Los olvidados de Saltillo, entre la penuria y promesas eternas

noviembre 1, 2023
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Por Ana Castañuela y Christian Luna

El Consejo Nacional de Población (Conapo) publicó en 2010 los mapas de marginación urbana de las zonas metropolitanas y ciudades  con 100 mil o más habitantes en México. 

Aunque el informe carece del nombre exacto de las colonias paupérrimas, El Coahuilense visitó cinco de las zonas indicadas con marginación alta y muy alta para registrar qué sucedió con estos lugares después de 13 años del reporte. 

Resulta que los problemas y las deficiencias más comunes de estos lugares, de acuerdo con sus habitantes, son la falta de servicios básicos, pavimentación, insalubridad, consumo de drogas y narcomenudeo, robos y agresiones sexuales contra las mujeres.

Contradicciones de la realidad, estas zonas marginadas se encuentran en una de las cinco urbes mejor calificadas para vivir en el país: Saltillo. 

De acuerdo con el estudio “Ciudades más Habitables de México”, elaborado por el Gabinete de Comunicación Estratégica durante 2019, y con la información del Centro de Estudios Económicos del Comercio SEVYTUR, AC (CEECS), publicada en 2022, la capital coahuilense fue la segunda ciudad con menor tasa de informalidad laboral en el tercer trimestre de 2021 al ocupar sólo 27.1% de los trabajadores totales en empleos informales.

El Instituto Mexicano para la Competitividad (Imco), a su vez, evaluó a Saltillo como la ciudad mexicana más competitiva entre las urbes con 500 mil y un millón de habitantes. El salario promedio en su Zona Metropolitana es uno de los más altos, ya que un trabajador de la región gana en promedio 513.3 pesos diarios.

Otra contradicción es que las zonas marginadas visitadas por este rotativo están en la región norte del país, cuyas tierras están incrementando su valor a causa de la especulación en el sector inmobiliario por la llegada de la inversión extranjera de empresas como Tesla.   

Vivir en La Gloria

La carencia de agua potable, drenaje y luz, así como pavimento, marca a la mitad de los habitantes de la colonia La Gloria, aquí en Saltillo. Hace unos 15 años fue cuando llegaron los primeros vecinos y levantaron tejabanes para vivir. Este lugar se encuentra en el norponiente de la ciudad, detrás de las colonias Satélite Norte y Saltillo 2000, donde se ubican los centros penitenciarios varonil y femenil.  

Detrás de La Gloria sólo hay cerros y en sus terrenos algunos habitantes crían puercos. Las pocas farolas que hay en la colonia, y el hecho de estar en lo más alejado de la periferia propician la comisión de robos y agresiones sexuales, cuyos criminales cuentan con la complicidad –por omisión– de la policía que ignora los llamados de auxilio.  

“Hemos metido peticiones para que nos pavimenten. No se ha dado solución. En este sexenio nada más se pavimentó la mitad de la calle. No sé por qué motivo. La inseguridad está a todo lo que da. Hay muchos caminos y gente externa que no es de la colonia y tiene por dónde entrar. Aquí pasan a cada rato con cosas que se roban”, denuncia Yanira Vázquez, una mujer que tiene seis años padeciendo las carencias de La Gloria.  

Yanira explica que recientemente solicitaron la instalación de una farola, la cual ya tienen y aluza a una decena de casas que se encuentra antes de los cerros. Esta luminaria, agrega, ayuda a evitar que los criminales usen los terrenos baldíos para escapar tras cometer robos o ataques en casas aledañas.

“Si usted viene aquí en la noche, verá un foco de delincuencia. Apenas a una vecina se le metieron, intentaron violarla. Los vecinos le hablamos a la policía… nunca llegaron. El agresor escapó”.

Yanira Vázquez, vecina de La Gloria

Como la mitad de la colonia tampoco tiene drenaje, los habitantes utilizan fosas sépticas con todas las dificultades que ello implica; y, por si fuera poco, tampoco hay agua potable. Los vecinos deben caminar varios metros sobre un terreno sinuoso para llegar a una toma comunitaria y poder llenar sus cubetas y botes que consumen todos los días en sus casas.  

Otro problema en este lugar es el transporte público: no hay. “Las rutas” se niegan a entrar a una colonia sin pavimento. Y lo mismo pasa con los servicios de emergencia, tampoco es fácil llegar a los hospitales. “Nadie quiere venir”. 

