Ken, el salinismo y la guerra total

agosto 26, 2024
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¿Qué razones tenía Ken Salazar para meterse en la vida interna del país que lo trata como huésped distinguido a pesar de que representa a un imperio abusivo y depredador? Es fácil adivinarlo. La Historia nos dice que a Washington no le importa la democracia de otros países aunque la utiliza como argumento para invadir y desestabilizar naciones. Lo que realmente le importa, lo que realmente lo mueve, es esa insaciable sed de dinero. Y es el dinero lo que explica las declaraciones del Embajador en contra de una Reforma Judicial. Y no le importó lo construido; no le importó dañar las relaciones entre México y Estados Unidos.

Pero no es la primera vez que, en momentos cruciales, Salazar ataca al Gobierno de Andrés Manuel López Obrador y se alía a la Suprema Corte de Justicia de la Nación. El primero de febrero de 2022 le dijo al diario La Jornada: “El Gobierno de los Estados Unidos ha expresado reiteradamente preocupación sobre la propuesta actual del sector energético de México. Promover el uso de tecnologías más sucias, anticuadas y caras sobre alternativas renovables eficientes, pondría en desventaja tanto a consumidores como a la economía en general”.

¿Le preocupaba el medioambiente, como dijo? Claro que no. Lo que el diplomático defendía era el negocio de los privados en el sector eléctrico mexicano. Tres semanas después de sus declaración estalló la guerra entre Rusia y Ucrania y desde Alemania hasta Francia, pasando por Estados Unidos –por supuesto–, Occidente entero se olvidó de las energías limpias y empezó a quemar carbón en pleno invierno para producir energía, sin importar que es la fuente más agresiva con el medio ambiente; regresaron los planes para rehabilitar plantas de energía nuclear en Europa (que supuestamente estaban desmantelando) y las proyecciones para eliminar el uso de hidrocarburos se fueron hasta la segunda mitad del siglo que corre. No, a Estados Unidos no le importa el medio ambiente; de otra manera no se entiende por qué babea y por que presiona a Venezuela.

El Salazar de febrero de 2022 logró lo que quería: envalentonar a la Suprema Corte. Para enero de 2024, la Ley de la Industria Eléctrica, una iniciativa de López Obrador para imponer los intereses nacionales en el sector, fue declarada inconstitucional. Dos ministros bastaron para hacer pedazos una reforma que representaba el derecho de millones de mexicanos a decidir sobre los bienes de la Nación. Dos ministros. Nada más. Uno de ellos, Alberto Pérez Dayán, contaba por dos votos debido a que era el presidente. Tres votos y dos ministros y adiós, Reforma Eléctrica. Así como quería Washington, tal como lo planteó Salazar.

No es que el Embajador no supiera hasta entonces la importancia de ser aliado de ese poder corrupto. Lo sabía. Ya antes, Washington ha operado con las élites empresariales en México y esas mismas élites tienen una tradición propia (de abrazar a los corruptos para cumplir sus ambiciones). Pero fue allí, en enero pasado, que Salazar disfrutó al Poder Judicial como propio.

Franklin Delano Roosevelt, quien fue Presidente de Estados Unidos durante once años –exactamente los mismos que lleva Nicolás Maduro– aplicó al dictador y asesino Tacho Somoza una frase a la postre célebre: “Sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Después, Henry Kissinger recuperó la frase y la aplicó al dictador y asesino Anastacio Somoza, hijo de Tacho: “Sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”.

La doctrina estadounidense de aliarse con represores de las mayorías viene de atrás, pues. Y puedo adivinar que hay una especie de gusto-de-iniciación cuando un diplomático como Salazar hace valer el dogma con su propia mano.

El Poder Judicial será opaco, corrupto, antinacional, déspota, antipopular, poco solidario, acomodaticio, convenenciero, antidemocrático, agachón con los poderes de facto, símbolo del priismo más podrido, vendepatrias, aliado del panismo más hipócrita y, para terminar pronto: el Poder Judicial será un hijo de la tiznada –no soy tan vulgar como Roosevelt y mucho menos como Kissinger–, pero es el que le gusta al Embajador de Estados Unidos y a los intereses que representa. Y con eso basta, y por eso lo defiende.

No porque le preocupe la democracia en México: a Washington no le importa la democracia ni en su propio país. No porque le preocupe que los jueces sean decididos por mayorías: la Casa Blanca suele prescindir de los ciudadanos y tratar directamente con dictadores. Lo que realmente abraza Estados Unidos del Poder Judicial es que se trata de un poder opaco, corrupto, antinacional, déspota, antipopular, poco solidario, acomodaticio, convenenciero, antidemocrático, agachón con los poderes de facto y, para terminar pronto, que es un hijo de la tiznada y por eso defiende los intereses de un Gobierno extranjero.

Salazar lo defiende porque el Poder Judicial no es aliado de México: es el aliado de sus intereses. Y con la Ley Eléctrica, el Embajador sintió el poder directo e indirecto que tiene sobre los ministros. Y como ya sintió lo bien que sabe manipular a otros países con argumentos mentirosos –como lo han hecho sus antecesores–, intenta repetirlo.

Pero el diplomático estadounidense calcula mal cuando cree que López Obrador está acabado y busca ahora echarle fuego a Claudia Sheinbaum. El cálculo es incluso peligroso para él y para los intereses que defiende porque al dañar a México con sus declaraciones genera solidaridad sobre ambos políticos mexicanos y se acuesta de espaldas sobre carbón al rojo vivo.

