Josefina González, la Abuela Terrícola

abril 11, 2025
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Por Kristel Reyes

Originaria de Torreón y con 62 años, Josefina González Rodríguez, mejor conocida como Doña José o la Abuela Terrícola en sus redes sociales, ha construido una carrera como divulgadora científica y promotora de la lectura, áreas enfocadas en niños de Coahuila y Gómez Palacio, Durango.

Su interés por la divulgación científica comenzó cuando ella, su madre y su nieta acudían al parque, donde Josefina leía en voz alta artículos de revistas como Muy Interesante o National Geographic. Sin darse cuenta, los niños que se encontraban a su alrededor se acercaban con el único propósito de escuchar sobre gusanos, murciélagos o aves.

“Cuando me enteré de que mi mamá padecía Alzheimer, leí en un artículo científico que era bueno leerles en voz alta a las personas con este padecimiento y hacer que ellas también leyeran. Así que tomamos la costumbre de ir al parque a leernos entre nosotras. Sin esperarlo, los niños se acercaban, fingiendo jugar cerca, pero en realidad escuchaban atentos. Nos dábamos cuenta porque, al terminar, nos hacían preguntas sobre lo leído”, comenta Doña José entre risas.

Sin proponérselo, comenzó a hacer divulgación científica con los niños de su comunidad, creando un espacio seguro donde, además de comodidad, les brindaba conocimiento. Esto generó un vínculo de confianza que les permitió escapar de un entorno adverso.

“En esa época de violencia los niños estaban en la calle o en las plazas. Pensé en distraerlos y mostrarles cosas buenas. Al principio compartimos artículos científicos, y ellos se interesaban, hacían preguntas y luego me contaban sus situaciones familiares. Se liberaban, su postura cambiaba y sus ojos brillaban. Ahí entendí que nuestra actividad los ayudaba a vivir el presente y alejarse de sus preocupaciones”, relata Josefina.

Redes sociales y su labor en la sociedad

Con los años, su labor se expandió. En 2018, tras capacitarse en el Programa Nacional de Salas de Lectura, llevó su divulgación a otro nivel, presentándose en escuelas ante públicos más grandes.

Uno de sus recuerdos más preciados fue durante un taller donde combinó cuentos, origami, magia y experimentos científicos para alumnos de quinto y sexto de primaria.

“Ya tenía más experiencia, pero dudaba: ‘¿Les gustará?’. Terminé mi presentación, agradecí y, al ver que todos se levantaron a aplaudir con entusiasmo, supe que estaba en el camino correcto. Fue mi graduación. Desde entonces, nadie me ha detenido”, cuenta la Abuela Terrícola.

Josefina también descubrió el poder de las redes sociales al documentar su trabajo en Facebook. Su meta era que las autoridades instalaran una biblioteca central en Gómez Palacio. Su insistencia dio frutos: en 2015 se inauguró uno de los primeros centros comunitarios, donde trasladó a los niños que antes la visitaban en plazas.

Astronomía y divulgación

Su pasión por la astronomía la llevó a colaborar con la Agencia Espacial Mexicana en un proyecto de la ONU, donde aprendió sobre responsabilidad social.

“Visitamos escuelas, y los niños debían inscribirse. Tuvimos una gran respuesta: más de mil personas en un auditorio”, recuerda.

En sus presentaciones, los niños observaban el cielo con telescopios, despertando su curiosidad.

“Me di cuenta de la importancia de que cada escuela tuviera un telescopio. Armarlos con los niños era mágico: al principio, llegaban tímidos, pero al colocar una pieza, su postura cambiaba. Se sentían como superhéroes, como astronautas”, relata.

“Si vamos al espacio…”

El nombre de Abuela Terrícola surgió de su admiración por el rol de las abuelas y un momento especial durante una presentación:

“Los niños decían: ‘¡Ahí viene la abuelita!’. Decidí abrazar ese rol. No me caracterizo de payasa ni uso maquillaje; simplemente soy una abuela natural”.

El “terrícola” viene de su fascinación por los planetas: “Si vamos al espacio, diremos: ‘Soy Josefina, terrícola’”.

Actualmente radica en Arteaga, donde mantiene su sala de lectura “Niños Héroes”, un voluntariado que presta libros. Los fines de semana se instala en plazas como la Alameda de Zaragoza, donde por 10 pesos permite observar la luna con un telescopio mientras explica sus fases.

“Ahora es más fácil comprar un celular que un telescopio. Les digo: ‘La luna no es de queso ni hay un conejo’. Explicarles la realidad –sus cráteres, su formación– los sorprende”, dice.

Además, escribe su autobiografía, donde compartirá su experiencia con el Alzheimer de su madre, la divulgación científica y más.

“Mi sueño es que cada escuela tenga un telescopio. También quiero inspirar interés en el espacio. No es que no ame la Tierra, pero debemos explorar otros mundos, aunque nos tome años luz. Otras generaciones llegarán allí”, concluye.

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