Por @ArriagaXxximena
Dicen que todos tenemos magia en nuestro interior, pero definitivamente no todos brillamos igual.
Espero que reconozcan el nombre de David Copperfield, el del mago, no el del libro, cuyo verdadero nombre, David Seth Kotkin, fue cambiado en inspiración, ahora sí del libro, según cuentan, motivado por la historia de Charles Dickens, identificándose de algún modo con el joven que sale adelante en el mundo rudo de los adultos; otros mencionan un motivo más superfluo: ¡sonaba bien!
Desde pequeño Copperfield mostraba facilidad con los trucos de magia y hasta realizaba shows y proveía entretenimiento en las fiestas de cumpleaños cobrando pocos dólares a los asistentes. A sus 12 años fue aceptado por la Sociedad Estadounidense de Magos, fundada en 1902; ésta es una de las tres agrupaciones del rubro más reconocidas en aquel país. Desde muy joven impartió clases en la Universidad de Nueva York, lo que se convertiría no sólo en su pasión, sino en su profesión.
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Para muchos Copperfield es el pionero de la magia moderna; para otros, el mejor ilusionista del planeta. Pero les voy a desbloquear unos recuerdos a mis coetáneos mencionando algunos actos famosos: volar (levitar) de manera acrobática en vivo por todo un escenario, desaparecer la Estatua de la Libertad o a personas del escenario, atravesar la Muralla China y diversos actos de escapismo. Todo lo anterior lo encumbró en este mundo místico comparándolo con el mismísimo Harry Houdini.
David Copperfield marcó un antes y un después en el cosmos del ilusionismo. Cada número tenía movimientos perfectos, la música era ad hoc, había un guión cautivante, la tecnología era adecuada y nunca faltó la sonrisa que siempre, siempre llegaba, acompañada de un “ohhhhhh”… Nunca faltaron las caras de sorpresa en sus espectáculos en vivo, ya sea en el teatro en Las Vegas, nombrado como él (al igual que sus islas turísticas), o por televisión (antes no había redes sociales, pero ahora sí encuentras sus videos en YouTube), pese a ser conscientes de que presenciaban un conjunto de estrategia y distracción, un truco, pues, no una realidad.
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De niños, la mayoría tuvo la fortuna de sorprenderse con prestidigitación o ilusionismo; en la actualidad los teléfonos inteligentes, videos e internet desafían este mundo enigmático exponiendo técnicas utilizadas, eliminando el factor de distracción y compartiendo los secretos mejor guardados por quienes insisten en ejercer esta profesión en peligro de extinción.
En lo personal, yo prefiero no investigar al respecto y seguir conservando esa sensación pueril de asombro. Creo, no soy la única, que muchos han decidido creer ciegamente en los trucos más peligrosos, a los que se ha enfrentado nuestro país siendo espectadores del show mañanero donde se utiliza el brillo de lo que parecería magia para “encantar” o “hechizar” a las masas.
Se trata de un espacio donde se invocan conjuros mágicos dirigidos al sector salud para “salvar” de terribles pandemias con sólo una estampita.
También es un lugar en el que, además, se encandila con el resplandor de una supuesta austeridad, aunque se deje sin vacunar a más de seis millones de niños del cuadro básico ¬–documentado por la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut) 2021, que indica que solamente 27.5% de los niños de un año de edad tuvieron el esquema completo de vacunación, cuando hace una década superaba 90%– comprando menos dosis, pero a sobreprecio. ¿Por qué creen que han vuelto los brotes de enfermedades que creíamos erradicadas?
En ese espacio mañanero se utiliza la adivinación en una especie de suerte profética al decir “tengo otros datos”, diferentes a todo lo manejado por fuentes oficiales, investigaciones y documentos. Ahí se invalida la verdad de la realidad para crear una alterna de falsa esperanza y tranquilidad equivocada.
Así en la mañanera se fomentan rituales para arreglar de una buena vez la inseguridad del país: en lugar de balazos –tomen nota, aquí se desvela el secreto mágico aplicable tal vez hasta para la paz mundial– consiste en estrechar entre los brazos los unos a los otros, lo que algunos llaman abrazos, ignorando la crisis de violencia de nuestro país que se extiende, unas veces, en silencio y, muchas más, a sonido de cañón.
En las conferencias matutinas practican el arte de la prestidigitación en materia de violencia presumiendo disminuciones marginales, cuando la cifra diaria es de más de 80 muertes, así como la cifra acumulada: más de 165 mil homicidios dolosos que superan los peores años de la guerra contra el narco, con 120 mil.
También ahí se manipulan cifras para transformarlas en éxitos –¡taraaaaan!– muy a pesar de las ONG y las familias buscadoras o de quienes claman justicia.
Ante el sufrimiento y la muerte no hay truco que convenza.
En cuanto a las palabras mágicas, en Palacio Nacional ya no usan “abracadabra” ni “hocus pocus”–desconozco el conjuro completo–, pero ahora siempre incluyen las siguientes: corrupción, 4T, pobres, pueblo, élite política, neoliberales, austeridad republicana, privilegios, no somos iguales y conservadores. Todas esas, junto con dichos mexicanos para apelar a las clases populares, a las emociones, al rencor guardado de los pobres contra los ricos y a la memoria colectiva, logran un espectáculo creíble que distrae a la audiencia de la realidad ante los trucos de pillaje y saqueo.
En las mañaneras no se usa la varita de mago, sólo lo que diga su dedito, consiguiendo magistralmente evadir temas de interés nacional cuando se le cuestiona, pues, sabemos, prefiere ignorar a las personas que difieren de su pensar y conservar la ilusión de nuestro país sin inseguridad, todo está bien; incluso su clon (¿clona? ¿clone? ¡jijiji1, la verdad sí se oye raro), Claudia Sheinbaum, a quien ha ido heredando estos rituales y frases, parece sumergida en la magia de no ver, no escuchar y no decir la verdad; igualitaaaaa para rehuir de temas escabrosos para su proyecto político llamado Cuarta Transformación, contestando simplemente lo que le da la gana aunque ni relacionado esté con el tema.
Una cosa es la realidad y otra la percepción; será que los mexicanos siempre conservamos la esperanza y nos dejamos llevar por el niño dentro de nosotros, aquel quien cree ciegamente en lo que oye o ve en el espectáculo de magia, en las luces y la parafernalia que logra captar la atención del gran público espectador.
Esperamos décadas para un cambio, más de las que el temple aguantó, nos hastiamos de la clase política, fuimos testigos de robos inauditos y enriquecimiento extravagante, tanto, que nos cegamos a lo que parecía la única opción de cambio en 2018, pero no recuperamos la vista, seguimos deslumbrados, ciegos, sólo mirando con fascinación, creyendo, confiando en el oráculo diario con su modelo de encono y endeudamiento, sin ponernos a pensar que en realidad siguen siendo puros trucos, sólo con otros destinatarios, con otras familias, con otros corruptos. Y lo peor, gobernando con ineficiencia y de manera retrógrada.
El show de la esperanza se llamaba “transformación”, compramos el ticket con nuestro voto y aún continuamos viendo el espectáculo. Unos nos cansamos y decidimos investigar lo que había detrás del telón, indagar dónde guardan al conejo del sombrero… Otros decidieron, pese al terrible espectáculo en este escenario que se llama país, seguir aplaudiendo y esperar el segundo acto, programado para el 2 de junio próximo.
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