Por Lilia Esperanza Cárdenas Treviño
Querida Nancy:
Este año celebramos los 90 años de tu nacimiento y conmemoramos tu fallecimiento, hace 30 años. Escribo estas líneas de aquello que compartimos juntas: como familia, como feministas, promotoras y productoras culturales, y personas de izquierda.
Como ciudadana empoderaste a las mujeres y encabezaste movimientos sociales, como feminista abriste espacios para la integración y como activista libraste más de una lucha en favor de los derechos de aquellos que asumen la diversidad sexual y su derecho a ejercerla o reivindicarla.
Mi homenaje por tu trayectoria es muy mío. Tú eras una mujer con múltiples talentos que yo siempre admiré: locutora, traductora, dramaturga, actriz, cineasta, poeta, feminista, valiente y arriesgada luchadora por la defensa de los derechos políticos y humanos en su más amplia acepción, así como una excelente hija, hermana, tía y amiga.
A nuestro hermoso pueblo lo describías como “una pequeña ciudad de más de 400 años, con un millón de árboles, 20 mil personas y sólo un camino de acceso”; pese a tu trascendencia internacional, nunca olvidaste tu oasis del desierto, puerta del cielo, como le decimos orgullosamente los parreños. Allí, en Parras de la Fuente, Coahuila, naciste un 29 de mayo de 1934.
De ese sitio heredamos la dimensión contrastada que te da el desierto y la riqueza de sus verdes excepciones: huertas, viñas, su agua de manantiales y sus estanques, que disfrutabas como buena nadadora que eras, y la propensión espontánea de su pueblo para contar historias.
Tus padres, mis abuelos, Matías Cárdenas Ortiz y Esperanza Martínez Rodríguez, ambos eran originarios de otra latitud semidesértica, Nuevo León. Una hermosa pareja, cuyo éxito, decía mi abuela, era que don Matías era un monje y ella una bailarina. Tuvieron ocho hijos: Imelda, Matías, Gloria, Lilia, Esperanza, Horacio, Héctor y Nancy. Entre todos sumamos 47 sobrinos nietos. Tú, aunque no tuviste hijos biológicos, tienes miles de hijos intelectuales.
Estudiaste la primaria en la escuela Miguel Hidalgo, sólo para niñas, como entonces era canon; la secundaria en la federal, hoy Francisco I. Madero, que era mixta, donde estudiaron tus hermanos mayores y donde conservaste amigos de toda la vida, como mi tío Lalo Quintero y Roberto Orozco Melo.
A tus 15 años fuiste princesa de la IV Feria de la Uva de Parras; antes tu hermana Gloria había sido reina de ese evento y después de ti mi hermana Cristina también fue princesa Así que nosotros las tuvimos como parte de esa nobleza de la estética y la simpatía.
La vida en Parras era sencilla, sólo había un periódico local que salía los fines de semana y se llamaba El Popular, de don Gabriel Robledo. Fuiste colaboradora de sus planas desde muy joven y durante años allí te publicaron pequeños artículos y poesías.
Después de la secundaria sólo había tres alternativas: estudiar comercio, ir a la normal del estado a estudiar para profesora o casarte.
Mi padre me contó que le pediste apoyo para estudiar fuera de Parras. Por entonces mi familia había decidido trasladarse a Celaya, Guanajuato. Así que la forma de ayudarte fue llevarte a vivir con nosotros. También se llevó a mis abuelos, y así la casa de Parras quedó cerrada. Iniciaste, a partir de ese momento, un recorrido en busca de la luz intelectual y de tu libertad.
Tendrías unos 16 años cuando llegaste a Celaya. Allí la tuya resultó una familia ampliada: cinco sobrinos, una cuñada, un hermano y mis abuelos. El agradecimiento hacia mi padre por su apoyo, luego lo volcaste en mis inquietudes de índole cultural. De hecho, me convertí, y así me sentí siempre, una de tus hijas intelectuales.
