Por Álvaro Delgado Gómez
El Presidente Andrés Manuel López Obrador corona su sexenio con un respaldo popular superior al 80 por ciento de los mexicanos, con un amplio sector que literalmente lo idolatra, y con una pequeña oposición despedazada, rabiosa y violenta que también —aunque no lo acepte— comenzará a extrañarlo.
Cuando pase el tiempo y los ánimos se serenen, se deberá hacer un examen serio, verdaderamente serio, sobre López Obrador como Presidente de la República y, en general, sobre toda su trayectoria política como líder opositor y autoridad en casi cuatro décadas de vida pública.
Vendrá entonces, como decía Benito Juárez, el fallo tremendo de la historia sobre las decisiones, acciones y omisiones de López Obrador, quien —nadie lo dude— seguirá siendo ejemplo para sus seguidores y no dará reposo a sus adversarios aun después del último día de su vida pública.
Más que a su Gobierno sexenal, a López Obrador hay que examinarlo sobre si cumplió su compromiso de establecer en México un nuevo pacto social que hace dos décadas, en 2004, ofreció como parte de su Proyecto Alternativo de Nación.
“La convocatoria a un nuevo pacto social debe fijarse como propósito básico la superación de la pobreza que, junto con la incierta impartición de justicia, la corrupción y la inseguridad, se perciben como los más graves problemas nacionales”, escribió en su libro que lleva el título del proyecto que planteó en las elecciones de 2006 y hasta que llegó al poder en 2018.
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“Hay que comprometer a la sociedad entera en este proyecto: a los pobres, porque es su única garantía de supervivencia; a los demás, porque es la única garantía de estabilidad. Sólo un país alimentado y educado, un país de auténticos ciudadanos, puede servir de sustento a una economía sólida y a una sociedad en armonía. La pobreza es inhumana y significa un riesgo para todos”.
Los linderos de este nuevo pacto social están establecidos en el propio libro, en particular la lucha contra la pobreza y la corrupción, así como la acción ciudadana ante los grandes problemas nacionales, y los resultados de su acción de Gobierno pueden ser verificados desde ahora, aunque están motivados por la emotividad de sus seguidores y detractores. Aun así, hay que hacerse preguntas sobre él.
Como nunca nadie en la historia, López Obrador puso en el centro de la vida pública a los pobres, por el bien de todos, y la reducción de la pobreza tampoco tiene precedente en por lo menos medio siglo. El próximo año se sabrá si casi 10 millones de mexicanos dejaron la pobreza o son menos, pero aun si fuera la mitad, sería una proeza que debe acelerarse con Claudia Sheinbaum.
¿Las condiciones sociales de todos los estratos están peor o mejor que en 2018? Esto es lo que debe discutirse abiertamente para enjuiciar a López Obrador. ¿Han estado vigentes las libertades de expresión, prensa, asociación, manifestación, tránsito, y están peor o mejor que con Enrique Peña Nieto y antes? ¿Hay más censura, persecución, represión, tortura, matanzas de las Fuerzas Armadas ahora que antes?
Sí: hay un claro pendiente, el de la inseguridad y la violencia criminal, y no se consolidó el sistema de salud para garantizar atención digna y oportuna a los mexicanos, y en todos los niveles de la educación se observan rezagos.
Otra cosa: ¿López Obrador fue congruente entre ser opositor y ser Presidente de la República? ¿Mantuvo invariables sus principios de no pactar con la mafia del poder o lo venció el pragmatismo para ganar y arrasar con expriistas y expanistas?
Lo que sí hay es un nuevo régimen político que sustituirá al régimen de la transición. Está aún en construcción. ¿Pero se respeta el voto de los mexicanos? ¿Cuenta y se cuentan los votos? Las elecciones que le dieron a la coalición de Morena y sus aliados la mayoría del Constituyente Permanente nacieron de las leyes e instituciones del viejo régimen, y es necesario, para acreditar una nueva etapa para México, otras reglas y otras instituciones para precisamente establecer un nuevo pacto social. Esto también hay que debatirlo.
López Obrador, a diferencia de sus antecesores del PRIAN, no termina su Gobierno en medio de una crisis económica o política ni en pugna con su sucesor —sucesora en este caso—, y no hay ninguna polarización, sino un amplísimo consenso.
Obviamente la contraparte, una minoría agria, fanática, enloquecida y violenta, no le reconocerá nada. Los políticos, intelectuales, académicos, periodistas y medios del viejo régimen no le perdonarán nunca haberlos desenmascarado y haberlos colocado en su propio espejo.
Por eso, se intensificará la narrativa de un país destruido y un régimen dictatorial, nada más que, en el mejor de los casos, esas falacias sólo serán creídas por sus menguantes clientelas, algunas de ellas afectadas económicamente por haber perdido los espacios con que lucraban.
Pienso que la conducta violenta, mentirosa y enloquecida que despliega muchos personajes de la derecha debe ser vista como un homenaje a López Obrador y el reconocimiento involuntario de su propio fracaso.
Porque, además de su propia astucia, López Obrador cimentó su éxito en esta oposición mediocre y corrupta, un rival muy débil pese a consolidarse en un solo polo político-mediático- electoral, encabezada por un junior bueno para nada, Claudio X. González, que sólo le ha garantizado derrotas.
En el juicio tremendo de la historia a López Obrador, a su lucha opositora y a su Gobierno, la oposición deberá ser también evaluada. Los opositores ayudaron, involuntariamente, a encumbrarlo mientras caían al abismo.
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