Por Daniel Cortinas
Nadie como Miguel Ángel Soto Arenas para organizar salidas de campo. Tenía todos los mapas del Inegi. Los había estudiado de manera previa y los había comparado con los datos de su investigación.
Se sabía de memoria dónde se encontraban los ejemplares de todas las especies que buscaba y anotaba sus avances en sus bitácoras y cuadernos de campo, los cuáles reflejaban su personalidad metódica, perfeccionista y cuidadosa. Un botánico ejemplar.
Así lo recuerda una de sus amigas más queridas, la bióloga Elleli Huerta Ocampo. Lo hace en el octavo capítulo del libro Las Orquídeas. Una mirada a la obra del botánico coahuilense Miguel Ángel Soto Arenas, cuya segunda edición fue presentada por la Universidad Autónoma de Coahuila (UAdeC), en colaboración con la Asociación Mexicana de Orquideología, AC.
Se trata de una obra que aborda la contribución de este reconocido científico de la naturaleza; un compendio de testimonios realizado por quienes convivieron y aprendieron de él durante sus estudios y su carrera profesional.
Bajo el cuidado editorial de Eduardo Alberto Pérez García y María Teresa Morado de la Peña, la edición cuenta con una presentación realizada por el rector de la UAdeC, Jesús Octavio Pimentel Martínez, y una semblanza escrita por Salvador Hernández Vélez, exrector de la misma institución.
La obra incluye una amplía galería de fotografías ilustrativas, como zonas de Bonampak, los distintos ejemplares de las flores estudiadas por Soto Arenas, así como fotos con los distintos autores que participaron en esta edición.
“El hijo, el hermano…”
El primer capítulo, titulado “Miguel Ángel Soto: el hijo, el hermano, el incansable naturalista”, narra la infancia de Miguel Ángel desde las perspectivas de su madre, Velia Arenas Villa, química farmacobióloga y maestra en Capacitación Rural, y de su hermana Miriam Soto Arenas, su mayor confidente.
Ambas relatan los acercamientos que Miguel Ángel tuvo con las plantas y la lectura, las enseñanzas de su abuela en las bellas artes, el interés por el campo de su padre y abuelo, así como las complicaciones que tuvo en su salud, las cuales involuntariamente reafirmaron sus deseos por estudiar biología.
Destacan su amor a la vida ante la enfermedad y su eterna lealtad hacia su familia, fungiendo como un pilar que esparció su conocimiento con quienes le rodean.
Descrito como meticuloso, disciplinado, de carácter fuerte, sólo unos pocos tenían el placer de conocer su buen sentido del humor.
El dolor de su muerte a manos de un ladrón se volvió con el tiempo un profundo amor y orgullo tanto para su familia –que lo guarda en su memoria como un pilar– como para las nuevas generaciones de botánicos.
“Un amigo especial”
Silvia Castillo, bióloga, maestra y doctora en Ciencias, así como una de las mejores amigas de Miguel Ángel, narra durante el segundo capítulo lo grato que era salir a hacer trabajo de campo con él, pues siempre se aprendía algo nuevo.
En 1983, durante la dinámica de conservación de la Reserva Ecológica de Pedregal en San Ángel (REPSA), Miguel Ángel le enseñó a identificar las orquídeas de la zona; ejemplares que en un futuro lo llevarían a relacionarse con Jorge Meave y sumarse a un viaje a Bonampak.
En el tiempo que convivieron juntos, Castillo lo describe como alguien dinámico y divertido, pero con un mal carácter oculto. “Un amigo especial, el que cualquier persona desea tener”, anota.
La odisea en Bonampak
En el tercer capítulo, Jorge Meave, responsable del grupo de investigación de Ecología y Diversidad Vegetal, cuenta la aventura que vivió junto a Soto Arenas en la zona arqueológica de Bonampak, Chiapas.
Una estadía de nueve meses que marcó la vida de tres novatos; días de pasión y entrega en los que vivieron en completo aislamiento y en crisis económica que los dejó sin apoyo para realizar sus investigaciones.
La primera anécdota: durante su camino a Bonampak, cruzando el sendero en medio de la oscuridad, Soto Arenas se percató de que había una cabeza flotante a lado de Meave y soltó el grito: “¡Hay una cabeza junto a la tuya, dale con el machete!”. Meave empezó a soltar machetazos al aire para después correr despavorido.
Durante este viaje, Soto descubrió su amor por el género Vanilla al encontrar una muestra, amor que más tarde se convertiría en años de esfuerzo y atención. También elaboró una lista de 128 especies de orquídeas para la localidad de Bonampak, asegurando que este número era cercano al total de especies que existen en el sitio.