Mi madre –Marina Treviño Pámanes– y tú todo lo compartían y entre ustedes surgió una gran complicidad, pese a que se llevaban ocho años de diferencia; cada noche, mientras cenabas con ella, le contabas lo que hacías en la escuela, en tu programa de radio amadrinada por una actriz llamada Violeta, que te introdujo con los intelectuales locales, con quienes llegaste a hacer hasta sesiones espiritistas. A mi madre le enseñaste a jugar la ouija, en una mesa de peltre con dibujos de grafito, el abecedario en círculo y una copa de cristal, que se movía rápidamente contestando a las preguntas de ustedes. Después y durante años mi madre nos entretenía con sus espíritus, entre ellos el de Apollinaire.
Todo esto me hace recordar a nuestro Francisco I. Madero espiritista; la verdad es que siempre quise que existieran los espíritus, así podríamos tener esas pláticas de vidas pasadas con ellos; la pena es que como buena agnóstica le pongo una respetuosa interrogante.
Un compañero tuyo de la prepa, Samuel Trigueros Ramos, que es médico y vive en Canadá, me contó que eras muy apreciada y respetada, no sólo en la prepa sino en Celaya, decía “Nancy era muy atrayente, con un aire de intelectualidad, no soportaba ninguna broma ni piropo, en la radio local cautivaba con su hermosa voz. Además, la mayoría del grupo estaba enamorado de ella o impresionado de su cultura, de su magnetismo, del liderazgo y dominio de sí misma”. Su hija se llama Eva Nancy, en tu honor. Una mujer extraordinaria que ahora preside un partido de izquierda en Vancouver, Canadá.
Querías ser médica. Pero una vez me contaste que cuando tuviste delante de ti a un cadáver casi te desmayas; así que cambiaste la medicina por la filosofía y las letras.
Carlos Monsiváis cuenta que te conoció en los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, gracias a Luis Prieto, y que desde que te vio le encantaste; eras todo lo opuesto a su manera de ser: tú, protagonista, y el, tímido. Pero entre ustedes nació una gran amistad. Ambos pertenecieron a la célula Engels del Partido Comunista, aunque no eran militantes de hueso colorado y tras la invasión soviética a Hungría, en 1956, tu socialismo se vino abajo.
Participaste con entusiasmo en las actividades estudiantiles; en 1959 leíste el discurso a López Mateos en la UNAM. Después, me decías, los presidentes Echeverría y López Portillo te invitaron a sus giras por nuestro estado como coahuilense destacada.
En la universidad lograste convencer a diez compañeros de Filosofía y Letras para que se cambiaran de carrera y se fueran a arte dramático, entre ellos a Gurrola y José Luis Ibáñez, quien comentó que la única que se tituló fuiste tú. En 1965 hiciste tu tesis de maestría en la UNAM con el ensayo “Aproximaciones al teatro de vanguardia”.
Trabajaste en la radio y como actriz en algunas obras. Uno de los programas interesantes fue el de Poesía en voz alta, que se realizó entre 1956 y 1963, donde se teatralizó la poesía, con Octavio Paz y Juan José Arreola, como directores literarios; Héctor Mendoza y José Luis Ibáñez, como directores de escena; Juan Soriano y Leonora Carrington, como diseñadores de escenografía y vestuario; Tara Parra, Carlos Fernández, Rosenda Monteros y tú misma, Nancy Cárdenas, como jóvenes talentos en la actuación; tú participaste en el primero y el quinto programa en la Casa del Lago y en la radio.
Te moviste con becas. Así te fuiste a Polonia, donde no soportaste el clima y la pobreza; gracias a Sergio Pitol, que trabajaba en la Embajada, te dabas algunos lujos capitalistas, también realizaste un curso de dirección teatral en la Universidad de Yale. Cuando te pregunté cómo te sentías con el nivel académico en esa universidad, dijiste: “Sentí que tenía una excelente preparatoria”. Tu sarcasmo me encantaba.
Como activista participaste en varios movimientos importantes: contra la guerra de Vietnam, contra el aumento del transporte público, contra el monopolio del teatro; apoyaste el Mayo francés y el Movimiento Estudiantil del 68. Estuviste en la Plaza de las Tres Culturas y sobreviviste, participaste en la Conferencia Mundial de las Mujeres de 1975, apoyaste a los obreros de Cinsa-Cifunsa en un mitin y regalaste una función en su favor. Políticamente fuiste coherente.
