Por: Brenda Macías
La desinformación es un veneno que circula en las plataformas de contenido a escala mundial, pero especialmente en América Latina y el Caribe y en los otros países del sur global. La amenaza de la desinformación ha adquirido dimensiones peligrosas, convirtiéndose en un negocio en auge que socava la democracia y manipula la percepción pública. Su aparición constante no es cualquier cosa. La desinformación está financiada.
Esto fue lo que me quedó claro durante EduMedia, el Foro de Educación Mediática en Hispanoamérica, que organizó Movilizatorio. Conectado para el Cambio; Google News Initiative y Digimente. Educación Mediática para América Latina que se realizó del 30 al 31 de octubre en WeWork de Lago Alberto, en la Ciudad de México.
En este encuentro comprendí que la desinformación se presenta en diversas formas, desde noticias falsas y teorías de conspiración hasta campañas de descrédito y polarización. Su propósito principal es sembrar la confusión y manipular la opinión pública, a menudo con fines políticos o económicos.
Por cierto, la sección “Quién es quién en las mentiras de la semana” de “La Mañanera”, la conferencia de prensa del presidente Andrés Manuel López Obrador, más que un espacio de rendición de cuentas es una máquina productora de fake news.
En la región de América Latina y el Caribe, y en los países del sur global, la desinformación se ha convertido en un mercado en crecimiento, donde los actores políticos y el empresariado –sin escrúpulos– explotan la fragilidad de la información en línea. Uno de los efectos perjudiciales de la industria de la desinformación es su impacto en la democracia.
Y remarco: la desinformación es un mercado porque tras ella hay una plataforma de dinero que la sostiene. No se crean los mensajes en cadena de Piolín, ni de las notas de voz que buscan impedir que llegue la ayuda luego del paso del huracán Otis sobre Acapulco.
En un contexto democrático, el acceso a información precisa y confiable es esencial para que las ciudadanas y los ciudadanos tomen decisiones informadas. Sin embargo, la desinformación socava esta base fundamental. En elecciones y procesos políticos la difusión de información falsa puede alterar los resultados, erosionar la confianza en las instituciones y polarizar a la sociedad.
La desinformación, sin duda, tiene un costo humano. Por ejemplo, en el caso de la pandemia de covid-19 vimos cómo la difusión de teorías conspirativas y noticias falsas pusieron en peligro la salud pública. La desconfianza en las vacunas y las medidas de prevención fueron impulsadas por la información errónea, lo que resultó en más muertes evitables.
Hoy, más que nunca, se necesitan respuestas coordinadas entre gobiernos, empresas de tecnología, medios de comunicación y sociedad civil.
Las plataformas de redes sociales tienen un papel clave en la propagación de la desinformación, y creo que debemos asumir responsabilidad al monitorear y eliminar contenido falso y engañoso.
La alfabetización mediática es fundamental. Necesitamos recibir herramientas pedagógicas para discernir entre información verídica y falsa, y para entender cómo se manipula la información en línea. Sin embargo, para alcanzar este ideal se requiere de orientación psicoemocional para afrontar los escenarios de frustración y de cambio constante, y de educación mediática que va a la par con la perspectiva de género. Tenemos mucho que desaprender para cambiar el paradigma.
Otro aspecto a atender es la promoción de un periodismo de calidad y de verificación de hechos, como lo hacemos en El Coahuilense. Los medios de comunicación somos agentes verificadores y podemos ayudar a contextualizar la información antes de publicarla. Recomiendo desde aquí dudar de toda la información que consumamos, incluso la que lees ahora, querida lectora, querido lector.
Los anuncios políticos deben ser identificables y sus patrocinadores deben ser conocidos y verificables. Esto ayuda a prevenir la propagación de desinformación con motivaciones políticas. Una ola que está por llegar ante la asunción de la primera presidenta de México.
No cabe duda que necesitamos una mayor conciencia pública sobre los peligros de la desinformación. Querides todes, recomiendo la crítica y la cautela al consumir información en línea. Es esencial verificar las fuentes y evitar la propagación de información no verificada. Dudemos de toda la información que consumamos.
Disculpen mi paranoia, pero en México, América Latina y el Caribe, la lucha contra la desinformación es una cuestión urgente. No podemos permitir que el negocio de las fakes news continúe socavando la verdad y manipulando la realidad. Vamos a los hechos. Hagamos el esfuerzo. Es responsabilidad de todas defender la integridad de la información y construir una sociedad más informada y resiliente ante una amenaza creciente: la ola que está por venir.
Hasta la próxima
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