El reto del principito

noviembre 6, 2023
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Por Alejandro Páez Varela

No es la primera vez que uno de los poderes de facto enfrenta a Andrés Manuel López Obrador. Durante todo el sexenio, el Presidente ha lidiado con cofradías y clubes que desde las élites lo confrontan e intentan aboyar lo que ha construido en tiempo récord: un movimiento que, nadie puede negar, viene desde abajo y que se sostiene justo en la base de la pirámide social. Con algunos de estos poderes ha batallado más que con otros, pero cualquiera sin apasionamiento puede concluir que hasta ahora le han hecho lo que el viento a Juárez.

Algunos pensaron que la pandemia iba a desplomarlo. La crisis de salud y la subsecuente contingencia económica fueron muy severas. La mayoría de las encuestas coincide en que la aceptación de AMLO empezó un declive en enero de 2020 que tocó su punto más bajo en agosto de ese año. Luego empezó una lenta recuperación de la confianza, con caídas y regresos, hasta que en diciembre de 2021 alcanzó su tercer pico más alto desde que es Presidente: El Financiero le dio 67 por ciento de aceptación mientras que el ponderado de Oráculus sumaba 68 por ciento, y hay que considerar que los dueños de ambas casas han sido abiertos en jugar con la oposición.

El 26 de febrero de este año, el Presidente enfrentó la llamada “Marcha del INE”, cuando miles de mexicanos lo desafiaron llenando el zócalo de la capital para oponerse al “plan B”, que obligaba ahorros al Instituto Electoral. En marzo, López Obrador promediaba 66 por ciento de popularidad en Oráculus; en abril, Demotecnia le daba 80 por ciento aunque El Financiero lo bajó hasta 58. Con estos ejemplos quiero decir que López Obrador ha navegado crisis y abiertas confrontaciones con habilidad, y de hecho se ha crecido con las olas altas.

¿La crisis de Acapulco puede impactar en sus niveles de aceptación? Puede ser, y depende exclusivamente de él que así sea. El huracán fue espantoso y la gente está sufriendo terriblemente por la devastación, pero hasta donde alcanzo a ver, López Obrador ha entendido el tamaño del reto que no es sólo levantar la región sino levantarla bien. Acapulco sufre desde hace años la desintegración del tejido social, una violencia escandalosa, una desigualdad que nos avergüenza y problemas hasta de salud pública causados por la ceguera de autoridades de todos los niveles: las descargas de aguas negras sobre sus playas tienen lo que tiene esa playa como destino turístico, por ejemplo. AMLO tiene recortado el tiempo pero las agendas apretadas parecen ser su especialidad. Será muy venturoso que de cara a la Nación, el Presidente devuelva el brillo a ese lugar que perdió, hace al menos una década y media, su lustro.

Ahora Ricardo Salinas Pliego ha decidido enfrentar al Presidente y la pregunta no es si le dará para apretarle el cuello porque tiene las manos muy pequeñas para siquiera intentarlo. Aquí se imponen otras preguntas, porque frente a todos los poderes que le han plantado cara (las élites económicas, mediáticas, académicas, culturales y hasta el Poder Judicial), el empresario es apenas un grano en la nariz. Nadie debe menospreciarlo y sería un error hacerlo, pero el personaje es, realmente, muy menor. La diferencia es que AMLO había mantenido distantes del Ejecutivo a todas las poderosas cofradías anteriores, salvo a Salinas Pliego.

Una primera pregunta obligada es por qué, si el empresario salinista claramente es un cuervo, decidió criarlo. Salinas Pliego era y es un personaje deleznable, agresor de mujeres, claramente rapaz, muy cuestionado, y ya antes había aprovechando el poder de su brazo mediático para intentar rebanarle el cuello a Cuauhtémoc Cárdenas. Se ha jactado de no tener una pizca de compromiso social. Es, de acuerdo con la Ley, un evasor de impuestos. Es, en sus propias palabras, la antítesis del pensamiento de izquierda o progresista. Pero López Obrador le dio trato de “amigo”; le pidió que le coordinara su grupo de asesores empresariales y le brindó confianza y tolerancia. Y como cereza del pastel, le entregó cientos de millones de pesos de la publicidad oficial durante estos años.

Todos nos sorprendimos cuando el poderoso Presidente electo abrió su casa a Javier Alatorre apenas había ganado la elección, porque cualquiera con menos capacidad prospectiva que López Obrador adivinaba que, al final del sexenio, Salinas Pliego intentarían sacarle los ojos. ¿Qué vio el zorro de Tabasco que no vimos los demás? ¿Por qué si graznaba como cuervo, caminaba como cuervo y –por si fuera poco– se decía cuervo a sí mismo le puso un nido junto al granero? Son misterios de los que no duran más de seis años.