Tu poesía me subyugó. Muchos de tus poemas los dedicaste a personajes especiales como Judith Leal y José Carlos Becerra. Y entre otros, uno, sobre el 68, se me quedó muy grabado: fue el que publicaste en Vuelo Acordado y que releo con frecuencia:
JUDITH:
Espera, espera, por favor.
La justicia no está ahora
al alcance de nuestras manos.
Si nos ayudas un poco
te sacaremos de esa cárcel
más firme, más entera
aún
que cuando luchabas en el 59.
(Para Judith Leal)
AHORA UN POCO DE FLORES PARA TI
a José Carlos Becerra
Leerte y releerte.
Secreto, emocionado
homenaje, José Carlos;
y el recuerdo de aquellas tardes
en que jugábamos
dos o más juegos en un sólo roce.
HABLAR DE TLATELOLCO
Para mí,
Hablar de Tlatelolco es fácil:
No vi la sangre
ni las culatas buscando
los débiles huesos de los niños
ni las oscuras manos
arrancar del pulso de los heridos
aquellos relojes de 200 pesos.
No vi nada.
Vi unos cuantos rostros de soldados,
muy pálidos,
muy morenos y muy pálidos,
casi grises.
Vi luces de colores en el cielo
como en los días de fiesta
y, por última vez, aunque no lo sabía,
la cara sonriente de algunos amigos.
Octubre, 1970
Un día dejaste de actuar, decidiste traducir, adaptar y dirigir teatro, lo mejor de las carteleras se trajo a México gracias a ti y a tu socio productor, Jorge Estévez; tus exitosos montajes estaban al nivel de los mejores del mundo.
Recuerdo haber visto, entre otras obras: Y la maestra bebe un poco, de Paul Zindel; Los chicos de la banda, de Mart Crowley; Aquelarre, de Friedrich Zauner; Cuarteto, de E.A. Wilehead; Misterio Bufo, de Dario Fo; La Casa de Muñecas, de Ibsen; El día que pisamos la luna, de Nancy Cárdenas; Las Amargas Lágrimas de Petra Von Kant, de Werner Fassbinder, con la que regresaste a la actuación; El pozo de la soledad, de Radclyffe Hall, y Sida… Así es la vida, de William Hoppman.
Algunas las llevamos a Coahuila y Casa de Muñecas la escogiste para la Compañía de Teatro de Coahuila, que fundaste con actores y actrices como Sonia Salum, Mabel Garza, Jesús Valdez Martha Iga. A Oscar Garza y Joaquín
Villarreal los trajiste desde Piedras Negras al Foro Coyoacán con La Historia de Cristal, de Edward Albee, que dirigiste. En fin, uno de tus amores fue el teatro.
Trabajaste con las mejores actrices y actores de México: Ofelia Guilmáin, Carmen Montejo, la Sheridan, Pilar Pellicer, Patricia Reyes Espíndola, Dunia Zaldívar, la coahuilense Carmen Salinas (ella siempre comentaba que el papel de fichera que tuvo tanto éxito fue gracias a que la enseñaste a actuar de teporocha), Octavio Galindo, Pepe Alonso, Sergio Jiménez, Otto Sirgo, Sergio Kleiner, entre otros.
Una de tus ocupaciones y pasiones importantes fue el cine. Eras miembro de Pecime (Periodistas Cinematográficos de México), con sus integrantes organizabas ciclos de cine, hacías crítica cinematográfica para algunos medios y participabas en las bienales de Acapulco y la premiación anual. Hoy por cierto veré el documental México de mis amores, antología del Cine mexicano, con fragmentos de lo mejor del cine, bajo tu dirección y guion tuyo y de Carlos Monsiváis.
Me presentaste a los de Pecime y juntos hicimos el cine club para la Universidad Autónoma de Coahuila; yo venía cada mes por las películas y siempre llegaba a tu casa de Felipe Villanueva, en el edificio contiguo al de Juan Rulfo, con quien tenías excelente relación y quien según tus palabras “…cambió nuestro destino literario”. Más tarde llevarías a Pedro Páramo al teatro, una de tus mejores puestas en escena.
