Aumenta 10% el consumo de cristal en los ejidos de Coahuila

noviembre 1, 2024
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Por Valeria Cámun 

Los hombres se fueron. Abandonaron el rancho para buscar mejores oportunidades de vida. 

La tierra seca conoció las manos de las mujeres que se quedaron y, a punta de esfuerzo y cansancio, la hicieron florecer. 

Los niños crecieron en la precariedad del ejido, y aprendieron que se tiene que salir de ahí para poder sobrevivir. 

Las fábricas se fueron arrimando a La Providencia, allá por Derramadero; a Cuautla, por la carretera a Torreón; a San José de la Joya, en La Angostura, y a los 84 núcleos agrarios que ocupan 96.6% del territorio de Saltillo. 

La “modernidad” se instaló en el desierto e invitó a los jóvenes a ser parte de ese mundo de jornadas de 12 horas, sueldos precarios, Seguro Social y vales de despensa, y hasta les puso un transporte de personal. 

Al cabo de un tiempo los hombres regresaron, pero lo hicieron muy cambiados. 

“La conoció en la fábrica, dizque para poder aguantar los turnos, pero ahora se la pasa encerrado nomás con el foco prendido; y ahora, ya sin sueldo, sin trabajo, nomás mantenerlo y gastar en curarle su locura”, dice la señora Leonor, madre de Óscar, joven de 27 años que trabajó casi 10 años de operario y ahora es adicto al cristal. 

Y como él, cada día más. 

Alejandro Cepeda Valdés, director general del DIF Coahuila, afirma que la incidencia del consumo de sustancias tóxicas aumentó 10% en los ejidos, una cifra que crece todos los días. 

“Hemos detectado que hay algún tipo de adicción en varios sectores de la población, por eso nuestros programas son abiertos a todo el público, sí hemos detectado que hay más consumo en las comunidades rurales”, señala.

Según el Censo de Población y Vivienda 2020 del Inegi, la población rural de Saltillo es de 15 mil 527 personas, 51.9% son hombres y 48.1% son mujeres; la edad promedio es de 29 años o menos, y 20 de cada 100 personas en edad productiva no trabajan y dependen directamente de algún familiar. 

Visión distorsionada 

Un inhóspito desierto de esperanzas muertas y futuro estéril, o un paraíso alucinante y fructífero en donde uno domina el mundo; todo depende del cristal con que se mire. 

Y aquí en el campo, el llamado “criko” es la droga más adictiva y accesible del mercado. Llegó para distorsionar la percepción de cientos de jóvenes que prefieren alucinar a vivir la crudeza de la realidad.

Esta droga sintética es preparada con sustancias químicas altamente tóxicas, como hidróxido de amoníaco, acetona, litio, ácido para baterías, éter, antihistamínicos, pseudoefedrina y fentanilo: un cóctel diseñado para crear adicción desde el primer consumo, una mezcla de la que no hay marcha atrás. 

Se calcula que un gramo de esta droga de diseño cuesta alrededor de 200 pesos, y es fácil conseguirla “con el amigo de un amigo”; es decir, aunque quienes no la consumen la ven como algo muy lejano, la realidad es que la mayoría de los jóvenes conocen a alguien que la consume o la vende.

Y para ponerla más al alcance, las redes sociales: una búsqueda en los grupos de venta de Facebook o de WhatsApp es suficiente para acceder al catálogo con los productos disponibles. Y sí, en los ejidos puede no haber servicios básicos de salud, pero sí hay internet. 

Entre las carencias, la lejanía, la falta de oportunidades educativas y sin un proyecto de vida, hombres y mujeres de las comunidades rurales recurren a las drogas para salir de ahí. 

“Tengo dos hijos, de 20 y 22 años, y los dos andan en malos pasos”, reconoce la señora Beatriz, de La Providencia. 

Cuenta que hace tres años ambos muchachos entraron a una de las 52 compañías instaladas en el Parque Industrial Alianza Derramadero, la mayoría dedicada a la industria automotriz, y aunque al principio vio beneficios en ese trabajo extenuante, pronto lamentó las consecuencias. 

“Pues entre los mismos compañeros se la pasan. Quién sabe quién se las habrá dado, pero éstos luego luego se engancharon. Primero me mintieron, trataron de ocultarlo, pero ya después lo hacían a la vista de todos, y ahorita ahí están, en la casa, nomás haciendo infiernos”, relata. 

Pleitos en la familia y con los vecinos; gritos, golpes, llantos: las noches ya no son las mismas en el rancho. 

El cristal –que se puede fumar, aspirar, inyectar y comer– ocasiona efectos psicoactivos que actúan directamente sobre el sistema nervioso; la sustancia altera la percepción, modifica el estado de ánimo, inhibe el hambre, el dolor y el cansancio. 

La dopamina domina los sentidos. Este neurotransmisor genera placer y la sensación de felicidad: el shot de euforia dura de 12 a 24 horas… después, el bajón: manos temblorosas, nerviosismo, ansiedad, taquicardia, irritabilidad, alucinaciones y cuadros psicóticos. 

Cepeda Valdés lamenta que la drogadicción puede detonar decisiones fatales, situación alarmante ante el permanente aumento de suicidios en la región.

“No está realmente comprobado, pero nosotros de manera interna sí podemos ver que las acciones que llevan al tema de suicidio muchas veces va acompañado de la depresión y sí hay consumo de sustancias tóxicas”, comenta.

Y eso acrecienta el problema: aún no hay estudios ni estadísticas que hagan visible este problema. 

Prendidos al cristal 

La Universidad Autónoma de Coahuila (UAdeC), mediante la Coordinación de Equidad de Género, realiza un estudio de las diez zonas ejidales de Saltillo para determinar qué necesitan las mujeres que ahí habitan. 

Estudiantes de Trabajo Social, Jurisprudencia, Artes Plásticas, Psicología y Enfermería llevan a las comunidades rurales talleres de Prevención de la Violencia, Conserva de Frutas y Verduras, Pintura y Primeros Auxilios. 

Cuando realizaban estas actividades detectaron que las adicciones se han convertido en un serio problema. 

“Las mujeres son las que están sacando adelante al pueblo. En ellas recae todo el peso de las responsabilidades, y es insostenible, ya no tardan ellas en tronar y sumarse a las estadísticas de consumo”, advierte Edna González, alumna de Psicología. 

De ahí que Alejandro Cepeda asegure que sus programas de prevención han crecido un 40 por ciento.  

“Tenemos que hacer mucho énfasis en la unión familiar, en que los padres estén al pendiente de sus hijos, de los entornos en los que se desenvuelven, y nosotros como DIF seguir propiciando estos talleres que llevamos a cabo”, previene. 

Pero la señora Beatriz se muestra escéptica. Reza mucho. La veladora de San Juditas se mantiene encendida todo el día. Ya les hizo una limpia, ya los trató de anexar, ya se los pidió de rodillas… pero sus hijos siguen prendidos del cristal. 

“Sí, vienen y traen pláticas y reparten folletos y vienen los de Cristo Vive, pero esa cosa no se cura tan fácil, se les mete hasta las entrañas y los ensucia por dentro, y ahí, ¿cómo me meto yo a limpiar?”, pregunta.

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