Por Christian Luna
Alejandra es un monumento nocturno que anuncia la vida de la calle. Su tiempo es el tiempo de los despachadores de gasolina, semáforos solitarios y ansias nocturnas. Le encanta la metanfetamina, la cantante Belinda, y la serie animada Sailor Moon… ah, y la “vida malandra”.
“A mí me encanta”, lo expresa con una sonrisa enorme, igual que su euforia. Es medianoche.
El rosa de su cabello fosforece. El color contrasta con las cortinas metálicas de la ferretería donde espera a sus clientes como todas las noches. Es un ritual.
Acepta la entrevista. Se sube al auto. Ella mide más de un metro noventa. Cuenta que desde el primer día que llegó a Saltillo se prostituyó; tenía 16 años y desde los 14 ya sabía a qué se dedicaría.
Ya en el vehículo comenzó a cantar un tema de Belinda. La imitación duró alrededor de cinco minutos, suficientes para llegar al lugar donde se hizo la entrevista y una sesión de fotos. Terminó su interpretación con un merecido aplauso.
Alejandra por poco no cabe en las puertas que atraviesa. Vacía su bolsa en la mesa del lugar para buscar su maquillaje antes de comenzar con las preguntas. Habla hasta por los tacones.
“Vine para Saltillo cuando tenía 16 años, cuando Saltillo era Saltillo y había mucho dinero.
“Aquí me llamó mucho la atención la vida malandra, pero no para matar gente, ni para este tipo de cosas, no, no, no… A mí me encantan las camionetas, las armas, pero no para usarlas, me encantan como juguetes”.
Le gusta la vida malandra, reitera, pero aclara que no los secuestros ni las violaciones de esa vida. “Eso lo hago a un lado. Si yo fuera, no sé, la jefa de un cártel, diría: ‘No hay secuestros, no hay matanzas, no hay violaciones, pero sí pueden vender drogas’”.
Presume que le encanta el cristal; asegura que se fuma un gramo por hora. Tiene 10 años haciéndolo. “Soy una chica de buen pulmón”, comenta mientras se le toman fotografías. “Vamos por crico”, invita más de una vez.
Forjada en el maltrato
A Alejandra le falta familia y le sobra calle. Nació en Durango. La muerte de un pariente cercano fue uno de los motivos que la trajo a Saltillo. Su jornada de trabajo termina a las seis de la mañana.
En uno de sus brazos, cerca del hombro, lleva tatuada un hada sentada en la luna, junto con varias estrellas que le recorren la extremidad hasta llegar a los dedos; y en el otro, a Usagi Tsukino, personaje principal de la serie animada Sailor Moon. En unas de sus piernas, sin poder verse por las medias, asegura que lleva el nombre de “Belinda”.
“Soy un tipo de Sailor Moon. Luchó por el amor y la justicia, y castigó en el nombre de la luna.
“Me identifico con Belinda y con Sailor Moon; son como que mi vida escrita en ellas. Ella [Usagi Tsukino] empezó desde los 14 años a luchar también por el amor y la amistad y la justicia. Este personaje fue creado igual que yo en 1993, no sé qué día, pero yo soy del 26 de julio del 93”, sigue eufórica.
De un tema pasa a otro en un perfecto desorden, va de sus vicios a su gusto por el esoterismo. Lee el tarot. Dice que ve ángeles, y antes de llegar a Saltillo asegura que vio a un minotauro en medio de la carretera.
Su sueño es tener un salón de belleza con una mesa para leer cartas, con figuras de ángeles alrededor de la habitación, más o menos de su altura. Cuando cuenta sus planes toma algunos segundos de silencio, como percatándose de lo lejos que está de alcanzarlo.
La violencia la vivió desde pequeña en casa. Los abusos sexuales por parte de los amigos de su padre la marcaron de por vida. Después, con los años, continuó la vulneración de sus derechos.
“Antes, nos correteaba mucho la patrulla, y a veces me alcanzaba y a veces no. Hubo un momento que para que no nos llevaran a la comandancia, o te cogían o te daban bote”, relata.
Además de las agresiones físicas y la humillación a la dignidad humana, los policías les robaban a ella y a sus compañeras. Alejandra conoce sus derechos.
“Además nos quitaban todo el dinero. Es algo asqueroso ver que un servidor público haga eso. La prostitución no viene prohibida en la ley, entonces, no es un delito. Últimamente ya se toma como un trabajo y eso me da gusto.
“(Los policías) nos agarraban y nos quitaban el dinero que era para comer o para vestir o para nuestras herramientas de trabajo. Dinero para la comida, más que nada, y sobrevivir el día porque aquí estamos para sobrevivir, no para vivirla. Ellos no se fijaban en eso”, denuncia.
Aparte de los abusos de la policía también padeció al crimen organizado. Su vida ha estado en peligro más de una vez. Estuvo seis meses recluida en un penal, cuenta.
La ciudad de la droga
Hace 10 años Alejandra se fue a vivir a la Ciudad de México, donde se sometió a unos procedimientos para hacerse unos “arreglitos” en el cuerpo. Dice que vivió por el rumbo de Observatorio y ejercía la prostitución sobre la avenida Insurgentes.
En la capital del país fue donde probó las drogas de manera más intensa. Tachas, mota, coca y metanfetamina cristal. Sobre su adicción no se reconoce como víctima; dice que sabe perfectamente lo que le hace: ha estado hasta 15 días sin dormir, comenta.
Alejandra asegura que nunca ha tenido una sobredosis. Se le percibe entusiasta. Asegura que ha intentado dejar la droga, pero que sólo logró dos meses de sobriedad experimentando el síndrome de abstinencia. El contacto con clientes adictos propició su recaída.
“Me gusta fumar. Soy muy atascada. Soy una chica de buen pulmón. Creo que puedo decir que soy la más loca. En Navidad me encanta el cristal porque me pone caliente para aguantar más palos”.
Habla sin parar…
El problema del consumo de Alejandra se explica con el paso del tiempo, pues cada vez sus dosis deben ser más elevadas, por lo que portar un gramo diario le es insuficiente, y lo que trae la lleva a tener problemas con la ley.
“Ponle que ellos nos dan el derecho de un gramo diario, porque si ya tienes más equivale a ventas. Pero a mí me sale más caro comprar un gramo que una pelota, media pelota o hasta un kilo. Yo me fumo un gramo por hora”, ríe.
Después de la sesión de fotos y la entrevista devuelvo a Alejandra a la ferretería donde aguardaba. Antes de bajarse del auto muestra unas fotos de unos días anteriores, donde ella aparece llorando. “No creas, sí lloro por la vida que llevo”, se despidió y después hubo silencio.
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