En el cerebro de Trump

abril 14, 2025
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EL COAHUILENSE

Por Alejandro Páez Varela

1. El desplome

Cada día leo menos analistas que defienden la idea de que Donald Trump inició una guerra comercial basado en un plan redondo. Algunos dijeron que hasta calculó cada vez que echaría atrás sus mismas acciones ejecutivas. El desplome del mercado bursátil, del dólar, del precio del petróleo, de las perspectivas de crecimiento; incluso el desplome de las acciones de sus magníficas empresas estaba calculado así, eran parte de ese plan, aunque no se advirtiera –porque no se hizo– que sectores que emplean a millones de personas en Estados Unidos perderían fortunas formidables en apenas tres meses.

Quizás la teoría de los aranceles como herramienta planificada de negociación perdió fuerza cuando el Presidente de una nación líder en alta tecnología abrazó a un obrero de casco amarillo y luego sacó unas láminas de Power Point impresas. Los que seguíamos la transmisión en vivo intentábamos ver las tarifas por país en esas tablas, sin éxito. Y resultó que aparecieron hasta las Islas Heard y McDonald, que no tienen actividad económica ni población y sólo son habitadas por pingüinos que no pagan impuestos locales, ni estatales, ni federales; mucho menos a pretendidos reyes del otro lado del planeta.

Ayer escribían Paul Kiernan y Anthony DeBarros en The Wall Street Journal: “¡Qué diferencia tan grande en tres meses! Desde que Trump asumió el cargo, los economistas han recortado drásticamente las estimaciones de crecimiento, mientras que las han aumentado para la inflación y el desempleo”.

The Wall Street Journal hace una encuesta trimestral. La culpa de este sismo son, reveló, los aranceles.

“Cuando el diario encuestó a economistas por última vez, del 10 al 14 de enero, éstos tenían dudas sobre muchos aspectos de las políticas de Trump, incluyendo aranceles, restricciones a la inmigración y recortes de impuestos. Pero tuvieron que sopesar esa incertidumbre con una economía que había superado constantemente las expectativas. El cambio en la perspectiva de los economistas refleja que Trump está llevando sus políticas comerciales más allá de lo que casi nadie imaginaba hace tres meses”, concluye.

La encuesta se hizo a 64 economistas académicos y empresariales del 4 al 8 de abril, poco después de que Trump anunciara un arancel a los pingüinos y al 10 por ciento sobre todas las importaciones y los aranceles recíprocos para medio planeta, el 2 de abril. Las respuestas son anteriores al anuncio de Trump, el 9 de abril, de una suspensión de 90 días de los aranceles recíprocos que mantiene el arancel base del 10 por ciento y aumenta los aranceles hasta el 145 por ciento para China.

Los economistas prevén que el PIB estadounidense, después de la inflación, se expanda tan sólo un 0.8 por ciento en el cuarto trimestre. Esta cifra es inferior a la previsión de crecimiento del PIB del dos por ciento de enero. “De ser correcta la apreciación, este año sería el peor de la economía desde 2020, cuando la pandemia de coronavirus provocó una breve pero profunda recesión”, dice The Wall Street Journal.

Por eso cada vez aparecen menos analistas que defienden la idea de que era una guerra basada en un plan redondo. ¿Quién en su sano juicio llevaría al abismo a su propio país? Y si ya el país no le importa a Trump, un ególatra, egocéntrico capaz de compararse con los “padres fundadores” de su nación, está la popularidad. Va en picada. Real Clear Polling dice que trae ya 50.6 por ciento de desaprobación cuando en enero, al inicio, era de 44.3 por ciento. Aquí no parecerá mucha la diferencia pero allá, donde se ganan y se pierden elecciones por pocos puntos (con dos partidos), es un abismo.

Pero me parece que esto está empezando y que lo bueno está por comenzar.

2. El arte de negociar… nada

Dividamos en dos grupos a aquellos que teorizan sobre los aranceles Trump.

El primero de los dos grupos analiza las tarifas como un fin: fortalecer el ingreso con tributos de economías menores a las que se puede impresionar, como lo hacía la Antigua Roma o el Imperio Británico, o como los aztecas o como los chinos. Este vasallaje feudal requiere un cierto uso de fuerza y cohesión: soy superior a ti, te obligo a que me pagues.

Las tarifas como fin tienen efectos naturales o buscados: la desindustrialización es uno de ellos. Trump pretende sacar fábricas del resto del mundo (y de México) y llevarlas de regreso a su país, que no brilla por fábricas que suden energía animal, sino por el sector servicios, que representa entre 77-78 por ciento de su PIB y da más del 50 por ciento del empleo.

El sector servicios incluye banca, alta tecnología, aseguradoras, centros educativos y de investigación; entretenimiento y turismo, y hasta una parte del mismo comercio. El sector terciario, servicios, no produce bienes materiales, pero es todo lo demás que necesite una población: incluye hasta servicios de salud, sanitarios, hotelería y turismo y más.

Y el otro sector “fuerte” de Estados Unidos es el industria, y lo entrecomillo no porque sea menor, sino porque, frente al otro, palidece: representa apenas 17-18 por ciento del total. La agricultura tiene es el uno por del PIB restante.

El primer grupo teoriza con la idea de que los aranceles se quedan; Trump sí se ve, pues, recolectando dinero de todo mundo mientras su Estados Unidos ruge por las fábricas ruidosas llenas de güeros mamados que trabajan de nueve a cinco (diría la canción de Dolly Parton) y regresan a disfrutar a su amorosa esposa güera, de zapatos con holanes y con pan de plátano recién horneado en las mañanas; a sus diez hijos güeros que visten zapato, pantalones cortos y camisas de manga corta en verano.

El segundo grupo teoriza sobre los aranceles como una herramienta de negociación, basados en el libro de Trump que se llama, justamente El arte de la negociación. No ve cómo esos impuestos permanezcan sin dañar a la economía y entonces sí ven que algunos se queden más tiempo que otros. Es “el arte de la negociación”, o sea, hay un plan maestro, maquiavélicamente bien planeado.

Ahora quiero imaginar que es así, y que hay un plan maestro. Que hay mesas pensadas para cada nación del mundo porque, si quieres negociar, requerirás la ayuda de miles y miles de negociadores que analicen una a una las implicaciones del gravamen y atiendan a las delegaciones de países a los que les vas a pedir lo que habías planeado pedirles.

La teoría de los aranceles como herramienta de negociación tuvo un grave problema el día de su confirmación, como ya vimos. El obrero de casco amarillo, las láminas diseñadas en Power Point y los pingüinos atacados con impuestos al otro lado del planeta estorban a razonar la idea de que Trump quiere sacar ganancia y en algún punto retirar los aranceles. Esas señales hablan de que quiere volver a los 1970-1980. Y se vale. Allá él y allá Estados Unidos.

El tema es que repentinamente retiró tooodos los aranceles recíprocos sin negociaciones individuales, y muchos creen que reculó por falta de capacidad para atender a todos esos presidentes que, como dijo en una reunión, hacen cola para lamerle “el culo”. Luego se concentró en castigar a China y cuando China le contestó, dijo: “China se equivocó: entró en pánico. ¡Lo único que no se pueden permitir!”.

China no sonaba con pánico. Más bien ese mensaje de Trump sonaba con pánico. Era una respuesta como de “yo no quería que China me respondiera para que el mundo me viera cómo soy de cabrón, que hasta a China le pongo unos buenos moquetes”. Raro, Trump.

China respondió con elegancia. China puede ser muy elegante. Dijo que había resistido cinco mil años, muchos de los cuales Estados Unidos ni siquiera existía. Dijo que se preparaba para una guerra de largo aliento y que, de entrada, respondía a Trump con más aranceles.

3. Cinco mil años

Algunos analistas dicen que los aranceles eran para contener a China. Que el objetivo fue y es China. Atacarla, doblegarla y luego negociar con ella en una mesa larga.

Esto es un derivación de los que piensan que las tarifas eran parte de un plan maquiavélicamente bien orquestado. Pero entonces Trump empezó al revés, si es que tenía todo maquiavélicamente bien planeado.

Trump arrancó su segundo periodo atacando a todo mundo; humillando a países más débiles como Groenlandia, Panamá, Ucrania o Canadá y México. Luego, en sus arranques de egolatría, se burló del genocidio en Gaza y puso una estatua de él en oro sólido sobre territorio gazatí. Amenazó con tomar violentamente territorios, intentó intervenir en las elecciones de Alemania y en las canadienses, se burló de Justin Trudeau, atacó a los líderes de Europa, y luego humilló y atacó a Zelenski mientras todos comíamos, en vivo. Es decir, Trump arrancó su nuevo periodo haciendo todo para que el mundo lo odiara.

Después, amenazó a toda la comunidad internacional con aranceles y emprendió una política migratoria agresiva contra una fuerza laboral de probada eficiencia, mientras advertía que se cerraban sus fronteras para ciudadanos de muchos países porque sí, por distintos, cuando el 77-78 por ciento de su economía es servicios y eso incluye el turismo.

Y entonces provocó una debacle en las monedas y en los mercados bursátiles, y después dijo que vendrían tiempos difíciles aunque serían temporales al tiempo que elevó los pronósticos de una recesión.

Ahora uno se pregunta: si China era el principal objetivo de su estrategia supuestamente maquiavélica, ¿para qué destruir todo antes de llamar a una mesa de negociación? ¿Para qué sentarse ante los pulcros chinos con Wall Street hundiéndose a sus espaldas mientras sus principales amigos pierden fortunas y seguramente lo presionan? ¿Para qué someterse a una presión inédita y evidenciar que no tiene plan de nada antes de sentarte con una potencia cuyo orgullo son los planes de largo plazo, la persistencia y la organización?

Es difícil tener acceso al cerebro de Trump, imaginarlo, y no es por ese copete raro ni por las capas de maquillaje anaranjado que cubren su rostro. Es porque se trata de una maraña bien organizada para funcionar entorno a él mismo, a su personalidad. Sus más cercanos tampoco lo entienden y eso nos lleva necesariamente a la pregunta de qué entendieron los estadounidense cuando lo compraron y lo hicieron Presidente.

Con China, me parece, es una guerra perdida. Los aranceles ya son una estrategia fallida. Cada día leo menos analistas que defienden la idea de que es una guerra basada en un plan redondo porque ya se le desplomó todo: el mercado bursátil de sus amigos, su moneda, el precio de su amado petróleo, las perspectivas de crecimiento sobre las que se basan los inversionistas. Millones de empleos en Estados Unidos y en el mundo están bajo amenaza, y fortunas formidables se perdieron y otras se perderán cuando han pasado apenas tres meses de su mandato.

Lo peor es que sigue en el poder y quiere perpetuarse. Lo peor es que Trump parece no darse cuenta de lo que ha causado. Y ya ni hablemos de México, que se pone uno a temblar. Es nuestro socio, se supone que nuestro amigo, tenemos a millones de refugiados económicos en su territorio, carajo. Alguien debería hacerlo razonar. Entre varios secuestrarlo y hacerle una “intervención” como se hace con un alcohólico, con un drogadicto pero, en este caso, con un enfermo de poder.

SinEmbargo

MÁS DEL AUTOR:

Alejandro Páez Varela

Periodista, escritor. Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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