Torreón, Coahuila.– Dos de los sacerdotes de la Diócesis de Torreón fueron asaltados por un comando armado cuando estaban de viaje y se trasladaban por la autopista Querétaro-Ciudad de México, un hecho ocurrido la noche del jueves pasado.
Una de las víctimas, Cristian Castañeda, narró la mala experiencia que pasaron:
“Escuché dos disparos, después otro más, luego fueron cuatro. salí de Zacatecas hacia la Ciudad de México, con el objetivo de llegar a la residencia sacerdotal donde viviré estos próximos años de estudio, no salí solo, P. Juan venía de su tierra para encontrarnos y continuar juntos el viaje, cada uno en su coche… El viaje iba bien, tranquilo, con la emoción y los sentimientos propios de las despedidas y la expectativa abierta a la nueva experiencia en la Universidad, de cuando en cuando, le llamaba al padre Juan para preguntarle cómo iba y platicar un poco. Así continuó el viaje, hasta que llegamos a la autopista Querétaro-México, aproximadamente a las 8:30 pm en un tramo de la autopista P. Juan golpeó una piedra grande que estaba en el pavimento, era tan grande que tuvo que orillarse para revisar, parecía que se había quedado atorado en el chasis, además a unos cien metros había otros dos vehículos dañados por la misma roca; me orillé al tiempo que pude para asistir al padre, preguntar qué había pasado y revisar con él el coche“.
Permíteme hacer un alto, porque tendré que describirte un escenario que es parte de nuestra realidad social, uno que nadie quiere ni espera vivir, es terrible, nuestras autoridades han pretendido cubrir a punta de abrazos lo que claramente se ha desbordado en una podredumbre que como un ácido corrosivo va consumiendo muchos de los pilares que deben sostener nuestra sociedad: La Paz y La Justicia…
Llegué al lugar donde P. Juan revisaba su coche, me estacioné lo más pegado al acotamiento, dejé el carro encendido con las intermitentes prendidas, bajé, caminé hacia la parte de atrás que era donde estaba el coche del padre, fue cuestión de segundos, un hombre salió de la maleza que estaba del otro lado del muro de contención, gritaba improperios y nos ordenaba tirarnos al suelo mientras sacaba un arma de fuego de su costado, lo vi de frente, detrás de él otro sujeto con un arma también, disparó dos veces al aire, al escuchar los tiros, mis piernas se desbloquearon, corrí como pude, sin pensar, alcancé a subir a mi vehículo, P. Juan estaba en el suelo, ya amagado por el otro delincuente, sólo escuché otro disparo, antes de poder acelerar, el primer sujeto estaba intentando entrar a mi coche, estaba cerrado, sólo mi puerta estaba abierta, con la pistola rompió el cristal del copiloto y logré avanzar con rapidez, dos rocas grandes golpetearon mi parabrisas, las lanzaron dos delincuentes que estaban más adelante, querían detenerme a como diera lugar…
No pasaron más de 2 o 3 minutos en lo que todo esto sucedió, marqué al 911 cuando aceleré, temblando, tenía vidrios incrustados en los brazos y un dolor muy fuerte en mi costado derecho, me detuve a unos metros donde estaban dos vehículos dañados, ¡necesitábamos ayuda!, P. Juan estaba atrás, te confieso, eran tanto miedo mezclado con impotencia, no sabía que más hacer, ni un sólo policía, ni una sola de esas patrullas blancas que se han dedicado a detener camiones o carros a exceso de velocidad, nadie, éramos sólo nosotros, desprotegidos, en una autopista muy transitada pero al mismo tiempo tan vacía de interés, de solidaridad, de empatía…
Seguí hablando al 911, ¿sabes para qué sirvió?, para nada, me pedían ubicación, tramo de la carretera, les dije dónde estábamos, me pedía casi casi las coordenadas, me comunicó a no sé dónde, para nada.
Al tiempo, mientras estaba viendo por el retrovisor, quería ver, pero estaba tan aturdido… se acercó uno de los pasajeros de los otros dos coches, le grité: ¡es un asalto! ¡suban a sus coches!, por el retrovisor veía al P. Juan, bueno, veía su coche, el del 911 seguía preguntándome cosas que no sabía responder, P. Juan avanzó, se puso frente a mí preguntó si estaba bien, dije que sí, todo me dolía mi costado seguía punzando, ¡otra vez disparos! cuatro sujetos armados salieron unos 50 metros atrás para robar a las dos familias que estaban ahí.
Tuvimos que huir, mi llamada seguía, ¡están disparando le dije!, avanzamos en busca de ayuda para la familia, no podíamos quedarnos.
¡Una gasolinera a 10 minutos!, pudimos detenernos, en mi costado había sangre, eran fragmentos de bala que habían rosado mi piel, estábamos temblando, P. Juan ileso gracias a Dios, pero despojado de sus pertenencias, de todo…
Nadie acudía, la llamada concluyó con un número de reporte y una promesa: enviaremos a alguien. Nadie llegó, pasó una patrulla, la guardia nacional, pensé que eran “los enviados”, pero no, ellos no sabían nada, NI REPORTE NI NADA, NADA… pedimos ayuda. Con qué naturalidad respondían aquellos agentes: ah sí, dijo uno, ahí están asaltando, ¿qué quieren que hagamos?, ¿en qué les ayudamos? las otras dos familias llegaron en sus coches, pálidos, desencajados, visiblemente afectados, tal vez ellos nos veían igual, al poco tiempo siguieron su camino, creo que ya sabían que no había nada más que hacer.
La llave del coche de P. Juan posiblemente se había quedado en la escena, había que volver, pero con ellos, con la “ayuda”, así fue, yo tenía que quedarme, mi coche no tenía cristales, y el otro estaba encendido, sin llave apagarlo no era opción. No avanzaron mucho (contó el P. Juan), la patrulla se calentó, el motor estaba fallando, no hubo llave, no llegó la ayuda, no hubo responsables, sólo preguntas absurdas, sólo sonidos en el teléfono, sólo eso, TENEMOS LA PROMESA Y EL REPORTE, NADA MÁS…
Concluyó con un aprendizaje más, una confirmación:
Estos abrazos del gobierno, son de muerte, son abrazos de impunidad, de injusticia, de profunda irracionalidad, abrazos que dejan sin aliento, que paralizan y destruyen, no sé tú, pero yo no quiero volver a recibir un abrazo así”.
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