Por Gabriela María De León Farías*
No debe extrañarnos que los jóvenes coahuilenses cada vez quieran participar menos en asuntos políticos. En México, la participación política de los jóvenes enfrenta desafíos monumentales, y Coahuila no es la excepción. Aunque ha mantenido cierta estabilidad en comparación con otros estados, la desilusión y el desánimo entre los jóvenes de la entidad para involucrarse en la política local reflejan una desconfianza profunda hacia las instituciones. Esta situación no sólo es un reflejo del presente, sino que también está moldeando una sociedad donde las normas y valores colectivos se desdibujan ante la falta de oportunidades y justicia.
La violencia en México permea todos los aspectos de la vida, incluida la política. En Coahuila, aunque los índices de violencia son menores que en otras entidades, la sombra del crimen organizado y la inseguridad ciudadana pesan sobre la población joven. Muchos ven en la política un espacio corrupto y peligroso, donde las amenazas y la falta de protección estatal desincentivan cualquier intento de participación. La ausencia de un Estado de derecho efectivo genera desconfianza, ya que los jóvenes crecen en un entorno donde la impunidad es la norma. Esto no sólo desalienta la participación política, sino que también alimenta un sentimiento de impotencia y frustración.
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El desánimo entre los jóvenes no es sólo una reacción a la violencia y la corrupción, es también un síntoma de la falta de oportunidades. En Coahuila, como en gran parte del país, muchos jóvenes enfrentan un futuro incierto: empleos precarios, educación insuficiente y pocas opciones para desarrollarse plenamente. En este contexto, la política parece un lujo lejano, un espacio reservado para unos cuantos privilegiados que tienen los recursos y las conexiones para navegar un sistema complejo y excluyente. Este desánimo tiene consecuencias profundas, ya que cuando los jóvenes sienten que su voz no importa, es natural que se alejen de la política.
La anomia, un concepto acuñado por Émile Durkheim, se refiere a la desintegración de las normas y valores que mantienen cohesionada a una sociedad. En el contexto de Coahuila y México, la combinación de violencia, impunidad y desánimo juvenil está creando las condiciones para una sociedad anómica. Cuando las instituciones no funcionan, cuando las reglas del juego parecen injustas y cuando los jóvenes no ven un futuro prometedor, es natural que las normas sociales se debiliten. Esta anomia se manifiesta en diferentes formas, desde la deserción escolar hasta la migración masiva en busca de mejores oportunidades.
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Ante este panorama es necesario actuar desde múltiples frentes. En primer lugar, se requiere fortalecer el Estado de derecho y garantizar la seguridad de los ciudadanos, especialmente de aquellos que buscan involucrarse en la política. Sin seguridad no puede haber participación plena.
En segundo lugar, es urgente abrir espacios para los jóvenes dentro de los partidos políticos y las instituciones, no como meros figurantes, sino como actores con voz y voto. Además, se necesita una educación cívica que fomente la participación y la responsabilidad social. Los jóvenes deben ver en la política una herramienta para transformar su realidad, no un espacio vedado o peligroso.
Finalmente, es fundamental combatir la impunidad y la corrupción, demostrando que el sistema puede funcionar para todos, no sólo para unos cuantos.
Coahuila tiene la oportunidad de ser un ejemplo en la construcción de un futuro más incluyente y justo, gracias a su juventud talentosa y comprometida. Sin embargo, para lograrlo, es imperativo que el tema de los jóvenes ascienda con urgencia a la agenda política local. Esto implica priorizar la problemática de las adicciones, la falta de espacios y oportunidades educativas y recreativas, así como el empleo, en todos los niveles de gobierno. Dar atención a los jóvenes que ya se sienten desvinculados de las normas sociales es crucial para revertir la anomia social y avanzar hacia el restablecimiento del Estado de derecho. Para ello, es necesario escuchar a los jóvenes, garantizar su seguridad y ofrecerles un sistema político que valga la pena defender. Al abordar estas necesidades, no sólo se está invirtiendo en el futuro de la sociedad, sino que también se está fortaleciendo la cohesión social y la justicia, elementos esenciales para construir un entorno más seguro y equitativo. La participación política de los jóvenes no es un lujo; es una necesidad para construir una sociedad más justa y democrática, y su ausencia podría llevar a un futuro fracturado y sin esperanza si no se toman medidas urgentes.
*Maestra en Derechos Humanos. Especialista en Gobierno Abierto y Rendición de Cuentas.
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