“En seis años no ha cambiado nada. Pedimos que nos pongan atención, que no nos dejen exiliados de la ciudad. En temporada de lluvias y frío esto se pone peor”, dice.

Los relegados…

Detrás de la imagen gigantesca del Cristo de las Galeras, en la cima del cerro con el mismo nombre, hay una serie de colonias que se fueron aglomerando tejaban por tejaban en las últimas dos décadas. Sus habitantes llevan el sobrenombre de Los olvidados de Cristo. 

Entre estas colonias se encuentra Las Margaritas, también marcada por el piso de tierra de sus calles. Aquí el terreno sinuoso entre los cerros dificulta el paso a cualquiera. Vehículos pesados, como el camión de la basura, proveedores de botanas, refrescos, carnes frías, unidades policiales y de urgencias médicas se quedan atascados. Nada sube; todos bajan.   

En la mitad de la colonia, donde se encuentran los tejabanes más recientes, es mayor la cantidad de basura acumulada entre los caminos. Calles adentro sólo hay una tiendita de abarrotes donde las personas de aquí compran para su día a día. 

Esta colonia tiene 17 años y sus primeros tejabanes se levantaron con lo que la gente pudo hallar: madera, plástico y láminas.  Poco a poco algunos vecinos han podido construir con materiales más firmes. 

Por si la carencia fuera poca, los vecinos deben lidiar con las promesas olvidadas de mejoramiento del fraccionamiento que los políticos les han hecho cuando los visitan sólo en campaña.

Guadalupe González, quien vive en Las Margaritas desde hace 12 años, dice que “del sexenio de Manolo y ahorita con Chema pues nomás llegaron a checar la colonia en campaña, pero ya no regresan. Falta mucha pavimentación (…) No se meten porque hay mucho vandalismo”, lamenta. 

De acuerdo con más vecinos que prefieren no ser identificados, los funcionarios les dicen que el desarrollo será por etapas, “pero el tiempo pasa y los avances no llegan. En los terrenos apenas se ve el aplanamiento de algunos caminos principales, justo a la altura de la única tienda en el lugar.  

Además, la falta de servicios básicos generó que en Las Margaritas muchos perros callejeros se reproduzcan sin control, detonando una plaga de garrapatas que acecha a las personas. Al entrar a la colonia es evidente la sobrepoblación de estos animales fuera de las fachadas. 

“Cuando llueve se pone fatal. Ahorita hay muchos perros y hay mucha garrapata en todos lados”, dicen los vecinos. 

Por si fuera poco, una de las características más peligrosas de esta zona es el consumo y venta de metanfetamina. Durante las entrevistas a varios vecinos, un grupo de hombres y mujeres comenzó a reaccionar de manera nerviosa al ver las cámaras de los reporteros. Estas personas seguían nuestro camino. Otras más vigilaban desde lo alto de los cerros lo que ocurría calles abajo. 

“Aquí venden cristal. Y todos fuman. Hay muchos chavos que venden por aquí y la gente viene y los busca para comprar”, concluyó otro vecino.

Al margen del arroyo

En la zona oriente de Saltillo, divididos por un arroyo, se encuentran los tejabanes de Morelos Quinto Sector, una extensión irregular de la colonia Morelos y que colinda con la sierra de Zapalinamé. 

En la orilla del cauce hay tejabanes que dan techo a unas 30 familias, que en época de lluvias y frío se las ven duras. Con las precipitaciones el agua se cuela por todos lados y por eso sus moradores se encuentran gestionando hule para cubrir sus techos. Las lonas de las campañas políticas, por ejemplo, son el material perfecto para cubrir sus casas. 

Al igual que en las demás colonias, aquí el agua potable no existe, y aunque las autoridades municipales les han dicho que se está instalando el drenaje, los vecinos no ven el día en que eso suceda y quede listo.   

“Es muy difícil vivir en un tejaban. Hay niños que se enferman con el frío”, dice Gloria Torres, vecina de la zona desde hace 27 años. 

Y es que como lo dice ella, vivir cerca del arroyo acarrea otros problemas, como el tener que convivir con animales que se meten a las casas por hambre o a buscar refugio. 

–¿Tienen electricidad? 

–Al igual que pasa con el agua, que sólo hay una toma para todos, también tenemos un lugar para colgarnos de la luz.

Se trata de un poste repleto de cables enmarañados. De la sola estructura salen cables para varias casas. Todo está improvisado, pero es permanente. 