El personaje ha decidido enfrentar al Presidente desde hace meses por la razón más mezquina –no quiere pagar impuestos– aunque ya perdió una batalla hace muy poco tiempo: su intento por desacreditar los Libros Gratuitos de Texto. Pero eso no significa que Salinas Pliego, quien compró la concesión con dinero de Raúl Salinas de Gortari, no se vea a sí mismo como un posible nudo en el que converjan muchas cuerdas, como en su momento lo intentó Claudio X. González con resultados muy pobres. Independientemente de que tenga éxito o no, ¿intentará el magnate de medios una alianza con otros poderes fácticos para enfrentar a AMLO en sus últimos meses de gobierno?

Hay que decir que Ricardo Salinas no es un personaje que concite confianza y tampoco uno con carisma siquiera para convencer a los demás. Salvo la parvada de periodistas, intelectuales y cómicos que lo adulan, no hay, en la sociedad, grupos de interés que quieran jugársela con él sin advertir que pueden ser traicionados o abandonados apenas logre lo que busca. No es un individuo de discurso convincente y es, así lo veo, de lo peor del empresariado mexicano. Es un Germán Larrea con pretensiones de influencer de 15 años. Ni Televisa ni Reforma ni otras empresas de medios se le unirán en esa campaña aunque tengan ganas de destruir a AMLO, porque sería seguirle el juego a un tipo muy menor que pelea por una causa muy de él: su bolsillo. ¿Quién querría compartir batallas con alguien que es capaz de dejar colgados hasta a sus proveedores e inversionistas?

Además está la parte ética de aliarse con alguien como él, que no tiene empacho en hacer evidente que lleva décadas sin abrir un libro; que explota, como ya dije antes, la filosofía empresarial de las décadas de 1980-1990 que en México popularizaron nada menos que Martha Sahagún y su esposo Vicente Fox, el analfabeta grotesco que llegó a la Presidencia. Lo de “el pobre es pobre porque quiere” y su discurso basado en libros de pastas brillosas y letras gigantes sobre las mesas de Sanborns son interpretaciones cómodas de ideas más profundas sobre el management moderno, pero él gustoso se quedó con el malentendido porque ir a fondo requería más estudio y quizás moderar el golf y los yates. ¿Quién querría vincularse a un tipo así?

Y si bien el rico sí es pobre porque quiere –y él y Fox son ejemplo de cómo el dinero no educa–, el problema con Salinas Pliego viene cuando usa su malentendido conveniente para invitar a otros a no cumplir con sus obligaciones con la República. Pongo ejemplos muy simples: las calles que usa el empresario para ir a su casa no vienen de la nada: se financian con gasto público; y las concesiones que disfruta son un bien común, no particular. Pero cuando dice que no debería pagar impuestos lo que realmente afirma es que todos los demás tendríamos que financiarlo a él por una especie de privilegio heredado (como su fortuna). Eso no está bien. Ese tipo que predica que los ricos son principitos de sangre azul, ¿puede ser realmente “amigo” del primer Presidente de izquierda desde Lázaro Cárdenas?

Como digo, su discurso es bastante mediocre, como cuando dice que nadie debería pagar impuestos. Quizás no lo sepa, pero es una manera de abogar por un Estado dueño de medios de producción que puedan financiarlo y pueda pagar las calles que él y todos los demás usamos, recurriendo a ese mismo ejemplo tan, pero tan simple. (Digo, al menos la ignorancia de Javier Milei tiene la justificación de ser un subproducto de décadas de crisis en Argentina, ¿pero Salinas Pliego?).

El tema no es su nudo ideológico ni que se sienta influencer juvenil. El tema es que ha recibido un trato de “amigo” de un Presidente que combate a la gente como él. ¿Qué cosa no estamos entendiendo? Y la otra pregunta necesaria es: si por menos razones López Obrador ha hecho a un lado a tipos de su calaña, ¿qué lo hace tan benévolo con él? No creo que le deba algo, pero lo tengo qué preguntar: el Presidente, ¿le debe algo a Salinas Pliego? ¿Por qué llama “amigo” a ese tumor en nuestra democracia? ¿Por qué permite que lo rete públicamente y públicamente incite a otros, usando concesiones que le dio el Estado, a que combatan no sólo su movimiento sino a toda la izquierda?

SinEmbargo

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