arbitraje, quien en una entrevista en los tempranos dos mil me dijo que “fue una época en la que los señores del dinero querían imponer su voluntad y los obreros se resistieron”.

No conocí, y creo que muy pocos con interés en el tema conocieron, a los hermanos Isidro y Javier López del Bosque. La sola invocación de sus nombres en la clase política y empresarial era tema sensible. 

La dependencia que durante tantos años tuvo la ciudad de sus capitales provocó que la gente hablara así, como los muchachos del barrio, en susurros. El afijo “don” unido a sus nombres, pronunciado a veces con temor, otras con gratitud, unas más con reverencia y la mayoría de las veces por costumbre: donisidro, donjavier.

El año 2024 me permitió unir algunas piezas, recordar conversaciones y hacerme una idea más clara de lo que entonces ocurrió.

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La idea más clara de esa época la he tenido por José Guadalupe Robledo Guerrero. Fue él quien por sus escritos y conversaciones me permitió entender el hilo conductor entre el surgimiento de tres movimientos sociales y las consecuencias de éstos, una idea que hace poco profundizó Jorge Arturo Estrada, periodista e historiador que ha escrito una obra reciente al respecto.

A todos aquellos que hablaron de la huelga, les pregunté del proceso represivo que ha sido una de mis obsesiones periodísticas y acaso históricas. No hubo. No se reprimió la autonomía, no se reprimió a los posesionarios de La Chamizal, ni a los obreros. 

Podría añadir que no se reprimieron las expresiones de inconformidad de quienes protestaron respecto del trenazo de 1972. Se trata de un aspecto relevante porque acababa de pasar 1968 y 1971, la llamada “Guerra Sucia” estaba en auge, pero los movimientos sociales de Saltillo no fueron reprimidos.

Si coincidimos en que cada movimiento de los mencionados tenía enlaces, la ausencia de un proceso represivo violento tuvo un protagonista poco mencionado y que Robledo identifica con claridad: el gobernador Eulalio Gutiérrez Treviño. 

De ahí la relevancia de que en el texto de apertura en este volumen se dimensionen dos factores: la genuinidad de los movimientos y la figura del entonces gobernador.

La colección editorial que hemos lanzado se compone de diversas obras: Crónica de un movimiento heroico, de Lilia E Cárdenas, universitaria que publicó el día a día de la huelga en el diario El Independiente; La huelga. El espionaje político, un trabajo que reúne el expediente de la Dirección Federal de Seguridad; La huelga de Saltillo. Un intento de regeneración obrera, de Manuel Camacho Solís, que durante mucho tiempo fue el único texto al respecto.

Pero faltaba una visión que considero de primera importancia. Con la premura del proyecto, le pedí a José Guadalupe Robledo Guerrero que me permitiera recuperar sus trabajos periodísticos, aquellos que publicó a través de los años. Aceptó generosamente y, no sólo eso, me entregó un tesoro: la hemeroteca de El Periódico de Saltillo para su conservación.

Esos fragmentos son una crónica espléndida que presenta momentos relevantes de la huelga, reflexiones y aclaraciones que resultan indispensables para comprender el movimiento. 

A diferencia de aquellos niños repitiendo la entonación y el susurro de los adultos del barrio, Robledo es contundente en sus expresiones. Por su riqueza narrativa sus textos se apegan más al género épico y eso, junto con el nivel de detalle, constituye el trabajo más completo que haya visto sobre la Huelga Cinsa–Cifunsa de 1974.

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Arturo Rodríguez García

Director en El Coahuilense y Notas Sin Pauta; reportero en la revista Proceso y columnista en El Heraldo de México.

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