Por Alejandro Páez Varela
1. Vamos en un tren
Vamos en el tren que vamos. No hay manera de bajarse. Si se estrella, nos estrellamos. Si se sale de las vías, todos descarrilamos. Pero ahora no somos la trompa que jala al mundo hacia el barranco. Somos uno de los carros y hasta diría: en una de esas, somos el carro que sale menos dañado.
Y no siempre fue así. Hace 30 años fuimos los causantes de una crisis global. Los libros dicen que fue la primera crisis financiera internacional. Dos irresponsables, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, nos llevaron al baile y luego se cargaron con el mundo. Cayeron regiones completas, una por una. Cayeron potencias y economías pequeñas. La contingencia fue de tal magnitud que el aleteo de la mariposa en México provocó un tsunami en Asia y una tormenta invernal en Rusia. La crisis dio vuelta, literal, al globo. Terminó dañando a todos, de Tokio a Nueva York y de Buenos Aires a Bangkok.
🗞 | Suscríbete aquí al newsletter de El Coahuilense Noticias y recibe las claves informativas del estado.
Ahora vamos en un tren, todos. Y no hay manera de bajarse. Se va a estrellar y nos estrellamos. Descarrila y descarrilamos. La gran diferencia es que la trompa que jala al mundo hacia el barranco no es México: es Estados Unidos. Otro irresponsable, Donald Trump, nos lleva al baile. Millones de empleos se perderán si no recula en su guerra de aranceles; millones de créditos se irán a cartera vencida y millones de familias perderán sus casas, sus autos, la matrícula de sus hijos en la escuela. Si no se retracta, causará dolor a naciones enteras.
Y es curioso cómo, treinta años después, no somos nosotros los causantes del caos y no somos nosotros los más perjudicados. Siempre hemos sido los más perjudicados. Mamá contaba que ella aprendió la palabra “inflación” parada en el mercado, con niños chiquitos agarrados de su mano; con un billete y unas cuantas monedas que se le desmoronaban antes de gastarlas. Aprendió la palabra “inflación” antes que otras madres, en otras partes del mundo. Aprendió cuando el dinero que traía en la bolsa ya no valía un carajo.
Mucho de lo que vivimos entonces no está en ningún lado, documentado, porque los periodistas, los académicos, los historiadores e intelectuales decentes se contaban con los dedos de las manos. Casi todos estaban pegados a la ubre del Gobierno, mamando leche fresca mientras los demás se deshidrataban.
Mucho de lo que vivieron nuestros padres y nuestros abuelos no quedó en hemerotecas o en bibliotecas porque los que debían contarlo renunciaron a hacerlo para no molestar a los poderes que pagaban sus privilegios.
💬 | Únete a nuestro canal de WhatsApp para que recibas las noticias y trabajos destacados de El Coahuilense Noticias.
Recuerdo algo. Quizás entre todos recordemos algo. Veo a mamá limpiando frijoles en el mantel de plástico del comedor, separando piedras de granos buenos. La veo con el ceño fruncido, en la década de 1980, preocupada y diciéndonos cosas como: “No puede ser, no puede ser, a dónde hemos llegado”. O bien: “Tanta piedra en los frijoles da para dos platos”. O: “Se va un Presidente desgraciado y llega otro más desgraciado”.
Ay, Dios, decía. Siempre invocando a Dios, la pobre. Ocho bocas y mi padre con dos trajes viejos y tan planchados que brillaban. Ocho bocas, seis mochilas escolares y seis pares de zapatos desgastados. Ocho bocas y seis chiquillos expuestos a todo en un barrio de pachucos de Ciudad Juarez. Y aún así, ninguno de nosotros tomó un mal camino. Ninguno dijo: voy a vender lo que vende todo mundo para salir adelante. Allí, en las calles de mi barrio, se vendían globitos de heroína y bolsas de mariguana. Pero ninguno de nosotros dijo: me pongo a vender droga. No.
