Por Brenda Macías
@brendamargotms
En busca de un lugar insospechado en el Caribe decidí aventurarme a Belice, el pequeño país vecino de México con menos de 500 mil habitantes y con una mezcla fascinante de culturas: en especial de mayas, garífunas, negros, catrachas, mexicanos, asiáticos, menonitas y blancos, entre otros grupos.
Cuando le conté a mis amigas que me fui de vacaciones a Belice se mostraron sorprendidas de que eligiera el pueblo de Hopkins, en Dangriga, en el centro sur del Caribe beliceño, y no en la ciudad de San Pedro, en el cayo Danbergris, donde Madona se inspiró para su éxito de la Isla Bonita.
Algunas de mis amigas viajaron a Japón, Finlandia, Alemania; y otras más a Yucatán, Quintana Roo y Campeche. Yo me fui al fin del mundo.
En Belice la hospitalidad y la amistad se entremezclan con la belleza natural de ese lado del continente. Para algunas personas este país puede ser un destino inusual, raro, sin nada que ver; pero desde el momento en que puse un pie en ese paraíso ardiente, húmedo y de vientos huracanados supe que había tomado la decisión correcta.
Esta nación centroamericana es una excolonia británica que obtuvo su independencia apenas en 1981. Antes se llamó Honduras Británica. Pese a su “independencia”, su moneda sigue atada al banco del Reino Unido. Es por esto que en todas las denominaciones de billetes y monedas aparece el rostro de la reina Isabel II, que, con el tiempo, será reemplazada por el rostro del rey Carlos III. Dos dólares beliceños equivalen a un dólar de Estados Unidos.
Esta singularidad histórica se mezcla con la calidez de su gente, que, pese a las adversidades que han enfrentado, debido a huracanes y el pasado colonialismo que saqueó la caoba, me recibió como si nos conociéramos desde siempre. Los ingleses decidieron reinar aquí y explotar la caoba porque los españoles no encontraron oro.
Me resultó interesante notar que Belice es el único país de América Latina y el Caribe que tiene al inglés como idioma oficial. Sin embargo, muchos hablan creole y otros más español, incluso chino. Esta fusión de culturas es un reflejo de la diversidad de este pequeño país donde conviven armoniosamente sus habitantes y turistas.
Durante mi estancia pude apreciar la belleza natural que ofrece este país, desde sus playas de arena blanca y aguas turquesas hasta su exuberante selva tropical.
También tuve la oportunidad de probar la deliciosa comida local, como el cordero al curri con arroz, frijoles y plátano macho, acompañado de “fry jacks” y de la famosa cerveza Belikin. Los “fry jacks” son unas empanadillas de masa frita. Se parecen a las sopaipillas. Y la cerveza Belikin es la bebida alcohólica nacional.
Igualmente degusté el hudut, un plato típico garífuna que consiste en pescado asado que posteriormente se sumerge en leche de coco y okra, acompañado de un puré de plátano macho. La okra o quimbombó es una verdura africana.
El hudut no sólo es una muestra del arte culinario garífuna, sino que también representa la resistencia y el apego a las raíces culturales. Es un plato con historia, que habla de la supervivencia y la preservación de tradiciones ancestrales en un mundo cambiante y altamente desigual.
Pero más allá de los manjares culinarios y los paisajes paradisiacos, el viaje me llevó a reflexionar sobre la periferia del mundo y cómo, en ocasiones, ignoramos la riqueza cultural y humana que se encuentra a nuestro alrededor. Belice, con su historia y lucha contra la adversidad, es un ejemplo de resistencia y fortaleza.
Considero que México debería mirar más hacia sus hermanas y hermanos beliceños. Ambas naciones comparten no sólo una frontera, sino también lazos históricos y culturales que merecen ser reconocidos y fortalecidos. Mediante el intercambio cultural y la cooperación podríamos aprender valiosas lecciones y enriquecernos mutuamente.
Según los lugareños, el programa Sembrando Vida y la contratación de transportistas de volteo para la construcción del Tren Maya han sido algunos de los apoyos que México da a la comunidad beliceña.
Me gustaría recalcar que, pese a la precariedad y la devastación que los huracanes y el colonialismo han causado en el país, encontré una calidez humana impresionante; te reciben con una sonrisa y un genuino deseo de compartir su cultura y tradiciones.
Esto lo escribí mientras escuchaba Wátina, de Andy Palacios y The Garífuna Collective. Te lo recomiendo. Y si quieres saber cómo llegar y salir de Belice envíame un tuit.
MÁS DEL AUTOR: