Por Alejandro Páez Varela
1. Cuatro casos
La primera certeza que tengo sobre lo acontecido en el rancho Izaguirre de Teuchitlán es que no tengo certeza sobre qué pasó. El 20 de septiembre de 2024, la propiedad ubicada en La Estanzuela fue asegurada por la Guardia Nacional después del rescate con vida de dos secuestrados y diez acusados de crímenes organizados a los que se les decomisaron armas, chalecos blindados y municiones. Se hallaron restos humanos quemados. Las autoridades entregaron la custodia del rancho y la investigación a la Fiscalía de Jalisco. De los hornos crematorios no está claro qué sí se encontró y qué fue inventado y por quién.
Luego hay un vacío en el tiempo. Pasaron cinco meses y medio hasta que un colectivo, Guerreros Buscadores de Jalisco, volvió al rancho. Fue el 5 de marzo de 2025. Primero se manejó como un hallazgo fresco, o así se entendió. Como si miembros del Cártel Jalisco Nueva Generación hubieran huido al ver a civiles llegar. Iba un fotógrafo profesional de medios entre los buscadores y hubo una transmisión en vivo, vía Facebook. Se publicaron fotos de ropa, calzado, maletas y pertenencias de hombres y mujeres que habían pasado por esa propiedad en calidad de… ¿de qué? No lo sabe nadie pero se supone lo peor, de acuerdo con los testimonios divulgados: que fueron asesinados allí por criminales y sus restos ardieron en hornos crematorios. Que los desnudaron, por alguna razón.
No hay evidencia en México, o al menos que se conozca, de que los asesinos que participaron en matanzas y luego en la desaparición sistemática de cuerpos dispusieran de algún modo de las prendas de sus víctimas. Este dato es importante.
Cuando autoridades y miembros del grupo delictivo Los Zetas convirtieron el penal de Piedras Negras en un campo de trabajo forzado y exterminio sistemático (Felipe Calderón era Presidente, Humberto Moreira el Gobernador), desmembraron cuerpos de familias enteras y los lanzaron a un horno de ladrillo y a tambos de 200 litros perforados que tuvieron dentro de las instalaciones del centro de confinamiento. Nadie vio pilas de ropa, ni periodistas extranjeros (de Breitbart News) que cubrieron el evento ni los autores del exhaustivo informe “El yugo Zeta. Norte de Coahuila 2010-2011”, financiado por El Colegio de México.
Algunos testimonios calculan hasta 400 personas asesinadas y nadie vio ropa. Había ceniza y huesos, no ropa. Es de suponer que los criminales quemaron carne, huesos y las pertenencias que portaban sus víctimas.
En cambio, a principios de 2018, cuando se iniciaron los trabajos periciales en la fosa ubicada en la comunidad de Arbolillo, en Veracruz, se encontraron 174 cráneos y otros restos humanos, así como 200 prendas de vestir. La matanza se llevó a cabo mientras Enrique Peña Nieto era el Presidente y Javier Duarte era Gobernador; es decir, pasó relativamente poco tiempo entre los hechos violentos en los que se arrebató la vida de los ciudadanos y el hallazgo del cementerio clandestino.
La Fiscalía de Veracruz sacó restos óseos y ropa por igual porque los criminales, que sí emprendieron una operación de exterminio, no tenían como intención desaparecer cuerpos de manera sistemática.
Un tercer caso nos ilustra sobre la lógica de los asesinos. Santiago Meza López, un albañil de Guamúchil, Sinaloa, se encargó de disolver cerca de 300 cuerpos para Teodoro García Simental, “El Teo”, líder del Cártel de Tijuana o de la organización Arellano Félix. Los homicidas perpetraban los crímenes y Meza López, conocido como “El Pozolero”, se deshacía de los cuerpos de manera sistemática. Es importante este término: sistematizar. Porque muchas veces los grupos criminales matan y exponen los cuerpos para amedrentar; otra veces matan pero los cuerpos suponen una evidencia que no quieren cargar. Entonces se decide cómo desaparecer sistemáticamente la evidencia porque seguirán matando, y seguirán disponiendo de cuerpos.
Santiago Meza dice que se unió al crimen organizado después de que su hermana fuera violada. Fue para tomar venganza. Luego se volvió parte de la empresa criminal de “El Teo”, quien le empezó a entregar los cuerpos de sus víctimas en distintas casas de seguridad en Tijuana o en comunidades cercanas. “El Pozolero” llevó a cabo su actividad con Vicente Fox y luego Calderón como presidentes, y como gobernadores otros dos panistas: Eugenio Elorduy Walther y José Guadalupe Osuna Millán. No se tiene registro de que se encontraran pilas de zapatos o pilas de ropa. Meza López utilizó sosa cáustica y tambos para desaparecer los cuerpos. La única explicación es que la ropa se disolvió con ellos.
Estos casos y otros, muchos otros, donde los asesinos tienen la intención de borrar evidencia con un sistema, nos dicen que nunca desnudan a las víctimas para quemarlas o disolverlas. Se deshacen de cuerpos y de ropa porque ambos, cuerpo y ropa, es evidencia. No tiene mucha lógica, pues, que tratando de borrar evidencia, la dejaran apilada a un lado.
Sin ser perito, lo que me dice la experiencia después de leer, editar y publicar cientos de textos de historias vinculadas con matanzas del crimen organizado en México, es que el hallazgo de ropa en el rancho Izaguirre de Teuchitlán no es prueba de un campo de exterminio. Ha habido campos de exterminio en México, y quizás los haya ahora mismo. Pero los datos no me dicen que el rancho Izaguirre fuera para eliminar evidencia porque la ropa es evidencia: ¿para qué quitársela? ¿Para qué apilarla?
Eso no significa que no asesinaran y mataran allí, en esa propiedad, y que eventualmente fueran deshaciéndose de evidencia. Pero cuando se trata de eliminar cuerpos del delito de manera sistemática, los criminales no separan la ropa de los cadáveres. No tiene lógica.
2. Las pertenencias
A mediados de mayo de 2013 llegué a Cracovia y luego de organizar bien mis objetivos me desplacé al complejo que componen Auschwitz I y Auschwitz II (Birkenau), en territorio polaco. Estos campos de trabajo forzado y exterminio aparecen en mi próxima novela. Por eso fueron materia de mi estudio en aquellos años.
Lo que más me conmovió al caminar los pasillos de madera del primer campo fueron los salones que se guardaron intactos con evidencia de lo que sucedió allí. En un cuarto, separado de los visitantes con un cristal, hay cientos de maletas; en otro, kilos y kilos de cabello; en otro, cientos de pares de zapatos.
No pude evitar las lágrimas cuando vi trenzas pelirrojas (tengo una hermana pelirroja) y pequeñas kipás de niños. ¿Por qué?, me pregunté. ¿Por qué existen esos cuartos? ¿Cómo llegaron a nuestros días?
Los nazis usaban todo de las personas. Su cabello servía para forro de abrigos, los zapatos para los calentadores de agua. Todo se usaba, incluso los dientes. Y había sadismo en eso, por supuesto, pero también los animaba la impunidad que, creían, duraría mil años.
El sistema que permitía la eliminación sistemática de miles personas estaba diseñado para conservar sus pertenencias y reutilizarlas. Las víctimas, de hecho, eran explotadas primero como peones y luego asesinadas y sus cuerpos calcinados. Las cenizas se echaban a un río que daba a una laguna.
Los primeros cuerpos armados de los Aliados en liberar esos campos decidieron no mover evidencia de los cuartos donde se guardaba, para su maquila, el cabello, la ropa, las maletas o el calzado de las víctimas. Sirvió para los posteriores Juicios de Núremberg, donde se condenó a varios líderes nazis por crímenes de guerra y contra la humanidad. Y luego se decidió no desmontar aquellos cuartos sino exponerlos para que los interesados viera el horror.
Sin ser perito, lo que me dice el rancho Izaguirre de Teuchitlán es que los asesinos no tenían la intención de reciclar la ropa y las pertenencias de sus víctimas. ¿Por qué estaban allí zapatos, maletas y ropa? Quizás porque no pertenecían a individuos cuyo destino único era ser asesinados y desaparecidos. Quizás porque pertenecía a personas que, engañadas o llevadas contra su voluntad, habían sido reclutadas o forzadas a utilizar ropa de entrenamiento paramilitar. La ropa propia, que no era evidencia de exterminio sistematizado, simplemente se fue acumulando.
Esto entonces fortalece la idea de que era campo de entrenamiento e insisto: Eso no significa que no asesinaran y mataran allí, en esa propiedad, y que eventualmente fueran deshaciéndose de evidencia. Pero cuando se trata de eliminar individuos de manera sistemática, los criminales no separan la ropa de los cadáveres. Sería un contrasentido. No tiene lógica.
3. El júbilo
Muchos parecieron disfrutar las primeras fotos de los interiores del rancho Izaguirre en Teuchitlán. Lo vimos todos. La tragedia del otro se volvió casi de inmediato en su regocijo. Periodistas e intelectuales, políticos e individuos escondidos dentro la red con seudónimos encontraron que el dolor en el otro no era una sensación distante: era parte de su propio gozo.
El odio a Andrés Manuel López Obrador, que han endosado a Claudia Sheinbaum, les hizo disfrutar el hecho de que habían encontrado “el Ayotzinapa de Morena”. Es decir: un caso terrible donde fuerzas del Estado participan no sólo en el crimen, sino en la desaparición forzada de las víctimas y luego en la manipulación de la verdad para no permitir el acceso a la justicia. Es decir: un caso como el que hundió la Presidencia de Enrique Peña Nieto que, siendo del PRI, era muy cercano a Felipe Calderón y al PAN.
