La historia de El Piojito: “Si vas en ferrocarril”

diciembre 27, 2024
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Por El Coahuilense Noticias

Como pocas zonas del país, Saltillo tuvo un tren de vía angosta, diferente del resto que estaba interconectado a través de Ferrocarriles Nacionales. Ese ferrocarril peculiar era propiedad de inversionistas privados. Con su silbato matutino fue, en palabras del profesor Arturo Berrueto, el puntual despertador de la ciudad durante 80 años: el Ferrocarril Coahuila Zacatecas.

De 1891 y hasta 1977 ese tren conocido coloquialmente como El Coahuililla o El Piojito –motes alusivos a su tamaño–, recorrió el tramo Saltillo-Concha del Oro, dejó infraestructura como testimonio y, 47 años desde su salida de operación, había quedado prácticamente olvidado.

El pasado 5 de diciembre se presentó en la librería Carlos Monsiváis el libro Si vas en ferrocarril, una memoria impresa en el que sus autores, José Manuel Castañuela, Areli Cortez de León, Orestes Gómez Rodríguez y Federico Ricardo Müller Rodríguez, recuperan historias, los datos biográficos del empresario Guillermo Purcell, los aspectos de ingeniería que caracterizaban aquel tren y diferentes apuntes que trasladan al lector a la época de un Saltillo que ya se fue.

Con la presentación del director de la librería, el profesor Andrés Mendoza Salas, y el director de esta casa editorial, Arturo Rodríguez García, la sala Alfonso Vázquez Sotelo lució abarrotada para la presentación de un trabajo que recurrió a diferentes géneros para mostrar desde diversos ángulos lo que significó el Coahuila-Zacatecas en la historia regional.

Una historia del FCZ

Los capítulos del trabajo están ordenados en cuatro “comparecencias”, una figura de la inspiración jurídica de Orestes Gómez, así como un remate sobre el cierre de esa vía que inicia con una historia novelada de un niño pasajero.

En formato de novela corta, el relato organiza diferentes historias y vivencias de quienes fueron usuarios de El Piojito, así como de garroteros, mecánicos, maquinistas, un tenedor de libros y personas de las comunidades donde el tren hacía escala e inclusive de sus estaciones bandera, aquellas que sólo eran de paso o maniobra; todas ellas avivaron la memoria de una parte de la concurrencia que conoció aquel convoy.

Sus trabajadores, los del FCZ, eran cuadrillas de conocidos, muchos de ellos avecindados en la Cuadra Colorada, con ejecutivos radicados en la zona de la calle de Obregón, que gozaban de atención médica en una clínica de la propia compañía y operaban el tren mediante una tecnología eficaz, aunque manual.

Aún subsisten en la zona centro poniente de Saltillo algunos vestigios de aquello que tuvo su propia estación ya desaparecida: la nave de talleres o la tornamesa, una plancha de acero en la que se colocaba la máquina para ser reorientada de manera manual por dos trabajadores. 

Es que la máquina –originalmente y durante muchos años de vapor– no tenía reversa, por lo que esa maniobra era cotidiana, con un mecanismo que, entre otros, se explica en el capítulo cuatro.

Ese capítulo incluye una relación de acciones mecánicas, operación, administración y servicios; explica detalladamente el funcionamiento de un negocio que nació para dar servicio a compañías mineras y pronto se convirtió también en un medio de transporte para los habitantes de los pueblos de Concepción del Oro, Aranzazú, Salaverna, Mazapil y Providencia, así como de Bañuelos, Melville y algunos otros que en estos tiempos prácticamente están desiertos.

El irlandés visionario

Entre las virtudes del libro destaca la inspiradora historia de Guillermo Purcell, un irlandés que llegó a México a los 17 años sin fortuna y al cobijo de unos parientes lejanos. Pronto se convirtió en hábil comerciante y unos años más tarde en una de las personas más acaudaladas del noreste mexicano.

El irlandés, conforme al relato del libro, estableció relación con casas comerciales de Estados Unidos, especialmente para introducir herramienta y maquinaria en Saltillo, donde poseía la Casa Purcell. De esa relación se dio cuenta de las necesidades de minerales, por lo que incursionó en la minería.

Sin embargo, era difícil transportar los minerales desde la zona de Concepción del Oro y Mazapil. Se aventuró entonces a convencer a un grupo de adinerados de Saltillo y a accionistas de compañías británicas de desarrollar una vía férrea. Después de numerosos viajes, consiguió concretar el proyecto en la última década del siglo XIX.

“Comparecencia del irlandés visionario” es el título del segundo capítulo que, narrado en primera persona, recorre la biografía de quien podemos considerar como el industrializador de la región y, por lo tanto, pilar en lo que hoy es el sureste coahuilense: industrial, de clase mayoritariamente obrera y con espacio de oportunidad para los emprendedores desde aquella época hasta nuestros días.

Las imágenes del recuerdo

El libro Si vas en ferrocarril contiene fotografías del FCZ en funcionamiento, de la tornamesa en operación, de su infraestructura y su estación, del boletaje y los pasajeros, de la casa de Guillermo Purcell, hoy convertida en centro cultural.

En los cincuenta del siglo pasado, las “señoritas Purcell” –sucesoras de la fortuna de Guillermo Purcell– decidieron que la operación ya no era rentable. Ferrocarriles Nacionales construyó la vía ancha. La ruta funcionó hasta el 22 de junio de 1977. Su extinción coincidió con el decaimiento de las operaciones mineras en la zona Concepción del Oro-Mazapil.

Fue el adiós de El Piojito.

El libro es la primera producción editorial que busca recuperar la memoria de aquel tren que conectó a las comunidades, facilitó el comercio, sostuvo la economía popular y fue el principal medio de transporte para los habitantes de las comunidades rurales del desierto que separa Saltillo de Concepción del Oro.

También fue una pieza fundamental en la industrialización regional y una proeza de emprendedurismo hoy inimaginable.

El trabajo de recuperación histórica fue asesorado por el profesor Arturo Berrueto, así como por la directora del Archivo Municipal, Olivia Storzzi. A finales de enero estará a la venta en la librería Carlos Monsiváis, a un par de cuadras de donde estuvo la estación de El Coahuililla.

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