Por Gonzalo Villanueva / CEDIL
Las narrativas oficiales presentan a Saltillo y a todo Coahuila como un lugar próspero y con un desarrollo socioeconómico acelerado que está abierto a la llegada de cualquier persona que se muestre dispuesta a mantener el ritmo de productividad. Sin embargo, este discurso se encuentra inserto en dinámicas sociales que se perciben ásperas.
La violencia familiar, el narcomenudeo y las amenazas mantienen altas tasas de carpetas de investigación en el estado, que incrementan la incidencia delictiva en la entidad. Además, de acuerdo con datos del INEGI, el bienestar subjetivo y el balance vida-trabajo son de los indicadores más bajos en Coahuila, esto de acuerdo con su “Visor dinámico de Bienestar”.
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De igual manera a estas cifras, el fenómeno del suicidio continúa arrebatando vidas a ritmo acelerado. De acuerdo con los registros de CEDIL, un total de 240 personas se han quitado la vida en el estado de enero hasta inicios de septiembre de 2024. Con 69 casos reportados en lo que va del año, Saltillo lidera la lista de suicidios en el estado, seguido de cerca por Torreón, con 43 casos, y Piedras Negras, con 19.
De esos 240 casos, 195 fueron hombres y 45 mujeres, con un promedio de edad de 37 años. Una generación atrapada entre los desafíos de una sociedad que palidece la realidad coahuilense.
El 10 de septiembre último tuvo lugar el Día Mundial de la Prevención del Suicidio, con el objetivo de que se implementen y promuevan acciones para su prevención.
Problema social, no individual
El suicidio, a menudo visto como un acto individual, en realidad tiene raíces mucho más profundas. El sociólogo Émile Durkheim lo entendió hace más de un siglo cuando afirmó que este fenómeno está intrínsecamente ligado a las estructuras sociales. No es sólo una persona la que decide terminar con su vida; es un reflejo de una comunidad que ha fallado en ofrecer sostén, de una red social que se ha roto.
Para Durkheim, el suicidio puede ser el resultado de un fenómeno conocido como anomía, una desconexión profunda entre el individuo y las normas sociales. Este concepto cobra especial relevancia en Coahuila, donde los cambios rápidos y la modernización han dejado a muchos sin un sentido claro de pertenencia. En sociedades como la nuestra, donde los lazos comunitarios se han aflojado y las instituciones tradicionales como la familia y la religión han perdido influencia, la desesperación encuentra su cauce.
Un grito en silencio, la desintegración del tejido social
Las cifras de suicidios en Coahuila es un síntoma de algo mucho más grande: la descomposición del tejido social. Las historias detrás de estas muertes son más que números; son gritos silenciosos de ayuda que resuenan en una sociedad que consolida su industrialización. En Parajes del Oriente, colonia popular de Saltillo, un hombre de 52 años fue encontrado sin vida en su casa, tras meses de desempleo. En Torreón, una joven de 31 años en la Colonia Lagos, abrumada por la falta de apoyo y las presiones económicas, decidió quitarse la vida a inicios de este año.
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En Piedras Negras, un joven de apenas 20 años optó por quitarse la vida en los últimos días de agosto. Estas son historias que se repiten en todo el estado.
Durkheim siempre insistió en que una comunidad sólida y cohesionada puede prevenir este tipo de tragedias. El aislamiento, la falta de redes de apoyo y la incapacidad para hacer frente a los cambios económicos y sociales son factores que debilitan a las personas hasta llevarlas a tomar decisiones fatales. Coahuila, con su acelerado crecimiento urbano y económico, así como con el debilitamiento de las instituciones tradicionales, parece ser un caldo de cultivo para este tipo de crisis.
El suicidio en la globalización
Hoy el mundo se mueve más rápido que nunca. La tecnología, la globalización y las redes sociales han cambiado la manera en que interactuamos, creando nuevos retos para la salud mental. En Coahuila los efectos de la globalización no se limitan a lo económico, están moldeando la estructura social generando una nueva clase de anomía. Jóvenes atrapados entre expectativas imposibles, padres de familia que luchan por mantener a flote hogares fragmentados y comunidades que, en lugar de unirse, parecen desmoronarse.
Historias que terminan prematuramente
Cada número en las estadísticas de suicidio es una vida, una historia que terminó antes de tiempo. Pero el suicidio no es un destino inevitable; es una llamada de atención. Como sociedad, Coahuila enfrenta el desafío de reforzar sus lazos comunitarios, de ofrecer a las personas espacios de apoyo y contención, de restaurar la fe en el futuro.
Existen algunos esfuerzos por parte de la sociedad civil que buscan acercar la atención psicológica a más personas de manera que la salud mental no se convierta en un privilegio de clase. Ejemplo de ello es el Proyecto Empezar, liderado por Mariana Rodríguez, quien mediante campañas de difusión y paneles en círculos culturales de Saltillo emprenden la valiosa tarea de brindar fácil acceso a herramientas que le permitan a la sociedad coahuilense tener calidad en su salud mental.
Los análisis del suicidio nos muestran que este no es sólo un problema individual, sino un síntoma de una crisis social más amplia. De esta manera es importante subrayar que la salud mental es una responsabilidad colectiva. Si queremos frenar esta ola de muertes, no podemos permitir que más personas desvanezcan en el silencio. Es hora de escuchar y actuar, es hora de abrir la salud mental a todas y todos.
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