En los hoyos de una ladrillera

enero 11, 2024
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Por Arturo Santillán

La final del futbol mexicano del domingo 17 de diciembre último, entre América y Tigres, podría ser el último juego de liga que el Estadio Azteca albergó como lo conocemos ahora. 

Inaugurado en 1966, el imponente inmueble de Santa Úrsula ha tenido ciertas modificaciones en sus 57 años de existencia; arreglos que han afectado su capacidad y apariencia interior en el graderío, pero, en esencia, la fachada de la magna obra diseñada por Pedro Ramírez Vázquez no cambió en sus casi seis décadas de vida. 

De acuerdo con lo anunciado por Grupo Televisa, propietario del coloso donde juega el Club América desde el 26 de mayo de 1966, el inmueble cerrará por un tiempo. El conjunto laureado en este invierno 2023 ocupará durante unos meses otra cancha de la Ciudad de México, como ya lo hizo en otras épocas…

En tiempos del presidente Manuel Ávila Camacho, en la semipoblada zona de Mixcoac, una ladrillera llamada “Nochebuena” cerró sus operaciones y dejó unos enormes hoyos en los límites de lo que fuera el rancho “San Carlos”. El Distrito Federal, entonces se llamaba, apenas contaba con tres millones de habitantes.

Pero retrocedamos unos 20 años, cuando Felipe Carrillo Puerto era gobernador de Yucatán; él fundó el Partido Socialista del Sureste y fue fusilado en enero de 1924, después de ser derrocado por rebeldes delahuertistas. Durante su gobierno, Carrillo Puerto tuvo como secretario particular a Neguib Simón Jalife, un abogado de origen libanés y posterior empresario que hizo fortuna como fabricante de Navajas Ala, focos Lux y peines La Pirámide.

Aquellos gigantescos huecos causados por las excavaciones de la ladrillera fueron aprovechados por un futurista proyecto imaginado por Neguib; en esas magnas fosas se construyeron dos coliseos: una plaza de toros y un estadio de futbol, la más grande del mundo hasta ahora y el más grande del país en esos años, respectivamente. Ambos escenarios nacieron como parte de la llamada Ciudad de los Deportes y fueron inaugurados en 1946.

Neguib gastó prácticamente toda su fortuna en las obras de su sueño, un enorme proyecto arquitectónico para el entonces Distrito Federal que contaría con un frontón cerrado para siete mil personas, alberca olímpica, canchas de tenis y baloncesto, arena de box y lucha, boliche, galerías de arte, cines, teatros, playa artificial, centro de artesanías y estacionamiento para dos mil automóviles.

Pero la mala fortuna le negó a Simón la culminación de sus planes, problemas financieros le obligaron a vender los únicos recintos terminados al español Moisés Cosío Gómez, entonces dueño del Frontón México de la Colonia Tabacalera, también en la capital del país.

Cosío también compró el Parque Asturias y desapareció al equipo local del mismo nombre, con el único objetivo de obligar a los equipos capitalinos de la época a negociar con él y rentar el Estadio de la Ciudad de los Deportes, un recinto subutilizado que ya le representaba pérdidas por los costos de mantenimiento. En 1950 el Real Club España, América, Atlante, Marte y Necaxa aceptaron las condiciones del propietario, con previa intervención del entonces presidente Miguel Alemán, quien tuvo que abogar por un mejor acuerdo.

Sólo el Atlante ocupó de manera permanente el estadio de las ladrilleras hasta 1958. El conjunto Marte se mudó a Cuernavaca tres años después, mientras que América y Necaxa llegaron a un acuerdo con la UNAM para jugar en Ciudad Universitaria, aunque debieron volver a los dominios del empresario Cosío por las pobres entradas que tenían en el pedregal.

El Estadio de la Ciudad de los Deportes sufrió de las continuas disputas de Moisés Cosío con las autoridades de la capital. El 24 de enero de 1958 fue clausurado por el Departamento de Obras Públicas del Departamento del Distrito Federal por impuestos sustitutos no pagados porque el inmueble no contaba con espacios de estacionamiento. La sanción pospuso el primer partido de Copa entre Atlante y Cuautla; además, América y Necaxa tuvieron que mudarse de nuevo a Ciudad Universitaria para terminar lo que quedaba de torneo. 

En junio de 1959 otra clausura por motivos similares causó la migración permanente del América, Atlante y Necaxa a los campos de la UNAM.

El abandono del estadio contiguo a la plaza de toros terminó en 1967. Con la designación de México como sede de los Juegos Olímpicos de 1968, los Pumas de la UNAM tuvieron que ocuparlo para permitir la remodelación del Estadio Universitario y no volvieron a su cancha sino hasta 1969.

Para la Copa del Mundo de 1970 los toques finales sobre el recién inaugurado Estadio Azteca devolvieron por unos meses al campo vecino de la Plaza de Toros a los clubes América, Atlante y Necaxa.

De 1983 a 1996 el Atlante alquiló el coloso de la colonia Nochebuena, después Cruz Azul lo hizo de 1996 a 2018, año en el que se anunció su demolición. En su lugar habría un centro comercial y un hotel, una negociación que por buena fortuna fracasó.

Los dueños aún descienden de Moisés Cosío y en 2020 arrendaron una vez más la propiedad, misma que volvió a llamarse Estadio de la Ciudad de los Deportes al tiempo que Atlante regresó a la capital del país, una urbe que ahora se llama Ciudad de México, con más de 20 millones de habitantes y que nunca pudo contar con esa utópica Ciudad de los Deportes.

Para volver a ser sede del Mundial en 2026, el Estadio Azteca requiere comenzar intensos –y rezagados– trabajos de remodelación, labores que comenzarán muy pronto. Es por esta razón que, una vez más, el Club América jugará en lo que un día fueron los hoyos dejados por una ladrillera.

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