“¿No va a intentar hacer un gesto a la ultraderecha?”, le insiste la reportera del diario español. Xóchitl abre el huipil y ruedan las monedas de oro: “Yo a la ultraderecha le voy a dar certeza jurídica, le voy a dar energía limpia para que hagan negocios. Van a pagar impuestos porque van a hacer más negocios, la libre empresa está clara, no soy una persona que crea que el Estado tenga que tener monopolios”.
Por Alejandro Páez Varela
No hubo sorpresa, ni siquiera asombro. Se guardaron las formas aunque no hubiera una gran final y Xóchitl Gálvez fue electa candidata sin competencia. Como José López Portillo en 1976. “Por aclamación”, se llamaba a la rutina donde las élites del poder ungían al elegido (en este caso elegida) y luego se transmitía la decisión a un segundo nivel y luego los de abajo protagonizaban la cargada, con tamboras y serpentinas, con flores y humo del copal.
Fidel Velázquez estaría muy orgulloso del respeto a las formas que él ayudó a construir durante el siglo XX mexicano. Orgulloso del precandidato eterno, Santiago Creel, que dio un gracioso giro frente a todos y se despidió de puntitas con apenas unas lágrimas; de la finalista, Beatriz Paredes, que bajó la cabeza frente a toda la Nación y aceptó que la elegida caminara sobre su espalda.
De los partidos políticos más viejos de México, que respondieron a sus instintos y llevaron el proceso como lo habrían llevado Luis Echeverría o Gustavo Díaz Ordaz.
Y en ese orden de ideas, digamos, con la coreografía refinada que mantuvo a un país sometido por décadas, lo siguiente fue el discurso de agradecimiento de la elegida. Los sectores, alineados, bailaron con zapatillas de ballet. Marko Cortés, Alejandro Moreno y Jesús Zambrano, con tutú crema-limpio y al frente del escenario, apenas mostraron sus discretos bolsos blancos-blancos donde cabe solamente un bilé y una tarjeta de débito.
Y los empresarios, felices por haber colocado a una de ellos mismos, relamiéndose discretamente los bigotes y mostrando su rostro de contrición y agradecimiento eterno. Y los medios, magnificando la “convicción democrática” del proceso, felices de ser parte del “juego de la democracia”. Y los intelectuales del cuarto adjunto, los únicos autorizados a no llevar corbata para la ocasión, observando por una discreta rendija a la enaltecida Xóchitl rodeada de flores y de pájaros (e imaginando, al mismo tiempo, nuevas formas de agradecerle a la vida por tanta dicha).
“Ha ganado la democracia”, dijo, conmovido hasta las lágrimas, el grupo de especialistas en elecciones (como la de 2006, por ejemplo) que condujo el proceso. Alguno de sus miembros, por la emoción y con sentimiento, prometió transparentar el manejo de cifras que les permitió garantizar que Xóchitl fuera la ungida y no se les colara alguien más. No se abundó, por supuesto, en el tema. Se les cayó el sistema como a Manuel Bartlett en 1988 y no tuvieron ganas de explicar cómo fue y es probable que los que pedían una explicación del por qué se queden con las ganas (aunque en el fondo sepan, como lo sabemos los demás, que pedir explicación es una pérdida de tiempo y una falta de respeto para los sacerdotes y para la misma inmaculada).
Todo quedó olvidado y lo que sigue es celebrar. Enrique Krauze en el diario Reforma: “Todo eso es pasado. El hecho es que AMLO apeló a fibras profundas de un sector amplísimo del electorado, mostrando una vez más que en situaciones de agravio histórico, el votante mexicano no busca ‘el arrebol de la fe en una idea o teoría’ sino a la persona dotada del carisma”.
Porque ella, Xóchitl Gálvez, no cree “encarnar” al pueblo: ella es el pueblo, agrega Krauze, monaguillo en la iglesia que denuncia el populismo como apostasía: “Es parte natural de ese pueblo. Ahí reside su carisma. Mujer ante todo, y de origen modesto, indígena y mestiza, sojuzgada, liberada por sí misma, estudiante, ingeniera, empresaria, funcionaria pública, su biografía es una metáfora del mexicano que busca una vida mejor. Nada más, pero nada menos. Alegre, valiente, firme, no se doblegará”.
