Entre los sombríos vagones del tren se escuchaba un tic tac. Y la combinación: los chillidos de los raíles, dónde un futuro relojero se encontraba descubriendo su pasión.
Ventura Vázquez Carmona es el dueño de la Relojería Sidney, un lugar en donde en cada rincón se escuchan las manecillas de un reloj. Es una de las relojerías más antiguas de Saltillo. Su pasión la heredó de su padre, aunque su historia no comenzó en una relojería, sino en los vagones de un tren, donde escuchaba el chillido de los raíles y la combinación del tic tac.
A los 10 años, Ventura conoció el arte de arreglar un reloj mediante el proceso que su padre realizaba al momento de repararlo. Su padre iniciaba dicho proceso sentado en una banquita, con una mesa, y sobre esta, sus desarmadores, su lente, un cepillo y un vasito con tapa donde colocaba vaselina blanca. Justo en ese momento comenzaba la magia, desarmando completamente el reloj, pieza por pieza, hasta que aparecían las cuatro ruedas que le complementan.
Ventura quedó completamente sorprendido al ver lo que hay dentro de un reloj, pero lo que más llamo su atención, fue la habilidad que su padre tenía para arreglarlos ¿cómo un ferrocarrilero podía arreglar un reloj? Era la pregunta que aparecía en la mente del pequeño Ventura.
Originario de San Luis Potosí, Ventura era un niño curioso al que le encantaba pasar tiempo con su padre observando las técnicas que usaba para armar un reloj. A los ocho años, después de cambiar su residencia a Saltillo, comenzó a repartir medicinas de una farmacia, y después llenando bolsitas de café en la cafetería Colón. Los años pasaron y Ventura estudió en la Academia Coahuila, tras lo cual se recibió de contador.
En la Casa Purcell, uno de los centros culturales más populares de Saltillo, se escuchaban las teclas de las máquinas de escribir, en dónde Ventura dirigía las oficinas de la antigua vivienda. Los números se presentaban en las finanzas y en los relojes, Ventura arreglaba los relojes ajados de sus compañeros de trabajo; los relojes se le presentaban en cada lado en el que el relojero icónico ya de Saltillo estaba presente.
En los años 80 se desencadenó una de las peores crisis económicas del país y así vivió Ventura, con un sueldo de mil pesos por 9 horas de trabajo de lunes a sábado, quedando los descansos para los privilegiados.
El relojero no sostenía a su familia con el sueldo que ganaba, con tres hijos no completaba ni para los gastos de alimentos, por lo que decidió buscar un nuevo trabajo, pero las esperanzas se desvanecieron al momento de tocar puertas en diferentes empresas. Su destino en ese momento era quedarse en Purcell.
Al ser rechazado un aumento en su sueldo, decidió renunciar y dedicarse a lo que siempre fue su gran pasión, los relojes.
Pi-pi-pi, se oía el claxon de los escasos coches que transitaban por la calle de Aldama y Acuña, en donde se percibía el sonido de las manecillas del reloj en un pequeño pero acogedor local de relojería.
Con optimismo abrió las puertas de su relojería “Sidney”, llamada así por la famosa marca de relojes de ese entonces.
En el aquel tiempo la calle de Aldama era corta y decidieron hacerle un gran cambio alargándola y así fue como desapareció su local, lo que lo llevó a cambiar su negocio a los locales del Hotel Saade por 8 años; después se fue a Perez Hidalgo, haciendo así, todo un recorrido por las calles céntricas de Saltillo, hasta llegar a donde se encuentra actualmente, la calle de Purcell y Álvarez.
El local, casa de su padre, poco a poco se convirtió en el negocio de relojes del señor Ventura, en dónde el trabajo llegaba, sin embargo, poco a poco comenzaron a disminuir las ventas. En años pasados ganaba un ingreso extra, arreglando ocho relojes diarios, pero actualmente ya no vive del arte de arreglar un reloj, no obstante, la clientela que se ganó durante los años, siempre regresa.
Por sus manos han pasado los relojes más finos, como sus favoritos, la marca Rolex, que portaban gobernadores, procuradores de justicia como el señor Pechir y personas de gobierno; para Ventura, arreglar esos relojes “es una chulada”.
Arreglar un reloj es todo un proceso, que puede tomar una hora o si el mecanismo del reloj es más complejo, cinco horas. El ser relojero fue un don para Ventura, pero como dice el dicho “nunca se termina de aprender” y así Ventura tomó cursos con una asociación de suizos que se presentaron en Monterrey.
Las clases duraban cinco horas por un mes, y aunque Ventura solo conocía el cómo desarmar un reloj más no programarlo, lo aprendió con la enseñanza y ayuda de su profesor. Las clases de 5 horas se convirtieron en 8 horas y la escuela se trasladó a la casa de Ventura repasando todo lo que aprendió en el curso.
El instructor de Ventura, se sorprendió al ver la capacidad que el relojero de Saltillo tenía en el arte de los relojes.
Hace 40 años que la relojería abrió sus puertas y con 87 años de edad, Ventura no desea cerrarlas. Manifiesta su gran pasión por este oficio, y lo que ha representado a lo largo de su vida. Su negocio es la muestra de que la pasión y constancia existen.
“A mí me gustaría morir trabajando, yo vivo muy a gusto y mi vida es arreglar relojes”.
Concluye.