Con una dinámica bien establecida y una convivencia que favorecía el trabajo en equipo, el progreso que habían estado construyendo se vio totalmente interrumpido por uno de los acontecimientos geológicos más intensos en el mundo en la última parte del siglo XX: la erupción del volcán Chichonal, ubicado al noreste de Chiapas.
Este hecho cobró la vida de más de dos mil personas, hizo desaparecer del mapa a varios poblados y ocasionó daños en las actividades agropecuarias y a la infraestructura de la región.
Tras la erupción, la madre de Soto los visitó en Bonampak para sacarlos de ahí, aun cuando eso significaba dejar toda una investigación inconclusa.
Herbario AMO, su segunda casa
En el cuarto capítulo, el director del Herbario AMO, Eric Hágsater, hace una colección de las notas en las libretas de colectas de Miguel Ángel y de los múltiples trabajos publicados, los cuales marcaron el destino de la institución, preservando una gran colección de orquídeas, ejemplares que usó para describir las numerosas especies en México.
Habla sobre el entusiasmo que compartieron por las orquídeas, sus pasos para convertirse en uno de los colaboradores más importantes del Herbario. Destaca el conocimiento de Soto en los usos tradicionales de las plantas en el mundo indígena, climas del país, provincias biogeográficas y vegetación.
Señala que su muerte dejó muchos proyectos y publicaciones a mitad de camino, pero también un legado escrito, ejemplares y una colección que seguirá viviendo en el Herbario.
Al maestro, con cariño
Los siguientes tres capítulos fueron escritos por alumnos que abrevaron de la pasión y entusiasmo de Soto por la investigación.
El quinto, escrito por Mariana Hernández Apolinar, bióloga y técnica académica del Departamento de Ecología y Recursos Naturales de la Facultad de Ciencias, de la UNAM, describe su investigación sobre la extracción de Laelia speciosa y la ayuda que recibió de Soto Arenas: su conocimiento en la demografía y usos tradicionales para identificar las consecuencias de extraer estas flores.
Eduardo Alberto Pérez, fundador del Orquideario Miguel Ángel Soto, también de la Facultad de Ciencias de la UNAM, es otro de los alumnos que comparte su experiencia y le adjudica el protagonismo en su formación profesional. Un año de viajes lleno de entusiasmo y conocimiento sobre orquídeas.
En una de las historias que cuenta, Soto Arenas le enseña cómo debe comportarse ante uno de los investigadores más importantes de orquídeas en el mundo, el doctor Phillip Cribb, de Inglaterra, sólo para que durante su primer encuentro el cuasi-príncipe inglés vomitara debido a la comida y las curvas de la carretera; este hecho rompió el hielo, e, ignorando las recomendaciones de Soto, el estirado doctor Cribb se convirtió en el “Cuate Phil”.
En el séptimo capítulo, Rodolfo Solano, biólogo y doctor en ecología, hace un recuento de los avances que Miguel realizó en las muestras de orquídeas.
El valor de los detalles
La etapa de su doctorado es narrada por sus amigas, la bióloga Elleli Huerta Ocampo, y la doctora en Ciencias Biomédicas Rosalinda Tapia López.
En esta etapa, Soto Arenas ya es descrito como una persona cuya experiencia estaba cimentada por todo su trabajo previamente realizado; una persona con la que se podría hablar horas enteras, con un conocimiento vasto y una habilidad para describir todo lo que le rodeaba. Perfeccionista y bueno para generar discusión con sus hipótesis.
El hacer trabajo de campo con él, les abrió un panorama distinto sobre la labor de un biólogo, poner atención a los pequeños detalles era lo que más lo caracterizaba en el exterior.
Legado
Los dos últimos capítulos fueron escritos por dos académicos que no conocieron personalmente a Miguel Ángel, pero que a través de sus publicaciones reconocen el impacto científico que produjo el coahuilense, como una base para seguir generando conocimiento.
Se trata de Adam P. Karremans, doctor en Ciencias y catedrático de la Escuela de Biología de la universidad de Costa Rica, y Cekouat León Peralta, biólogo y especialista en el género Barkeria.
El libro concluye con una serie de publicaciones de Soto Arenas, divulgada anteriormente en un volumen de la revista Lankesteriana.
Con capítulos ordenados de forma cronológica e historias de distintos colaboradores que se entrelazan, el recuento de la vida estudiantil, profesional y personal de Miguel Ángel deja un legado para futuros botánicos apasionados por la naturaleza y su preservación en un texto que nace del amor y el respeto hacia el trabajo del coahuilense.
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