Poco a poco Morelos Quinto Sector se ha ido integrando a la ciudad de Saltillo. Desde hace más de dos décadas la zona completa era irregular. Ahora quedan por adherirse decenas de tejabanes. La vecina entrevistada señala hasta donde llegaban las casas de madera, casi al inicio del bulevar Otilio Gonzáles.

Según Torres, la mayoría de las escrituras se encuentran en proceso para que las personas sean dueñas de sus terrenos. “En los procesos de aquí, gracias a Dios, ya se están regularizando y ahorita ya entregaron papelería”.

En este lugar, también dice la mujer, la tragedia nunca falta y relata que tiene unos vecinos migrantes. Se trata de una familia de hondureños que en su intento por llegar a Estados Unidos decidió hace unos meses recalar en Saltillo. Sin embargo, lejos de tener el sueño que perseguían, al padre de familia le detectaron cáncer. La vida se les complicó y andan en el Hospital General viendo lo del tratamiento. 

Ni las pipas entran

Detrás del Cerro del Pueblo, al poniente de la capital coahuilense, se ubican Puerto de Flores y Puerto de Flores Ampliación, unas de las colonias con mayor nivel de marginación, de acuerdo con el mapeo de riesgos geológicos e hidrometeorológicos del Instituto Municipal de Planeación.

Una sola calle sin pavimentar conecta toda la colonia que también carece de uno de los recursos básicos para vivir, el agua.

El fin del pavimento pronunciado y el comienzo de un camino de tierra con barro anuncian la entrada a la colonia Puerto de Flores y su ampliación, en la que habitan más de 15 familias en tejabanes precarios de plástico, cartón y láminas. 

Los tejabanes “más seguros” son de triplay cubierto con aceite quemado, que regalan en las yonkerías para proteger el material, y evitar que se hinche con el agua de lluvia.

Juliana Martínez, de 60 años, tiene un tejabán en la colonia Puerto de Flores en un terreno que hace nueve años le compró a Julieta Pérez, lideresa del PRI.

Su hogar se encuentra a menos de un kilómetro cuesta abajo de la explanada de la colonia, en una estructura de triplay, con estufa y chimenea que ella misma construyó; además presume que tiene cultivos de durazno y de maíz en un rincón de su pequeño patio, que, por cierto, está cercado con pedazos de madera que ella y su concuña compraron y colocaron para que los caballos y chivos que tienen no se coman lo sembrado.

Años atrás, recuerda Juliana, era fácil regar y mantener sus cultivos; dice que sacaba hasta dos rejillas llenas de durazno, pues sacaba agua de un arroyo que estaba ubicado a menos de 100 metros de su casa.

Ella misma, con herramientas que tenía, cavó un pozo profundo donde brotaba el agua del arroyo, lo limpió alrededor con barro y lo alisó, y de ahí también utilizaba ese recurso para lavar sus trastes, bañarse e hidratarse.

Pero tres años atrás obstruyeron el afluente porque con las lluvias se desbordaba y con el tiempo se secó en su totalidad dejando a los habitantes sin agua. 

Es así como ahora algunos vecinos de la zona, los que pueden, pagan 500 pesos al año por persona para llenar sus botes y toneles de un tanque a menos de dos kilómetros de la colonia. Sin embargo, hay días en los que tampoco hay ni una gota.

Por eso Juliana aún tiene que caminar varios kilómetros para poder conseguir agua para su consumo y llenar su garrafón de 20 litros que carga sola. Acá, por el estado de las calles, las pipas ni entran.

Cuando no le es posible ir por agua, coloca un tonel detrás del techo improvisado de lámina de su tejabán en espera de que las precipitaciones lo llenen. Esa agua la ocupa para beber, regar sus frutos y lavar trastes.

En alguna ocasión que Juliana fue a llenar sus tambos, recuerda, se dio cuenta al regresar que su casa estaba abierta, vio el candado “volado”. Le abrieron y le robaron su herramienta: palas, cuchillos y machetes que sus hijos le habían ayudado a conseguir para poder cortar la hierba y la maleza que crece en su tejabán.

Aquella vez decidió no denunciar a la autoridad, pues en otras ocasiones, cuando los vecinos lo han hecho, “nunca atendieron las llamadas” o “los policías nunca fueron”.  