Salazar piensa que la carne que se quema no es la propia. Pero es la propia. Músculos, huesos y piel de México y Estados Unidos forman un solo cuerpo a estas alturas del siglo. Y Washington hace que no lo ve y no lo huele por arrogancia. Pero eso no cambia la realidad. Es su realidad, y es la nuestra.

***

No es sólo esa costumbre insana de Washington de meterse en los asuntos de naciones soberanas; no es sólo que Ken Salazar se despertara con una llamada de Antony Blinken o de cualquiera con el mismo peso en el sector privado para urgirlo a pronunciarse contra, a pesar de que se había pronunciado, apenas unas semanas antes, a favor de la elección abierta de jueces. Es también porque hay una movilización nutrida en contra de la Reforma Judicial que viene de distintos frentes, todos ellos muy poderosos, y el Embajador se sintió empoderado.

El hecho de que Otto Granados, Diego Valadés, Héctor Aguilar Camín, Claudio X. González (da igual que sean padre o hijo), Ignacio Morales Lechuga, Diego Fernández de Ceballos, Ricardo Salinas Pliego y otros iguales estén movilizados no tiene que ver sólo con que se afectarán sus intereses particulares sino porque los une una misma sombra larga: Carlos Salinas de Gortari. Todos ellos son salinistas. Hay mucha actividad del salinismo en estos días. Y todos se han beneficiado, le deben algo o han hecho causa con el salinismo en otros momentos y ahora se han unido a una misma causa.

Había otra corriente representada por Jorge G. Castañeda que sugería entrar en un “ni guerra ni paz” con Claudia Sheinbaum. Unas semanas después de la terrible derrota opositora en las urnas, el excanciller sugería negociar con los vencedores y entrar en una especie de armisticio que permitiera a las partes respirar. Los pacifistas fueron acusados de plantear una rendición.

Castañeda escribió entonces en la revista Nexos: “En efecto, ¿por qué no seguir luchando? ¿Por qué buscar una especie de ‘tregua’? Por las razones que ya esgrimí. El golpeteo constante por parte de un 40 por ciento de la sociedad desgasta, agota, y no funcionó. Rendirse tampoco es una opción, porque significa caer en la trampa de Echeverría de los aviones de redilas en los viajes presidenciales, o sumarse a un proyecto ajeno, a cambio de un hueso, como todos los gobernadores/embajadores de la 4T. Menos aún, con el afán de agudizar las divergencias entre AMLO y Sheinbaum, conviene invocar el desafortunado ‘Echeverría o el fascismo’ de Carlos Fuentes. Sé lo que no quiero, pero entiendo que algunos contemplen mi exploración como producto del miedo o de la fatiga. Me quedo por ahora con la consigna inteligente pero totalmente irreal de Trotsky en Brest-Litovsk: ‘Ni guerra ni paz’”.

La realidad es que la posición negociadora de Castañeda nacía muerta. Nunca vi a un Aguilar Camín –cercano al excanciller– tan enojado como el de ahora. Ya no es el intelectual sobrado que menosprecia al Presidente; que lo llama “pendejo” y “petulante” y que está seguro que puede derrotarlo en las intermedias en 2021 o echarlo del poder en la revocación de 2022. Ahora culpa de su propio fracaso a la ignorancia –dice– de la gente. Textualmente lo repito: “El hecho de que la población no entienda lo que va a pasar no quiere decir que nuestro diagnóstico sea falso. Nuestro diagnóstico es correcto. La población lo puede o no entender, lo que va a pasar, lo que va a pasar es una autocracia legal, una dictadura. Digo autocracia legal para distinguirlo de lo del PRI, porque el PRI no tenía la legalidad para actuar como una dictadura y tenía siempre una reserva de pudor y de cuidado de las formar, por cierto, lo mismo que Porfirio Díaz”.

En los hechos, lo que hemos visto en la prensa; los ataques de los salinistas por distintas vías; el paro del Poder Judicial; las declaraciones del Embajador estadounidense y de su homólogo canadiense; los ataques de las cúpulas empresariales y de varios oligarcas ligados al expresidente y hasta el atrevimiento de la Ministra Norma Piña de guardarse en un escritorio los dos casos de Ricardo Salinas Pliego por 35 mil millones de pesos anuncian que los poderes de facto en México han decidido que no darán tregua a Claudia, como sugería Castañeda. Es la guerra total, pues.

Ken Salazar habrá reculado unas horas después de sus declaraciones o habrá matizado un poco lo que dijo pero deja clara su posición. Cualquiera de ellos puede repetir textuales las palabras de Roosevelt, pero ahora para el Poder Judicial: “Sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Y lo hará sin rubor, porque el rubor es lo primero que se pierde en el campo de batalla. No habrá tregua, y Claudia debe saber que detrás de las sonrisas forzadas hay siempre fajado un puñal.

No habrá tregua porque el lopezobradorismo significa perder todo lo que tenían. Han declarado una guerra de tiempo atrás y, me parece, una guerra tendrán. Es la guerra, guerra vieja, entre las fuerzas de derecha que quieren recuperar el poder y la izquierda, que busca retenerlo. Una guerra en la que los papeles históricos se han invertido: siempre ganaba la derecha y desde 2018 es la izquierda la que domina.

SinEmbargo

MÁS DEL AUTOR: 

Alejandro Páez Varela

Periodista, escritor. Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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