A 30 años del TLC, la promesa de prosperidad no alcanzó para todos

enero 24, 2024
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Por Christian Luna

El 6 de enero de 1992, un año antes de la firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá (TLC), se publicaron en el Diario Oficial de la Federación las reformas al artículo 27 constitucional para permitir la privatización de las tierras ejidales y comunales, y abrir la puerta legal del capital privado. 

El contenido de esas reformas representó el rompimiento del pacto social plasmado en la Constitución Federal de 1917 y afectaron profundamente la propiedad de los recursos naturales, incluida la tierra, agua, bosques, minería y, en general, la biodiversidad.

Expertos en la materia hablaron con El Coahuilense sobre lo que sucedió con la zona agrícola y ganadera en Coahuila desde hace tres décadas. Las observaciones van desde un crecimiento estancado, centrándose cada vez más en una menor cantidad de empresarios; explotación de los recursos naturales, como el agua; el cuidado de los campesinos con la tierra y su migración hacia zonas urbanas. 

Para Héctor Malacara, doctor en economía y catedrático de la Universidad Carolina y Universidad del Valle de Santiago, existen tres datos reveladores de lo que pasó con el sector agrícola y ganadero en México, especialmente en Coahuila:

El sector agrícola nacional ha crecido a tasas de entre 1.6 y 1.9% anual sin llegar a dinamizar el mercado durante los primeros 30 años del TLC.  

“Coahuila no queda fuera de esta dinámica. El sector agrícola no se ha dinamizado. Nos hemos mantenido en las mismas tasas de crecimiento económico, pero si lo comparamos con el crecimiento promedio de todas las actividades del país, que están creciendo entre 2.5 y 3%, sigue siendo el sector que menos crece en nuestra economía”, expone.  

Como segundo dato, dice el académico, se encuentra que este crecimiento estancado se concentró en 7% de unidades económicas (empresas agrícolas), dejando al resto de los habitantes del campo sin recibir beneficios directos del tratado. 

De acuerdo con información correspondiente a 2021 y 2022, proporcionada por Malacara, a escala nacional ese 7% de unidades económicas genera entre 70 y 77% del total de la producción en el país, dejando el resto a los ejidatarios. 

Dicho 7% se traduce en más de 350 mil empresas contra cinco millones de campesinos ejidatarios que se encargan de 30% restante. 

“(El TLC) no se refleja en beneficios para ese 93% restante de propietarios que producen para el autoconsumo. Este crecimiento se concentra en las unidades que son las empresas agrícolas. En México se le llama Régimen Agroalimentario Corporativo, pero los más críticos le llaman Régimen Agroalimentario Imperialista”, aclara.

En México son 20 las principales grandes empresas que concentran la producción agrícola, entre ellas se encuentran Maseca, Bimbo, Cargill, Bachoco, Pilgrim´s, Tyson Food, Nestlé, Lala, Sigma, Monsanto, General Foods, PepsiCo, Coca-Cola, Grupo Bis, Grupo Modelo, Grupo Cuauhtémoc y Walmart.  

La mayoría de esas compañías tiene presencia en Coahuila, como Bachoco, Pilgrim´s, Tyson Food, Lala y Grupo Modelo; Monsanto mostró interés de llegar a la región durante 2015. 

El tercer dato que Malacara expone es que, si bien con el TLC se generaron más y nuevos flujos comerciales (importaciones y exportaciones) y creación de nuevos empleos, también se creó una dependencia hacia el extranjero en productos de la canasta básica que antes se cosechaban en el campo mexicano, lo que pone en riesgo la independencia alimentaria del país. 

“México ha tenido momentos prácticamente de superávit comercial donde vendemos más productos agrícolas de lo que compramos. Sin embargo, de acuerdo con información de 2022, hay productos en los cuales nos hemos vuelto dependientes (del extranjero): trigo, maíz, arroz y la soya, granos básicos”, explica.

De esos granos 50% se consume en México, pero se importa a diferencia del huevo o la leche, que, del total del consumo nacional, sólo se trae del exterior 5 o 10 por ciento. 

“No somos totalmente dependientes, pero tampoco somos autosuficientes en productos que son de la canasta básica. Y ahí es donde se tiene que poner atención porque tienes que ser al menos 100% autosuficiente en ciertos productos de tu propia canasta alimentaria”, añade el especialista. 

Del campo a la urbe 

Otra de las consecuencias que trajo el TLC para los campesinos de Coahuila es el cambio de estilo de vida. La migración del campo a las ciudades es cada vez más intensa. 

De acuerdo con el experto, dentro de las negociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte siempre existió el miedo a la desaparición de la economía campesina y que se regresara al latifundismo y a la figura de la hacienda. Antes de la reforma del artículo 27, la tierra sólo se podía heredar entre los mismos miembros de la comunidad.  