Y si estuviéramos en 1976, en ese mismo orden de eventos vendría una campaña corta y luego, la asunción de Xóchitl Gálvez; su llegada en hombros, tótem de huipiles alegres, hasta la Presidencia.
Pero las élites económicas, mediáticas, intelectuales y políticas de México tienen un problema: que no estamos en 1976, aunque el método interno de selección de la candidata lo sugiera. Su problema es que hay otro grupo de mexicanos que decidió no aceptar un destino impuesto por esa minoría, capaz de vender una muñeca de trapo como si fuera la encarnación misma de la virgen de Guadalupe.
El problema es que los mexicanos que no compran como verdad el credo de las élites se volvieron mayoría en 2018, 40 años después de que López Portillo llegara a la Presidencia como candidato único.
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Xóchitl se desplaza contenta y, como dicen las crónicas periodísticas, “fresca y natural”. Toma del brazo a “Alito”, a Zambrano, a Marko. Abraza a priistas, panistas y perredistas y no sólo eso: defiende la herencia de sus partidos y los santifica. Porque es virtud de la inmaculada santificarlos. “Bendita Xóchitl –le escribe Guadalupe Loaeza–, apareciste, como la virgen de Guadalupe, cuando más te necesitábamos”.
Y ella acepta el gesto con humildad, y los bendice. Bendice a Carlos Salinas y a Enrique Peña Nieto, bendice a Felipe Calderón y a Vicente Fox, bendice a Ernesto Zedillo y a Miguel de la Madrid que, al final, ella es hija de todos ellos. Hija terrenal del PRIAN, pero ungida con el aceite de los santos.
“Hay cosas rescatables de cada partido”, le dice este domingo al diario español El País. “El PRI es un partido que creó el Banco de México, una institución clave, da estabilidad al país, el Seguro Social, el ISSSTE, cree en las instituciones, y eso me gusta. El PAN busca impulsar el desarrollo empresarial y la libre competencia, el bien común desde una visión de evitar el dolor evitable. Del PRD me encanta toda esta parte de justicia social de la izquierda, su reconocimiento de vanguardia, en la Ciudad de México, hacia la comunidad LGBTIQ+, los matrimonios igualitarios, toda esta agenda progresista. Y hasta Movimiento Ciudadano, yo también puedo representar una agenda progresista de MC con la que comparto muchísimo”.
–¿No cree que el Frente Amplio tendrá que hacer un guiño también a la ultraderecha para conseguir suficientes votos?
–Habrá personas que integren el Frente Amplio que le hagan un guiño a la ultraderecha, yo creo que cabemos muchas visiones de país –responde Xóchitl Gálvez en entrevista con el diario español El País.
Intenta dar un giro a la pregunta. La periodista Carmen Morán insiste y no batalla mucho, porque Xóchitl abraza, también, a la derecha extrema; la abraza con “frescura y naturalidad”, como dicen las crónicas periodísticas.
“¿No va a intentar hacer un gesto a la ultraderecha?”, le insiste la reportera del diario español.
Y entonces Xóchitl se abre el huipil y ruedan las monedas de oro:
–Yo a la ultraderecha le voy a dar certeza jurídica, le voy a dar energía limpia para que hagan negocios. Van a pagar impuestos porque van a hacer más negocios, la libre empresa está clara, no soy una persona que crea que el Estado tenga que tener monopolios –responde alegre, valiente y firme la que no se doblegará, como diría Krauze.
–Pero está el aborto, la religión… –respinga la periodista.
–Quizá tú no tengas idea de la dimensión de la religiosidad mía.
–¿Es muy religiosa?
–Sí, pero soy muy respetuosa.
–¿En qué cree?
–Creo en Dios.
–¿Y algo más, cuál es su devoción?
–Yo me encomendé a la virgen de Guadalupe para empezar este proyecto.
Santa Xóchitl con corona de flores y la Luna debajo de sus pies, que sacude maracas y denuncia, faltaba más, al infame populismo. Como lo hacen las élites económicas, mediáticas, intelectuales y políticas de México.
Esa persona dotada de carisma, como dice Krauze, merece la reverencia de las mayorías. Y la prensa casi unánime le reza y pide: entréguense a ella y aprendan de su más grande virtud: convertir gelatinas en departamentos de lujo; abultar su riqueza familiar al mismo tiempo que se ostenta como servidora pública.
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