Por Arturo Rodríguez García
La sonrisa de Rie Watanabe me recibió en el Centro de las Artes de San Agustín, Etla, Oaxaca (CaSA), una tarde de abril de 2018. Entusiasta, la fotógrafa Gina Mejía, quien por entonces llevaba la comunicación del maestro Toledo, condujo hasta ahí para mostrar el virtuosismo de dos niñas mixe admitidas en el programa “Automodelo para las Músicas de la Tradición Oral de Oaxaca”.
El sonido de un violín con armonía profesional sorprendió en la majestuosidad del CaSa al encontrar la figura de 4 años de Sofía, una niñita que no hablaba español como tampoco lo hablaba otra niña, unos años mayor, cuyo nombre no logro recordar pero sí su virtuosismo y cuya historia he recordado mucho por estos días.
La niña mayor sólo hablaba inglés y mixe, de manera que no conseguía comunicarse con fluidez en su entorno reciente. Ella con su familia tenía unos meses de haber sido deportada, probablemente, en las deportaciones masivas que sin tanta notoriedad mediática se ejecutaron durante el gobierno de Barack Obama y que continuarían, en menor escala pero mayor sonoridad, durante el primer año de Donald Trump.
Arrancar a un niño o niña del entorno donde ha aprendido a hablar, ha pasado su educación inicial y establecido sus tempranas relaciones sociales es una salvajada, especialmente para familias indígenas pero en general para quienes llevan años en Estados Unidos.
Los pequeños a su regreso o primera vez en México, se enfrentan a una realidad completamente diferente al mundo que conocían, topan con la barrera del lenguaje y se ven imposibilitadas para reconstruirse, reiniciar.
La historia de la pequeña violinista nos remite a aquel 2017 y los cuatro años de Trump, marcados por un discurso de odio que, además de las deportaciones implicó principalmente un cierre radical en la frontera, reproduciendo las circunstancias de la niña violinista en las infancias centro y sudamericanas que en Estados Unidos enfrentaban los males derivados del discurso de odio mientras que en México sufrían la xenofobia, muchas veces soterrada y otras tantas explícita.
La adaptación y las oportunidades del regreso se ha convertido en una preocupación para los sectores que observan y analizan el proceso que iniciará a mediados de enero, de cumplirse como se esperan las copiosas deportaciones masivas una vez que Trump vuelva a la Presidencia estadunidense.
Ayer, la secretaria de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez, encabezó un encuentro interinstitucional para afinar detalles del plan de recepción. El encuentro fue al más alto nivel pues asistieron los secretarios de Defensa, Ricardo Trevilla; de Marina, Raymundo Pedro Morales y el jefe de la Guardia Nacional, Hernán Cortés, así como el titular saliente y el entrante del Instituto Nacional de Migración.
Si bien, la perspectiva securitaria había sido y se mantuvo como eje del plan que está en preparación, por primera vez, al menos de manera pública, se perfila un plan más amplio de recepción pues participaron los titulares de Relaciones Exteriores, Juan Ramón de la Fuente; del Trabajo, Marath Bolaños; de Agricultura, Julio Berdegué; de Energía, Luz Elena Escobar, junto con los titulares del IMSS, Zoé Robledo y del ISSSTE, Martí Batres.
Los preparativos del gobierno son indicativo de que la determinación de deportar ha sido comunicada irreversiblemente al gobierno de México, dejando un tremendo reto para el país que, por lo visto, intenta prepararse para la generación de oportunidades, empleo, servicios sanitarios y seguridad social.
Aquella pequeña violinista tuvo la música –aprendida en el elementary school y de su abuelo mixe—y descubrió el significado de dominar un lenguaje universal. Anoche, mientras escribía este texto, encontré las fotografías del CaSa donde aparece ella, una señorita ya, sonriente, tocando su violín con Rie Watanabe, con niñas y niños mixes, zapotecos y mixtecos, con el creador de aquel programa, Rubén Luengas, y de gira por mundos tan lejanos como el Japón.
La cuestión hoy es que quizás todos, sociedad y gobierno, tendríamos que convertirnos en millones de Toledos, Luengas y Watanabes, para que el arribo a México de cientos de miles sea, difícil sí, pero afortunado como el de la niña del violín. Una utopía.
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