Por Álvaro Delgado Gómez
“Poner en el centro de las políticas de Gobierno y en la discusión pública a los pobres es, sin duda, la principal victoria cultural del lopezobradorismo. Y representa, también, la gran derrota de la derecha”.
Con una legitimidad y un poder constitucional aún mayor al de Andrés Manuel López Obrador, su maestro, Claudia Sheimbaum Pardo inicia, a sus 62 años de edad, una nueva etapa del mismo proyecto histórico progresista cuya misión principal es seguir haciendo historia sin zigzaguear jamás y anclada en dos principios fundamentales: Por el bien de todos, primero los pobres, y el compromiso radical contra la corrupción.
La preferencia explícita por los más pobres de México y el compromiso anticorrupción son dos pilares verdaderamente revolucionarios en una país que acumuló tantos millones de mexicanos apartados del desarrollo derivado del saqueo que se instaló por décadas como forma de Gobierno, en complicidad con el sector privado, sobre todo en el negro periodo neoliberal.
Poner en el centro de las políticas de Gobierno y en la discusión pública a los pobres es, sin duda, la principal victoria cultural del lopezobradorismo. Y representa, también, la gran derrota de la derecha.
Por eso la disminución de casi diez millones de pobres en el Gobierno de López Obrador no es sólo una proeza, sino el principal tema que ha moldeado y seguirá moldeando el discurso del proyecto del que Sheinbaum forma parte y también el de sus adversarios.
Primero los pobres es, entonces, la ruta correcta y eficaz para materializar el mayor ideal de justicia para cualquier proyecto político y, al mismo tiempo, para exhibir a los enemigos de este ideal, la derecha, que siempre quiere eternizar todas las desigualdades e injusticias.
La historia enseña que sin justicia no hay paz, pero tampoco hay paz ni justicia cuando los recursos para atender a los más pobres y a toda la sociedad se capturan ilegalmente por unos cuantos, cuando se los roban y cuando no pagan los impuestos.
Aunque con López Obrador se impuso como política de Gobierno, la anticorrupción no pudo instaurarse como política de Estado por las resistencias de otros poderes, constitucionales y fácticos, pero con Sheinbaum debe profundizarse el combate sin tregua a la corrupción, incluyendo a los ladrones de casa si los hay, los de su equipo y los de antes.
El mensaje debe ser inequívoco a los corruptos que roban los recursos públicos y a los del sector privado que maniobran para eludir y/o evadir sus obligaciones tributarias, o la colusión entre ambos que aún no se ha desterrado.
El combate verdadero a la corrupción es, entonces, un tema no sólo de ética pública sino de palanca para el desarrollo de México que, al ser la potencia económica numero 12 del mundo, también se traduzca en beneficios para toda la nación.
Sheinbaum enfrenta un escenario más positivo del que tuvo López Obrador en 2018, porque la izquierda nunca tuvo tanto poder constitucional como ahora: No es sólo la titular del Ejecutivo federal con el 60 por ciento de los votos, sino la mayoría calificada en el Constituyente Permanente para reformar la Constitución, los gobiernos en 24 de las 32 entidades federativas y la mayoría en 25 congresos locales.
Con tamaña fuerza, Sheinbaum debe cambiar la estructura jurídica e institucional del viejo régimen, el de la transición que tantos privilegios generó, para instaurar uno nuevo plenamente democrático que construya el futuro de la nación sobre la bases de los principios de primero los pobres y la anticorrupción.
Y todo está acomodado para que Sheimbaum haga un Gobierno mejor al de López Obrador, que estrujó todas la política en México, pero ella también lo hará con sus formas y maneras por más que sus malquerientes apuestan a que fracase y ellos recuperen el poder.
Los adversarios de la nueva Presidenta enfrentan una disyuntiva: Colaboración o sabotaje. La insignificante fuerza parlamentaria de la oposición partidaria aconseja lo primero, hasta por pragmatismo, pero también hay un sector que buscará mantener la estrategia mentirosa de la destrucción del país, aunque eso signifique seguir quedando en ridículo.
Un mensaje de la nueva Presidenta de México será si da cauce en la Cámara de Diputados al desafuero de Alejandro Moreno Cárdenas, el presidente del PRI que tiene un amplio expediente de corrupción, o si prefiriere tener a ese personaje políticamente capturado, como lo estará también el próximo dirigente nacional del PAN, Jorge Romero Herrera, también vulnerable por deshonesto.
Las acciones de los primeros cien días del Gobierno de Sheinbaum definirán el perfil del sexenio en todos los órdenes, y uno de los temas será la inseguridad y la violencia que, aunque disminuyeron con López Obrador, siguen siendo la principal preocupación de los mexicanos seis años después.
López Obrador no falló. Sheinbaum tiene todas las condiciones, personajes e instituciones, para también cumplir y superar a quien ha sido su mentor desde que, hace un cuarto de siglo, ambos trabajaron en el Gobierno de la capital del país.
No hay margen para el error con Claudia Sheinbaum. Lo que sigue es honrar lo prometido…
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