Para ciertos economistas, lo anterior es natural dentro de un desarrollo económico. No obstante, los campesinos llegan a vivir en las periferias de las ciudades y a sufrir los embates de la marginación.

“Tienen ciertos conflictos sociales muy diferentes a los conflictos sociales que se generan en el campo. Todas las zonas urbanas tienen situaciones de marginación, que precisamente se le llama marginación porque normalmente viven en el margen de las ciudades. En las orillas. Entonces, ese problema no se tiene en las zonas rurales. 

“Hay menos desigualdad económica en las zonas rurales que en las zonas urbanas. Entonces, al pasar a urbanizarse, el campesino llega a zonas marginadas”, expone Malacara. 

José Luis García es habitante de General Cepeda, municipio de Coahuila, una de las zonas rurales con mayor abandono en la entidad. Él es activista miembro del colectivo campesino “Sí a la Vida” y ofrece un testimonio cercano de la transformación y las problemáticas de los campesinos a 30 años del TLC. 

Crítico, interpreta al tratado como una estrategia para eliminar por completo al sector campesino en México. Para él, el TLC mismo es parte de maniobras económicas más amplias para incorporar a México al mercado mundial y a los intereses del capital transnacional.  

“Yo recuerdo que, en tiempos de López Mateos, estoy hablando de los 60 antes del 68, el secretario de Agricultura decía que su trabajo era sacar del campo a un millón de campesinos por año. El gobierno mexicano es un peón de los intereses transnacionales, de lo que llamábamos en el pasado ‘el imperialismo yanqui´, pero que ahora llamaría el imperialismo del Norte global”, dice. 

El fenómeno del extractivismo 

De acuerdo con el activista, antes de la reforma al artículo 27 el campesino podría vender los excedentes de producción de sus tierras. Con el paso del tiempo se desmantelaron los mecanismos legales que dejaban que esto sucediera. Así, el campesino fue orillado a ser propietario y a ser protegido sólo por el Código Civil y no estar respaldados por el Derecho Agrario. Lo anterior llevó a un cierre del mercado de los pequeños excedentes de los campesinos, quienes dejaron de tener ese estímulo económico porque ya no podían vender. 

“Esto se da en un contexto en el que las agroempresas empiezan a comprar terrenos ejidales. Compraron sobre todo los derechos de agua, y ésa es otra manera de cerrar el cerco sobre los campesinos: te quito tus derechos ejidales, te quito el mercado, te quito el estímulo para que trabajes y, además, te compro la tierra. 

“Estamos ante el nacimiento de un nuevo latifundismo, pero no como el latifundismo porfirista, que tenía grandes extensiones de tierra; ahora es uno de alta tecnología, de alta inversión en la que se concentran una enorme cantidad de tecnología y una enorme cantidad de capital en un pequeño predio y se dedican a crear productos que son muy buen negocio para ellos”, reflexiona José Luis. 

En General Cepeda hay varios ejemplos de productos que mantienen las agroempresas con entradas de divisas gracias a la exportación, como son las berries, alcachofa, berenjena o espárrago. Dicha producción, para el activista, no se centra en producir alimento, sino en generar capital, lo que lleva a una sobreexplotación de la tierra, resultando una desertificación cuando ya no hay nada que hacer en el territorio. 

“La agroempresa tiene un carácter extractivista, es decir, de que en una pequeña porción de tierra saca muchos dividendos y no se cuidan de que esa tierra tenga una larga vida, sino que la agota. Por ejemplo, en lugar de sembrar los nogales a 15 metros, uno de otro, lo siembran a ocho metros y acaba empobreciendo el suelo hasta convertirlo en desierto”, explica.

Una de las soluciones de este sector es abrir el mercado para que los campesinos puedan promover sus productos. Actualmente la comunidad en la que participa José Luis realiza diversas actividades llevando grupos estudiantiles a conocer el campo, y los campesinos se organizan para llevar no sólo productos de la tierra a la ciudad, también artesanías y artículos manufacturados por ellos. 

Agua, el problema  

José Luis Escobedo Sagas es maestro investigador de tiempo completo de la Facultad de Economía de la Universidad Autónoma de Coahuila.  De acuerdo con su interpretación, el estado siempre ha tenido un problema con el agua; el sector ganadero era mucho más dinámico en el territorio. 

Pese a ello, con el TLC se sustituyeron los productos agrícolas de temporada por los de riego, a tal grado de desaparecer casi por completo los primeros. Y para que el riego sea posible se necesitan grandes cantidades de inversión en tecnología. Para el investigador este cambio no sólo sucede y seguirá sucediendo en la región, en el país y el mundo.

Dicho contexto pone a estados como Coahuila o Nuevo León en el rango de escasez de este recurso natural. Las ciudades crecen tanto y en poco tiempo que su demanda de agua se tiene que satisfacer con los distritos de riego que fueron pensados para el campo durante los años 40. 

