Por Angélica Velázquez
Les vengo a hablar de un peliculón, tan enorme como los 215 minutos que dura, tan sólida como los muros de concreto de los que abusan en esta corriente arquitectónica, tan grande como los 70mm en los que fue filmada.
Pero no, no les vengo a decir que si la dirección es sublime como ver a Kurosawa, o si la fotografía o las actuaciones nos estremecen, para eso ya hay muchos tiktoks.
Quiero, o más bien, necesito escribir, sobre la increíble angustia que sentí una muy buena parte de la película, al ver que el avance de obra no iba conforme al programa, que tenían que hacer cambios al diseño para no salirse de presupuesto (value engineering diríamos hoy).
Dios, he estado ahí, y he visto cómo los desarrolladores podemos explotar por defender una línea, un ángulo, un detalle que para la mayoría sería nimio, pero que para nosotros es más que importante. László, te entiendo, grítales a todos los que no se comprometen con tu obra, los que la quieren modificar sin entenderla, patea a los que se saltan las ya de por sí muy laxas normas de seguridad de los años 50s, porque sí, los accidentes cuestan dinero, tiempo y paz. Anda, sacrifica tu fe, canaliza tu dolor en un legado tangible, aunque para los demás tus sacrificios personales y emocionales no hayan valido la pena, hazlo, aunque tarden 30 años en reconocer tu talento y tu trayectoria.
¿Me estoy proyectando muy cabrón? Sí, ya sé, no soy ningún genio incomprendido de la arquitectura, es más, ni arquitecta soy. Solo soy una ingeniera con un ego tan grande como para querer dejar “un legado”, lo que sea que eso signifique.
Porque entiendo que no soy una artista, pero sí soy una loca perseverante que le ha puesto los ahorros de su vida a un proyecto al que le sigo dedicando mucho más de 40 horas a la semana, y eso basta para entender y compartir la satisfacción de pasar del papel (o la maqueta electrónica) a la materialidad de la obra, con los mil contratiempos y frustraciones que eso conlleva.
Obviamente la película abarca muchos otros temas: la migración, la libertad, el precio de tener un hogar, la arrogancia, las adicciones, la discriminación, la necesidad de reconocimiento, el poder, el control, las heridas, la supervivencia, la monumentalidad, la lealtad y otros dos de mis temas favoritos, la depresión y los judíos.
Y es que ¡ufff! Los diálogos son una joya, ya que –como el brutalismo–, entre sus paredes grises y austeras se cuelan inesperados juegos de luces, sombras y simbolismo, y la maestría que logran, nos deja a los espectadores uniendo los puntos para entender todo lo que se insinúa, y sólo por eso ya se merece todos los premios de la temporada.
Y bueno, solo un pequeño spoiler, van a ver la escena más incómoda del año, en la locación más majestuosa. Creo que ya nunca voy a poder ver el mármol de Carrara como antes.
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