Mi hermana mediana vendía dulces en la primaria y todos empezamos a trabajar siendo adolescentes, en lo que fuera. Y no éramos los más maltratados. No éramos los pobres del barrio. Había más pobres. Había desamparados. Había los que perdían a su padre siendo niños o los que iban a visitarlo a la cárcel los sábados por la mañana. Había los que esperaban sentados en la banqueta a que su madre regresara de la maquiladora, con cinco años o menos y con mucha hambre, a la entrada de aquellas vecindades de las colonias Melchor Ocampo o Chaveña de Ciudad Juárez.
Yo recuerdo algo. Quizás entre todos recordemos algo porque los que debían contarlo renunciaron a hacerlo por privilegios y dinero. ¿Dónde están las crónicas de aquellos años? ¿Dónde están los académicos, los periodistas, los intelectuales que debieron contarlo? Mientras México sufría, ellos eran cortesanos.
Yo recuerdo algo. Ojalá siempre recordáramos.
2. Como no era su dinero
Aquello fue una crisis de confianza. La llegada de Ernesto Zedillo después del levantamiento zapatista y los asesinados de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu pusieron de nervios a los inversionistas. Pero lo que realmente asustó a los capitalistas fue que Carlos Salinas había gastado recursos como si no hubiera mañana; que había generado un enorme déficit de cuenta; que consumió ríos de dinero del petróleo y que, además de todo, pidió prestado. Emitió grandes cantidades de bonos para financiarse.
Y por si fuera poco, Salinas vendió a precio de ganga los bancos y las empresas de los mexicanos y no hizo ahorro ni generó fondos de contingencia. Nos hundimos bien hundidos; nos hundimos en serio.
Hace 30 años, en días como hoy, Zedillo se gastaba en las élites el dinero de varios préstamos del Fondo Monetario Internacional y de Estados Unidos. Hace 30 años, en días como hoy, empresarios y banqueros e industriales y familias que lo tenían todo metían a la panza del Fobaproa sus deudas y sus fracasos. Sobre todo sus fracasos. Y Zedillo les aceptó todo.
Como no era su dinero; como el PRI era mayoría y nadie les podía obligar a rendir cuentas; como los partidos prostitutos de siempre (el PAN, el Verde) estaban de su lado, organizaron las cosas de tal manera que los de abajo pagaran con su trabajo la fiesta de un puñado mero arriba. Una fiesta larga, larga, que sigue hasta la fecha.
Y, claro, las élites hablaban maravillas de Zedillo como antes hablaban de Salinas, el que hizo más ricos a los multimillonarios. “Un demócrata”, decían de él. “El doctor Zedillo es un buen hombre”, escuché alguna vez al director de un periódico. Y cómo no iban a alabarlo. Pidió dinero a nombre de México, endosó la factura a los ciudadanos de a pie (que seguimos pagándola) y rescató a las élites de sus propios fracasos.
¿Tienes un negocio que nunca funcionó? Al Fobaproa. ¿Tienes un banco que dejó crecer la cartera vencida y nunca creó reservas preventivas? Al Fobaproa. ¿Tienes una fábrica que resultó mala idea, o te gastaste de más en aviones y helicópteros, y así te agarró el Efecto Tequila? Al Fobaproa. ¿Eres un político supuestamente de oposición, pero cargas en el lomo una deuda producto de tus malas apuestas? Al Fobaproa.
Cómo no iban a adorar a Zedillo. Claro que lo adoraban. Escribían cantos en su memoria.
Y luego Zedillo, nada tonto, le entregó la Presidencia a uno de los rescatados por Fobaproa: Vicente Fox. ¿Qué podía decir el panista de esa enorme deuda? Nada. Nunca se abrió la panza del Fobaproa para transparentarla porque, claro, los primeros que saldrían serían los panistas premiados por su silencio.
3. Sí, cómo no
Nunca sabremos cuántos sueños se hicieron añicos, pero fueron millones. Nunca podremos contar a los que tomaron un destino torcido, distinto al que sus padres imaginaron. Nunca sabremos cuántos hijos de la crisis provocada por Salinas y Zedillo se hundieron en la droga, en el abandono; o cuántos brincaron a la oscuridad del crimen organizado a partir de que se perdieron los negocios de sus familias.