El caso Ayotzinapa se vuelve el Vietnam de la oposición. Lo que se inició la noche del 26 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero, cambió el rumbo del país. Menos de cuatro años después, México le daría la espalda al PRIAN y entregaría gustoso el poder a López Obrador y a una fuerza emergente de izquierda.
Desde entonces, desde 2018, la oposición mexicana (y aquí incluyo a medios, periodistas, intelectuales, académicos, políticos, personalidades) busca un “Ayotzinapa” que hunda a la izquierda en el poder. Obvio, porque quieren sentir otra vez cómo fluye por sus venas el dinero público, que eso es el poder.
Y si ese campo del horror en Jalisco les permite atacar a sus contrincantes, a los que culpan por la pérdida de sus privilegios, entonces con júbilo magnificarán el hallazgo.
Para ellos, Teuchitlán no se trata de personas, familias o madres buscadoras. Teuchitlán se trata de ellos, de ser oposición. De recuperar algo de lo perdido. Para ellos, Teuchitlán no se trata de familias con dolor: se trata de una oportunidad para culpar a su adversario –tenga o no tenga la culpa– por los horrores encontrados.
Entonces Javier Lozano no pierde oportunidad y va y deja zapatos al Zócalo, en un acto de fingido interés por lo colectivo. Entonces se habla del Holocausto, de Auschwitz, sin importar tampoco que al hacerlo se irrespeta uno de los eventos icónicos del horror fascista en el siglo XX, y un espacio físico donde familias enteras, madres o niños recién nacidos y adultos y viejos fueron ejecutados y desparecidos sistemáticamente.
Y, claro, se alegran por las razones equivocadas: la ropa que posiblemente huela a muerto, los zapatos que ocupó un hombre, una mujer o un adolescente; los restos de individuos que no les importaron como seres humanos pero que, ahora como restos, se vuelven codiciados.
Todo lo encontrado podría causarles llanto si lo vieran en alguna película sobre la Segunda Guerra Mundial. Ya están allí, en el cine o en la casa, a media luz; hay palomitas y refresco; esa ropa y las historias detrás podría causarles llanto. Pero allí, en un rancho de Jalisco, les provocó satisfacción. Lo interpretaron como una posibilidad para restregarle algo en el rostro a sus adversarios políticos de izquierda. Les causó regocijo. Y por eso estallaron en júbilo, eufóricos. Y siguen eufóricos.
Es curioso, porque es el júbilo de los fascismos: las hordas nazis que destruyen todo la Noche de los Cristales Rotos, en 1938, van jubilosas de negocio en negocio; los trumpistas que intentaron destrozar el Capitolio, el 6 de enero de 2021, gritaban su júbilo. Ambas sociedades culpan a los migrantes por la pérdida de privilegios y se creen autorizadas para renombrar el dolor. Y acá, los tenis, las cobijas y la ropa de Teuchitlán no les hablan del dolor de las familias; les abren la oportunidad para disfrutar en la tragedia. Y sí, por supuesto que disfrutan Teuchitlán.
La realidad es que sólo hay una certeza sobre lo acontecido en el rancho Izaguirre de Teuchitlán: que NADIE, ni las fiscalías, saben qué pasó allí. El 20 de septiembre, la propiedad fue asegurada por la Guardia Nacional y entregada en custodia a la Fiscalía de Jalisco. De los hornos crematorios no está claro qué sí se encontró y qué fue un invento de opositores. Y aquí es donde debe quedar claro que Alejandro Gertz Manero, un Fiscal bastante mediocre, debe ofrecerle a México una versión creíble y definitiva, y no un espectáculo como el que en su momento armó el Procurador Jesús Murillo Karam.
Teuchitlán carga con el deseo de venganza de la oposición y tan es así que Enrique Alfaro era el Gobernador cuando el descubrimiento del predio y cuando se le entregó a la Fiscalía de Jalisco para su investigación y resguardo. Pero pocos se han preguntado qué papel tuvo en meses que eran cruciales para la investigación que, por supuesto, no se hizo.
Nadie cuestionará a Alfaro: Ni medios nacionales, ni periodistas, ni opositores, ni intelectuales. Es uno de los suyos y sus deseos de venganza no recaen en él.
Es más, tengo la certeza de que Alfaro seguirá siendo “Mariano Otero” para Enrique Krauze, quien le asigna ese nombre de prócer de la Patria para justificarlo durante las protestas por el asesinato de Giovanni López Ramírez.
Pobre Giovanni. El 4 de mayo de 2020 se encontró con policías de Enrique Alfaro en Ixtlahuacán de los Membrillos. Lo vejaron, lo torturaron y lo mataron. Pero su caso no cumple con las características para volverlo “el Ayotzinapa de Morena”. Por eso rápido lo olvidaron los opositores, que andan en la búsqueda de un Ayotzinapa que les permita construir narrativas poderosas como para retomar al poder.
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