Por Mariana Santos
El sol impacta en la cara de las personas que desfilan con sus bolsas llenas de las compras que realizaron en el Mercado Juárez. El cansancio se siente en sus piernas. Algunos buscan la silla más cercana, la que está a un lado de un bolero, y aprovechan para lustrar sus zapatos desgastados.
Frente al Mercado Juárez se pueden encontrar varios boleros, pero existe uno en particular que se le observa dándole de comer a las palomas o leyendo la nota del día. Hablamos de Armando Loera, quien cuenta con más de 25 años viviendo en la ciudad de Saltillo, Coahuila.
Nacido en Fresnillo, Zacatecas, aprendió a bolear desde joven debido a que se instalaba afuera de cantinas y estéticas para ganar un dinero. Al crecer decidió mudarse a Estados Unidos, donde vivió 10 años.
Antes de dedicarse a la boleada de zapatos fue chofer, vendedor de flores y de paletas heladas, pero comenzó con la búsqueda de encontrar un oficio en el que se sintiera tranquilo.
Al recordar los tiempos de cuando era joven, revivió el momento en el que un señor le dio las instrucciones sobre cómo bolear, qué jabón y qué grasas usar…
Lleva cinco años en su puesto de la calle Padre Flores. Le ha tocado atender a políticos, periodistas, beisbolistas del equipo “Saraperos” e integrantes de grupos musicales. En ocasiones opta por no atenderlos, pues dice que sus zapatos suelen ser muy finos y prefiere no tocarlos.
“Cuando vienen artistas o grupos musicales, los ve uno y dice: ‘no, esas botas son muy caras’. Y pues no, mejor los mando con otros. No tengo el material para bolearlo y aparte no me gustaría dar un mal trabajo. Mejor que vaya con otra persona”, expresa.
Sus clientes más frecuentes son los médicos, licenciados, arquitectos y periodistas, con los cuales se echa una plática. Además de la charla realiza su boleado especial con su jabón, crema, grasa, brochas y jabón de calabaza.
De lunes a miércoles y sábados y domingos, de 9:30 de la mañana a 6:00 de la tarde, se encuentra Armando, analizando el centro y sus vivencias que mayormente no suelen ser tan agradables por la inseguridad que se suele presentar y la falta de vigilancia.
Para el bolero, el centro sigue siendo el mismo desde el primer día en que él se instaló. La gente paseando con sus compras y saliendo de los tacos de la esquina.
A Armando le agrada esto, pues conoce a gente y se convierte en amigo de sus clientes, por las charlas amenas que él comparte.
Un día común en su día de trabajo es conocer a la gente, qué es lo que hacen y a qué se dedican, como una entrevista, sincera y armoniosa. El ser bolero es su único trabajo, pues con 68 años se siente cómodo realizando este oficio.
Cuando el trabajo se encuentra tranquilo, su pasatiempo favorito es alimentar a las palomas, leer un libro o periódicos que se encuentran guardados en un pequeño estante que tiene en su puesto. El bolero, piensa continuar así, calmado y relajado, disfrutando de su labor.
TE RECOMENDAMOS LEER: