Por Valeria López Luévanos
Faltan pocos días para los comicios que definirán quién será nuestro próximo gobernador. Las campañas han avanzado sin sobresaltos ni sorpresas. Como era de esperarse, los pleitos sobre quién representa en más o menor medida los valores de la “cuatro-te” han acaparado los focos de atención de las y los simpatizantes del presidente López Obrador y han desgastado a Morena y su candidato Armando Guadiana Tijerina.
La desbandada de Morena para unirse al proyecto de Mejía Berdeja ha dotado de cierta credibilidad al Tigre. Algunos personajes que han decidido seguirlo son reconocidos por ser militantes de toda la vida en el movimiento, antes, incluso, de que Morena fuera partido político.
Lo siguen desde que era una organización débil, con mucha mística, pero poco dinero para ganar elecciones, y hoy han sido expulsados del partido de origen; una expulsión que llevarán a cuestas como castigo por la desobediencia alentada por su raciocinio y criterio propios.
Como la experiencia ha puesto en claro, Morena tiene serios problemas con que su militancia piense por sí misma y actúe en consecuencia. Sus estrategias para resolver los conflictos internos no han sido las mejores y, en el caso de las elecciones de Coahuila, eso generará una gran dispersión del voto de la militancia de izquierda, sumándole a la división el hecho de que Lenin Pérez Rivera, el udecista e hijo del difunto líder sindicalista Evaristo Pérez Arreola, ha generado una narrativa que le ha permitido llamar la atención y ganar la simpatía de las clases medias de nuestro estado aun si ha sido abandonado por la estructura nacional del Partido Verde Ecologista de México.
A diferencia de los candidatos mejor posicionados, ha estructurado y difundido un proyecto con propuestas sin que la grilla y el ruido lo desvíen en su objetivo de hablar de los problemas del estado.
Entre los tres candidatos autoproclamados de izquierda, quien tiene menos que perder es Lenin.
De la derrota de Morena serán culpables Armando Guadiana, Diego del Bosque y Mario Delgado, quienes quedarán más exhibidos en su incapacidad de organizar el partido –y generar una campaña que unifique y motive, o les permita generar alguna ventaja derivada de la popularidad de López Obrador– mientras más grande sea la distancia entre el porcentaje de votos del primero y segundo lugares.
Mejía Berdeja, por su parte, salió por la puerta de atrás de Palacio Nacional, con una cachetada presidencial que no tiene vuelta atrás: las recientes declaraciones del presidente López Obrador llamándolo deshonesto por usar su nombre para su campaña implican un punto sin retorno al gobierno federal después de las elecciones y un rumbo incierto para él y las personas que le siguen.
Lo más probable sería que continúen su militancia ahora en el PT, pero eso sólo lo decidirá Alberto Anaya, en otra decisión cupular como aquellas de las que han huido; y no es lejano el escenario de que pierdan casi todo su capital político.
El más beneficiado de las bolas en el engrudo revuelto de la izquierda ha sido Manolo Jiménez. Ha cerrado su campaña sereno, tranquilo –sin despeinarse– y confiado en la estructura electoral de su partido que, como sabemos, es una de las más envidiadas del país e incluso por otros partidos que han tratado de replicarla (como es el caso de Morena y su padrón de beneficiarios de apoyos del gobierno federal basado en la estructura electoral).
La maquinaria del PRI sigue trabajando con sus liderazgos más visibles como candidatos, con sus presidentes municipales que son mayoría y con sus famosas mujeres lideresas que dominan el territorio –ya sea en comunidades o colonias y que portan con orgullo su responsabilidad, un orgullo priista que parece ya existir solamente en la estructura de ese partido en nuestro estado–.
Cualquier analista y observador crítico coincidiría en que todo apunta a la continuidad del estilo de gobierno de Miguel Ángel Riquelme Solís y a un cambio generacional todavía incierto en el norte, del que serán protagonistas, además de Manolo Jiménez, Samuel García y Luis Donaldo Colosio. La moneda sigue en el aire, aparentemente sin girar, y solamente un vuelco sobrenatural cambiaría los momios rumbo al 4 de junio.