La última obra de teatro que dirigiste fue Quisiera arrancarme el corazón, de Emma Teresa Armendáriz. Yo fui la productora. Todo un reto porque Emma era actriz de método y el actor principal no, pero a ti eso no te preocupaba; al final fue un éxito. Recuerdo que cuando te di tu cheque de honorarios me dijiste: “Es la primera vez que recibo tanto dinero por dirigir”, pues normalmente invertías en las producciones, desafortunadamente fue cerca de tu final.
En esta Ciudad de México, a la que llamabas la maravillosa ciudad del caos y el cemento, fue donde enfrentaste y ganaste numerosas batallas.
Si México ha avanzado eso es gracias a hombres y mujeres que, con su talento y compromiso, han luchado para cambiarlo. Tú, en este sentido, fuiste pionera. Queremos que sepas que sigues viva entre nosotros a través de tus ideas, pensamiento y logros. Tu familia y tus amigos recordamos el día en que, a pedido tuyo, tus cenizas se fundieron con árboles, flores y mariposas que integran el paisaje de tu añorado Parras.
Yo conservo una cajita de porcelana con un puñito de ellas. Queremos que sepas que siempre estarás con nosotros, tú eras y sigues siendo nuestro ejemplo de posibilidad de progreso y dignidad de género humano.
Querida Nancy, mujer de izquierda, luchaste por un México más progresista, incluyente y culto; fuiste pionera de la poesía en voz alta, de los cineclubes, de las pláticas sobre el sida, del movimiento feminista, del teatro de vanguardia, formadora de talentosos jóvenes que nunca olvidamos tus enseñanzas.
Nancy, tu relación con las feministas fue muy importante. Personajes como Alaíde Foppa, fundadora de Fem, y luchadoras como Mary Claire Acosta respiraban el mismo aire que tú; decías que “la conciencia feminista nunca llega como un regalo, es más bien una iluminación paulatina que se va apoderando de una persona sin que ésta pueda hacer nada por impedirlo”. Recuerdo el viaje que hicimos a Acapulco para conocer a la esposa del primer ministro griego, Papandreu, que era feminista, gracias a un avión privado que nos consiguió Manuel Camacho Solís. Todas las acompañantes eran feministas, con tu inglés perfecto fuiste la intérprete.
Nancy, tú eres “la Parras Atenea”, “valiente, inteligente, talentosa, con humor”, como te describía tu compañero y cómplice de aventuras, Carlos Monsiváis.
Todavía recuerdo cuando en el Hospital de Nutrición, un 1 de enero de 1994, me dijiste: “Tengo dos noticias que darte, una buena y otra mala, ¿cuál quieres primero? Con un presentimiento, te dije la mala, y entonces me contestaste: “El cáncer regresó y me voy a morir”; con lágrimas te pregunté “¿y la buena?”, sonriendo me dijiste: “Hoy los zapatistas se levantaron en armas y México tiene que cambiar”. Para despedirte me regalaste los dos Chuchos Reyes que tenías en tu sala.
Aún tuviste la fuerza de terminar tu segundo libro de poesía, Cuadernos de amor y desamor. Me tocó organizar en el Granero su lectura en la voz de grandes actrices; aún guardo la placa que develamos.
Estarías feliz de ver que una de tus luchas ha tenido eco en esta sociedad, donde unos son conformistas y derrotados, pero muchos son luchadores incansables por su dignidad y derecho. A esta estirpe pertenecías querida Nancy; gracias a ti, la matriarca del orgullo gay, la fundadora del Frente de Liberación Homosexual por los derechos de los homosexuales, lesbianas y transexuales, se han normalizado en la Ciudad de México. Espero, como dijo José Luis Ibáñez, que Nancy Cárdenas siga resonando para todos como suena en mis oídos: “Con ventanas y puertas de alegría”.
Terminaré con esa poesía tuya, cuyo título es:
QUE NO ES
Antinatural, antisocial, antibiológico
aceptan ya los que más saben
de cuerpos y conductas.
Disfrutar de este amor sin culpa
es vivir en el siglo XXI:
mujeres siempre en movimiento que se atreven
a jugar a todo sin salirse de ellas mismas.
Tu sobrina e hija intelectual,
Lilia Esperanza Cárdenas Treviño
29 de mayo 2024
Posdata:
Nuestra vida juntas da para contar muchas más cosas.
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