Pero a ella le fue bien en esa ocasión porque a otros los han dejado sin nada. Hace dos años –platica Juliana– a un vecino le abrieron su tejabán, se llevaron sus ahorros y le quemaron su casa para huir con el dinero…

En este lugar todo queda lejos. Sin tienditas de la esquina, esta mujer para hacer su mandado debe viajar cinco kilómetros hacia el supermercado La Cabaña. Primero tiene que caminar cinco cuadras a la colonia Puerto Escondido y ahí tomar una combi.  

De regreso no es posible un taxi hasta su casa. Si las pipas no entran, mucho menos los coches de alquiler, así que cuando está cansada 

paga el doble –casi 200 pesos– para que le hagan el favor de “acercarla un poco más” a donde vive.

Los habitantes de este sector también carecen de electricidad; no hay más que cinco luminarias en la explanada de la colonia que, según Juliana, fueron colocadas hace apenas tres meses.

Pero el alumbrado no llega a donde vive la entrevistada, así que procura no salir por las noches. Cuando es necesario usa una pequeña lámpara de mano y la linterna de su teléfono celular.

A ella no le da miedo ser víctima de algún robo, le da temor volver a caerse por la falta de visibilidad, pues el suelo es de tierra y piedras. Hace tres meses tuvo un accidente, tropezó y sus rodillas se lastimaron dejándola un mes en reposo. En esta zona sólo tres familias tienen electricidad, son las que viven en la entrada a Puerto de Flores y se cuelgan de las pocas luminarias que hay.

Zona de miedo

A las faldas de un pequeño cerro ubicado al suroriente de la ciudad, entre las vías del tren y montones de tierra se encuentra la colonia Héroes de Nacozari.

Al entrar a la zona lo primero que logra percibirse es una casa de concreto color verde agua y a una mujer afuera lavando su ropa a plena luz del sol.

Ahí vive Julia Martínez García, de 84 años, quien con su esposo llevan 20 años viviendo aquí. Su marido trabajaba en una ladrillera.

Ella se hace llamar “la fundadora” de la colonia, pues fue de las primeras en establecerse. No había nada por el lugar, cuenta, y después toda se llenó de tejabanes, de trabajadores de las ladrilleras que se encuentran por la zona.

Ahora en su colonia habitan más de 100 personas; y aunque la mayoría tiene casas de concreto aún se encuentran estructuras de madera, cartón y lámina.

Julio Martínez dice que apenas hace seis años llegaron los servicios de agua, luz y drenaje al asentamiento, luego de diversas peticiones de los vecinos al municipio de Saltillo.

Pero antes de la llegada del servicio de drenaje, todos los habitantes compartían una fosa séptica a pocos kilómetros de la colonia, recuerda.  

En cuanto a la electricidad, Julia y su esposo se la arreglaban como podían. Antes no era peligroso estar a oscuras, pero los robos comenzaron a hacerse comunes en cuanto se multiplicó la población.

De la colonia Héroes de Nacozari también se destaca la sobrepoblación de perros callejeros. Aunque a diferencia de Las Margaritas acá los animales cuidan las casas de quienes les dan de comer. 

“Aquí abunda la inseguridad”, dice María Guadalupe de 54 años, otra vecina de la zona desde hace cinco años.

Los robos a las casas y los asaltos durante la noche son muy comunes en la colonia, dicen ambas mujeres que aseguran que han sido testigos y víctimas en diversas ocasiones.

Y al igual que en el resto de colonias marginales, los servicios de emergencia, cuando llegan, tardan hasta cinco horas en “prestar” auxilio.

“No sé qué esperan ¿que esté una persona muerta o herida para que vengan?, porque hemos hablado al 911 y nunca contestan”, denuncia María.

El suplicio para los habitantes de Héroes también pasa por el transporte que no tienen. Cuando María va a trabajar a la una de la tarde debe tomar el camión de la ruta Valle Verde, a dos cuadras de ahí.

De regreso a casa, en la medianoche, aborda un taxi porque el transporte público deja de pasar por su colonia a las siete de la tarde por miedo a los asaltos. Caso curioso son los niños de nueve años que andan en motocicletas merodeando por la entrada de la colonia.  

Algunos vecinos, los menos, tienen la suerte de contar con camionetas para transportarse por las calles de tierra y piedras. Pero hay esperanza para los demás… Hace 15 días las autoridades municipales fueron a la colonia a dar el banderazo de salida a los trabajos de pavimentación, que esperan con ansias desde hace 20 años.

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