Por @ArriagaXxximena
En diferentes ocasiones durante los últimos años fuimos testigos de una relación “amistosa”, tal como el mandatario Andrés Manuel López Obrador definió en 2022 los vínculos con el representante de mayor rango del presidente de Estados Unidos en México, Ken Salazar; misma relación que antes de terminar su gobierno puso en pausa por considerar injerencistas las declaraciones del diplomático respecto de la reforma judicial como un riesgo para la democracia, e incluso como amenaza a la relación entre los dos países.
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El embajador de sombrero texano característico, señaló: “Las elecciones directas también podrán hacer más fácil que los cárteles y otros actores malignos se aprovechen de jueces inexpertos con motivaciones políticas”.
Cabe destacar que no es el único preocupado por eso: universidades, profesionales del derecho, periodistas y estudiosos han subrayado las consecuencias potencialmente lesivas para la transparencia, la democracia y la justicia. Seguramente no hace falta añadir mi opinión al respecto, pero de todas maneras aquí va.
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Después de seis años de que nuestro presidente fuera prácticamente un mandatario ausente en los foros internacionales, México necesita enfocarse en una diplomacia de Estado, con relaciones internacionales fuertes, en comunicación y coordinación en asuntos sociales, comerciales, de salud, de seguridad y un largo etcétera, no sólo con Estados Unidos sino –la ventana es grande– con más de 190 países. Es claro, algunas serán más convenientes que otras. Sin duda el T-MEC me da la razón.
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Volviendo a la relación bilateral entre americanos y mexicanos, permítanme hacer una analogía, por la homonimia del embajador, tomando la película de Barbie, de 2023, ya que no hay nada más gringo que Hollywood, ni nadie más güerit@ que Barbie…
El filme se volvió una revolución entre los espectadores y las marcas, las cuales pintaban todo de rosa a su paso, tan avasallador como la decisión del electorado en México el pasado 2 de julio; nos guste o no, hayamos votado o nos hayamos abstenido, nos disfrazáramos o no, todos fuimos testigo de ello.
En cuanto a Ken, el de la película dirigida por Greta Gerwig, y Mr. ambassador, nos dan una idea de tener varias similitudes: los dos son amables, carismáticos, conectan con la audiencia y al parecer concuerdan en estar supeditados a otro muñeco: Barbie para uno, Amlito para otro. Ambos se estrellan con la realidad: no todo era color de rosa como en BarbieLand (el mundo donde viven las muñecas de la marca, algunos Kens, e incluso como muestra la película, unos modelos descontinuados) ni pasarían desapercibidas unas declaraciones contrarias a la opinión del presidente; éste no las toleró de la ciudadanía, no las soportó de las madres buscadoras, no las permitió de los medios, tampoco de la embajada de otro país, incluso con relaciones tan cercanas.
Al parecer, el uno y el otro fueron usados como “accesorio” mientras les convenía, aceptaron la realidad habida, sin reclamar un lugar más propio, se adaptaron al poder absolutista del personaje y la primera vez en que hubo un desacuerdo en su mundo de la diplomacia y la realidad alternativa de los otros datos, lo devolvieron a su caja de empaque original, o lo pusieron en pausa, con los mismos efectos.
La disputa entre el patriarcado de Ken y el matriarcado de Barbie… No sé si ahora se extrapole a la realidad después de la muestra de displicencia de la actual cabeza del Estado, Claudia Sheinbaum, al comentar que la vía de trato ya no sería directamente con la oficina de la Presidencia, sino a través de la Secretaría de Relaciones Exteriores. No busco feminismo, busco justicia, buena comunicación, transparencia y progreso para todos.
No es fácil asumir sentirse personaje secundario en su propio cometido, siempre a la sombra o permiso de otro. Ojalá el embajador, si es que continúa en su función, inicie su momento de introspección, vista su hoodie de “I am Kenough” (expresión de autoaceptación y amor propio entre “yo soy suficiente” y “yo soy Ken”), y empiece a actuar como un verdadero pilar en las relaciones bilaterales, manteniendo objetividad en su desempeño, porque tanto su gestión como la de la silla presidencial nos hizo pensar que la política era más bien una rama de la industria de la actuación y no merecedora de un Oscar. Ya no queremos actuaciones, queremos jodidamente resultados.
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