“Hay distritos de riego que datan desde la época de los 40 o 50 que están formalizados. Ahí tenemos una bronca, y eso es independiente del TLC. Cada vez tenemos ciudades que demandan una mayor cantidad de agua, un bien finito y no podemos estar disponiendo de él”, dice.

Dicho distrito de riego era exclusivo para el desarrollo de las zonas agrícolas, y en estados como Nuevo León ya son utilizados para satisfacer las necesidades de las urbes. A eso se le suma que desde los cuarenta gran parte del agua de los estados de la frontera está comprometida en un acuerdo binacional que se tiene con Estados Unidos.  

A decir del investigador, bajo este contexto de escasez y la zona desértica, si no hubiera existido el TLC, el campo en Coahuila ahora estaría en condiciones similares: en un proceso de industrialización inevitable.

“Hubiera pasado algo similar. El tratado lo único que hizo fue abrir la entrada de productos y permitir la especialización que ya teníamos en Coahuila. Está creciendo mucho la industria, y la industria no solamente te demanda personas, te demanda recursos naturales, entre ellos el agua. Eso lo hace más complicado” señaló. 

En el campo, el éxito fue un fracaso 

Profesor de la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro y miembro del Sistema Nacional de Investigadoras e Investigador del Consejo Nacional de Humanidades de Ciencia y Tecnología, el doctor Lorenzo Alejandro López Barbosa observa grandes ganadores y perdedores después de tres décadas de integrarse México a las dinámicas económicas globales. Y uno de los grandes perdedores fue el campo en Coahuila, asegura.  

“En el campo de Coahuila pues el éxito fue un fracaso. Perdimos la oportunidad de lograr una soberanía alimentaria, el sector rural fue uno de los grandes perdedores a nivel general. El impacto negativo fue con los productores más vulnerables, sobre todo con los pequeños. Eso se sabía”. 

En el caso de Coahuila “estamos en una situación muy diferente a las de otros estados, por la industria automotriz”, pero el campo en la entidad salió perjudicado, considera el también responsable del cuerpo académico del departamento de Desarrollo Rural Sustentable y Procesos Sociales de la Universidad Antonio Narro. 

El sector ixtlero, candelilleros y los productores de maíz fueron los que más resintieron la apertura comercial del TLC, agrega, debido a la imposibilidad de competir ante los demás productos.  El sector ganadero tuvo un mejor desempeño, considera, aunque con las consecuencias de cargar con los embates hacia el medio ambiente de reproducir los animales, y que Estados Unidos sólo se encargara de su engorda. 

López Barbosa expone que durante 2015 ocurrió un superávit en productos agrícolas en México, con la entrada al comercio del aguacate, las berries, pero hay zonas de pobreza extrema donde el rezago sigue siendo irremontable. 

“En 2015 se pensó en poder exportar aguacate, y México apostó mucho a las berries; sobre todo en Jalisco y en Michoacán la balanza comercial dejó de ser deficitaria. El valor de la producción aumentó, pero en las comunidades rurales, donde hay pobreza extrema, el rezago es irremontable”, asegura. 

El investigador observa de manera esperanzadora que, pese a ese contexto, ha existido una resistencia de los campesinos por no desaparecer.

“Las previsiones que se daban era de que los campesinos iban a terminar desapareciendo con la reforma al artículo 27 de 1992 y la privatización de la propiedad social de los ejidos. Sin embargo, las tendencias de alguna forma se han ido alargando. Creo que hay una resistencia de los grupos campesinos por tenerse como tales”, considera. 

Soberanía Salarial 

López Barbosa agrega que el TLC, a grandes rasgos, pese a haber convertido a México en una potencia exportadora, no ha logrado superar el crecimiento económico que ocurrió en los años 70. Y en lugar de generar soberanía en los salarios, los dueños de la producción fueron los más beneficiados.  

“En términos de éxito o fracaso hoy somos una potencia exportadora: enviamos ocho veces más que en 1994. Casi 500 mil millones de dólares. En el Producto Interno Bruto per cápita, a nivel nacional, el crecimiento fue mayor en el período anterior al TLC, del 70 al 92, que del 94 a 2022. De hecho, antes del Tratado de Libre Comercio el producto interno bruto per cápita era mayor al promedio mundial. Hoy estamos por debajo del mundial. Obviamente si ha crecido, pero aquella promesa de prosperidad no se cumplió para toda la población”, dice. 

La parte que le corresponde a los trabajadores, los salarios del Producto Interno Bruto, hoy en día es de un 36%; mientras que antes del TLC era un 43%, esto quiere decir que los ganadores tampoco han sido los trabajadores, sino, principalmente, los dueños y los propietarios de los medios de producción, debido a que se ha promovido a México como un país de mano de obra barata, explica López Barbosa. 

“Esto es porque siempre se promovió al país como un país con salarios bajos. Lo cual nos llevó a perder una sorprendente y muy poco estudiada soberanía laboral”, concluye. 

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