Por Alejandro Páez Varela
Alguna vez conté que cuando José Narro era Rector de la UNAM me incorporaron a un desayuno que, entendí entonces, era más o menos habitual entre los periodistas encumbrados de la capital. Era un desayuno a la carta, con salmón y huevos, con café de máquina y con lo más fresco de la temporada. Narro apenas tocó su plato, como el perro que huele las croquetas y les hace el feo porque se acostumbró a las orillas de pizza o a los guisados de la nana.
Sobran las anécdotas en ese sentido. Van dos personas que me ofrecen datos sobre Emilio Álvarez Icaza; sobre cómo reclamó para sí una vida de príncipe mientras supuestamente defendía nuestros derechos humanos. Es famoso el reclamo de una excomisionada de un órgano interno que pedía pensión vitalicia, como la de los ministros de la Suprema Corte. Y bueno, la misma Corte o, mejor aún, el Poder Judicial. Es el colmo de los colmos: es un poder corrupto, muy poderoso, que afecta la vida de millones para mal y nadie puede ni transparentarlo ni conocerlo siquiera. Gastamos miles de millones de pesos en individuos que se niegan a darnos siquiera un recibo. Es nuestro dinero, carajo. Se lo gastan como quieren y dicen que es por nuestro bien.
La burocracia dorada mexicana normalizó la opulencia con recursos públicos y ya en esa línea, vandalizó la transparencia e impulsó la ineficiencia para luego volver “obligatorios” los mecanismos de vigilancia con una nueva burocracia dorada. Entonces entramos al peor de los mundos: en las últimas pocas décadas, el Gobierno mexicano se volvió una oficina soviética de castas y privilegios, profundamente ineficiente y corrupta, al tiempo que se proclamaba un “Estado moderno” con los mismos vicios que el anterior, pero ahora mejor diseñado.
El actual diseño del Gobierno y de las instituciones es relativamente nuevo, podría decirse. La república presidencialista que somos permite la coexistencia de tres poderes, pero se ha generado un cuarto, con entes independientes pagados por el Estado que complementan tareas para las que están inhabilitados, supuestamente, los otros poderes: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Pero este cuarto poder es todavía más opaco que los otros que supuestamente observa, a pesar de que su origen fue justificado en presuntos deseos de una mayor “transparencia”.
Creamos una oficina cara de la transparencia que no es transparente, cuya especialidad es esconder sus propios abusos que son los que supuestamente iba a evitar en el Gobierno. Y parece un trabalenguas verbal porque es un trabalenguas de facto. Creamos un tribunal electoral –otro ejemplo– caro, que batalla con principios democráticos básicos de autogobierno y no tiene siquiera un botón de emergencia en caso de que alguno o varios de sus miembros –en un cuerpo colegiado– se corrompan y se requiera que sean purgados.
Y lo explico en un cuento bizarro de hadas: creamos una cueva de dragón bajo nuestra casa para contener al dragón en caso de que existiera, y claro que había dragón y ahora hay que darle de comer y defeca no sólo en la cueva, sino en toda la casa.
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Un reto para la siguiente administración será crear mecanismos eficientes para combatir la corrupción; una Fiscalía capaz de judicializar los casos que se detecten de manera oportuna e independientemente de que sean del interés personal de la Jefa del Ejecutivo. El reto es crear un andamiaje transparente de funcionarios honestos, pero con salidas de emergencia para someterlos a juicio en caso de que negocien la justicia o la vedan. Perseguir a los corruptos sigue dependiendo de la voluntad política y eso no está bien porque si no hay voluntad, entonces el saqueo sigue.
Yo no creo que Andrés Manuel López Obrador sea un hombre corrupto y me asombro que muchos desde los medios o desde la oposición quieran vincularlo a actos inmorales o a supuestos saqueos. Insisto: no creo que vaya a dejar la Presidencia enriquecido como todos los mandatarios mexicanos anteriores. Pero, al mismo tiempo, sí creo que la corrupción continúa en los gobiernos, ya sean locales, estatales o en instancias gubernamentales federales. Entonces, concluyo, no basta con que el Presidente sea honesto; ayuda, y mucho, su ejemplo; pero no es suficiente porque el andamiaje supuestamente anticorrupción que heredó no funciona, pero tampoco se creó otro que le sustituya y regreso al peor ejemplo de todos: Enrique Peña Nieto. Me duele, como mexicano, que el caso Odebrecht siga impune aquí mientras que en el resto de América Latina hayan pagado expresidentes, exvicepresidentes y de allí hasta abajo. ¿Y en México? En México nada.
Lo que más me preocupa es que el hombre que sirve de ejemplo de honestidad se vaya, pero al mismo tiempo se incorpore a otros como Eruviel Ávila, Alejandro Murat y Adrián Rubalcava, que uno pensaría que deberían, al menos, ser investigados por los señalamientos que arrastran desde hace años y años. Me preocupa que Javier Corral sea incorporado y puesto como ejemplo de honestidad sin escuchar siquiera a quien fuera su mejor amigo, Antonio Pinedo Cornejo, un periodista con una intachable carrera en Chihuahua –hasta donde sé– que señala al exgobernador de algo más grave que traición. Me preocupa, pero eso se quita con los días. Me desilusiona, y aquí sí lo digo: la desilusión es una loza amarrada al tobillo.
En los últimos cinco años fueron exhibidos muchos de los agrupados en la derecha que se hacen llamar “de centro”, ese hermoso y cómodo limbo que durante décadas agrupó a Claudio X. González y a Lorenzo Córdova; a Dante Delgado o a María Amparo Casar; a Javier Lozano o a Mario di Costanzo, entre otros muchos, siempre listos para codearse o volverse parte de la élite dorada, o al menos pasar a los órganos de supuesta transparencia o de rendición de cuentas; o asumir un cargo partidista, o lo que sea.
Pero debo advertir que esos son apenas peones, como lo es la misma Xóchitl Gálvez, a quien imagino como el último papalote en las manos caprichosas de quienes gobiernan el país tras bambalinas. Sí, que gobiernan el país. Porque, aunque ahora mismo vemos a Xóchitl y al PRIAN desmoronarse en el aire, ellos son apenas la parte visible. Muchos núcleos de la derecha están sin tocar, como ciertas élites empresariales o del Poder Judicial; como la prensa corporativa o como los núcleos académicos e intelectuales. Son la derecha en resistencia, que se hace pasar por centro. Y está viva, y está activa, y apenas no les sirvan Xóchitl o el PRIAN les cortarán el hilo y los dejarán ir sin rumbo, a la deriva.
Debo advertir que la derecha no está derrotada aunque veamos a Xóchitl y al PRIAN sufrir mientras su hilo se adelgaza. Esa derecha no son las rabietas de José Antonio Crespo o de Gilberto Lozano. Es la derecha de verdad. Es la que buscará hacer lo que hace mejor: acomodarse. Es una derecha que buscará los mejores asientos junto a Claudia Sheinbaum para desde allí tomar decisiones. Es la misma derecha que no es fácil de discernir, pero que lleva un siglo o más por encima de todos nosotros.
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