Comarca de Letras | Perdida en la era del Antropoceno

septiembre 30, 2024
minutos de lectura

Por Brenda Macías

@brendamargotms

En el último informe de gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, me encontré con una afirmación que me hizo detenerme a reflexionar: nuestro sistema de salud pública es, según el informe, supuestamente mejor que el de Dinamarca. 

Este tipo de afirmaciones, en un país donde las realidades contrastan tan marcadamente con las proclamaciones oficiales, no solo son sorprendentes, sino que invitan a un examen crítico más profundo.

A primera vista, el informe parece ser una muestra de orgullo nacional. Sin embargo, la realidad de nuestro sistema de salud pública es mucho más compleja y desafiante de lo que las cifras y las afirmaciones pueden sugerir. 

Mientras el informe del gobierno nos asegura que estamos en la cima, los reportes internacionales y las experiencias de vida cuentan una historia diferente. 

Las quejas sobre la falta de recursos, la escasez de especialistas y la ineficiencia en la atención son frecuentes. Los avances que se proclaman parecen estar en desacuerdo con la percepción y la realidad de quienes habitamos este país.

A nivel global, estamos atestiguando un estancamiento económico y social que afecta a muchos países. 

En contraste, México está experimentando un crecimiento económico significativo bajo la administración de la 4T. 

Este crecimiento, sin embargo, no parece estar equitativamente distribuido ni está exento de contradicciones. Mientras algunos sectores parecen florecer, otros siguen sumidos en problemas históricos que la retórica oficial a menudo pasa por alto.

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En un mundo lleno de conflictos, desplazamientos forzados y crisis humanitarias, México, de acuerdo con la narrativa oficial, ha sido testigo de un creciente movimiento por la paz y la cooperación internacional. 

La comunidad científica mundial se enfrenta al monumental desafío del calentamiento global, buscando soluciones para mitigar sus efectos devastadores. 

En este contexto, México parece estar desconectado de las mejores prácticas internacionales, continuando con la explotación de energías fósiles a pesar de las evidencias y las advertencias sobre el daño ambiental que estas prácticas conllevan.

En un momento donde la esperanza se ve eclipsada por la incertidumbre global, la respuesta de la clase política mexicana ha sido, en muchos casos, endulzar la realidad con promesas y afirmaciones optimistas. 

Este tipo de demagogia y agnotología –la creación deliberada de ignorancia– parece ser una estrategia común para desviar la atención de las verdaderas problemáticas que enfrentamos. 

Nos encontramos en la era del Antropoceno, una época definida por el impacto humano sobre el planeta, donde la lucha por la sostenibilidad y la supervivencia se vuelve crucial.

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En este escenario, se nos dice que el sistema de salud pública es mejor que el de Dinamarca, que la gente ya no vive con miedo, carencias o en situaciones indignas. 

Esta narrativa se siente como un intento de desviar la atención de problemas persistentes y de la falta de soluciones efectivas. 

La desconexión entre la realidad que vivimos y la que se presenta en los informes oficiales es alarmante y desconcertante.

En medio de este panorama, me pregunto: ¿en qué momento me perdí? ¿Cómo es posible que, mientras el país avanza en ciertas áreas, también enfrente desafíos tan profundos y persistentes? La sensación de pérdida es abrumadora, una sensación de estar fuera de sintonía con la realidad que se nos presenta frente a nosotres.

Ahora que no todo está perdido, excepto yo, no me queda más que disculparme con todas ustedes por mi despistada forma de vivir. 

A veces, la realidad puede ser tan desconcertante que resulta difícil encontrar una base sólida para el entendimiento y la acción. 

La desconexión entre las promesas y la realidad es una constante en nuestro tiempo, y en medio de esta confusión, solo queda reconocer las limitaciones y buscar, en la medida de lo posible, un camino hacia una mayor coherencia y verdad.

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