Lo que sabemos es que la pobreza se roba las oportunidades, y que la falta de oportunidades es utilizada por los crimines para atrapar jóvenes.
Las cifras que existen sobre el aumento de la pobreza en México como consecuencia del llamado “error de diciembre” difieren, según el tipo de medición. Algunos calculan un aumento de 5.5 millones de pobres, otros hasta 30 millones. Un dato indica que en 1996, 37.4 por ciento de la población no podía comprar la canasta básica y eso se tradujo en 15.6 millones de nuevos pobres en 24 meses. Otros dicen que el porcentaje de mexicanos que no podía cubrir su vestido, salud, educación y esparcimiento aumentó de 30 por ciento en 1994 a 46.9 por ciento en 1996.
El Coneval indica que en 1994 la pobreza alimentaria era de 21.2 por ciento y en 1996 brincó hasta 37 por ciento. La pobreza de capacidades avanzó de 30 por ciento en 1994 a 46.9 por ciento en 1996. Y la pobreza de patrimonio era de 52.4 por ciento en 1994 y creció hasta 69 por ciento en 1996. Es decir, millones se incorporaron a las masas de desamparados en México durante la Presidencia de Zedillo y por los errores cometidos junto con Salinas. Y todavía hay quienes los extrañan. Y todavía hay quienes llaman a uno o al otro “el mejor Presidente de México”.
Cómo no iban a adorar en las élites a Zedillo, si le robó a los más pobres para pagar las deudas de unos cuántos. “Un demócrata”, decían de él. “El doctor Zedillo es un buen hombre”. Sí, cómo no.
4. Un pequeño detalle
Es 2025 y vamos en el tren global. No hay manera de bajarse. Si se estrella porque a Trump se le ocurrió declarar una guerra comercial, nos estrellamos. Pero hay pequeñas y grandes diferencias a 1995.
Para empezar, tenemos reservas internacionales. Y para acortar la explicación, hoy existen fundamentales que frenarían una caída al vacío como hace 30 años. Y bueno, el pequeño detalle de que ahora no somos nosotros, los mexicanos, los que jalamos al mundo hacia el abismo.
Sin duda entramos a un momento clave de la historia. Es probable, por ejemplo, que Washington necesite de nosotros para enfrentar los bloques que se formarán con las políticas de Trump. Me gustaría pensar que somos el nuevo Alemania o el nuevo Japón, que después de la Segunda Guerra Mundial se aliaron a Estados Unidos y emprendieron una histórica recuperación desde la ruina hasta ser potencias globales. ¿Qué nos lo impide? Varios factores lo impiden, sí. Trabajadores somos y no es algo menor. Pero nos falta acabar con la impunidad, la corrupción y la violencia, para empezar. Creo que la mayoría coincide con el diagnóstico. Necesitamos agua, energía, infraestructura, investigación, autosuficiencia. Y de eso se trata el Plan México que lanzó Claudia Sheinbaum la semana pasada.
Ojalá que los mexicanos entendamos que un regreso al PRIAN no es opción. Y al mismo tiempo, ojalá que las fuerzas progresistas y de izquierda que hoy tienen el poder comprendan su responsabilidad y no se corrompan, no se pudran. La podredumbre acaba con todo. No lo permitan.
Nos ha costado mucho llegar hasta aquí. Tenemos la obligación de recordarlo. Del último gran golpe han pasado 30 años y muchos murieron en el camino. Por ellos y por los que vienen, mi deseo más mínimo es que México entre a un ciclo virtuoso una vez que salgamos del apuro en el que ahora mismo nos encontramos.
Si el tren global se sale de los rieles, todos descarrilamos. Pero me veo más listo que entonces para regresar a las vías. Ojalá no sea solamente una ilusión.
MÁS DEL AUTOR:
Síguenos en