Por Arturo Rodríguez García
El corporativismo sindical, mimetizable y acomodaticio desde hace casi un siglo, decidió romper con el PRI. Su dirigente, Carlos Aceves del Olmo, mandó a decir que ese partido se encamina a ser una franquicia, dominada por una camarilla que ya no representa los intereses de los trabajadores.
La ruptura es simbólica. El corporativismo que se inauguró con el Partido de la Revolución Mexicana del presidente Lázaro Cárdenas, llamado desde los años 40 como se le conoce hasta ahora, el PRI, acaba de perder la adhesión de la cabeza del Sector Obrero, cuyo poder en su tiempo dio hasta para hacer a Fidel Velázquez, una suerte de Bautista encargado de la anunciación del elegido, es decir, del presidente que seguía en el juego del “tapadismo”.
Corporativo clave en la dinámica priísta, la CTM hace mucho que tampoco representa, si alguna vez representó, una presencia electoral significativa. En estos días, presume la afiliación de 3.5 millones de trabajadores con los que se va del PRI, partido que en territorio apenas si alcanzó 6.6 millones de votos. Ni modo que la CTM le hubiera aportado más de la mitad.
Claro está que la coyuntura se inscribe en el agandalle de Alejandro Moreno con la lista al Senado en la que se aseguró su lugar y el de su incondicional, Pablo Angulo, dejando a Aceves del Olmo sin viabilidad. Pero hay más.
El pasado 16 de mayo, un paro de labores que pretendía ser huelga, dejó sin operación a Tupy, una fábrica de origen brasileño que produce monoblocks y otras autopartes metálicas para la industria automotriz localizada en Saltillo, Coahuila. Ciertamente, un asunto muy local.
Lo llamativo para lo que nos ocupa es que los trabajadores inconformes de Tupy –sometidos a condiciones inhumanas y degradantes en el trabajo cuya inseguridad laboral es ampliamente conocida en la zona—buscaron a la CATEM local, donde Pedro Haces mantiene como dirigente al expanista Miguel Batarse, quien hizo mutis. Una semana después del paro, la CTM recuperó el control y las labores reiniciaron.
La resolución del conflicto corrió a cargo de Tereso Medina Ramírez, líder de la CTM Coahuila, pero también del Sindicato Nacional de las Industrias Metalmecánica, Automotriz y Proveedoras de Autopartes en General, uno de los más importantes del cetemismo que ha llevado a Medina a estar en capilla para la eventual sucesión de Aceves del Olmo.
En un mes, Tereso Medina recuperó el control de la representación obrera, haciendo la vista gorda ante el despido de los líderes inconformes y aplacando la ola de indignación en complicidad con la patronal.
Para entonces se hablaba ya de un pacto en el que la CATEM se había comprometido a dejar de arrebatarle los contratos colectivos que, desde la entrada en vigor del T-MEC, obligó a democracia efectiva en los sindicatos, cuyo derrotero fue la pérdida de contratos de la CTM y el crecimiento de la filomorenista CATEM, destacadamente en el sector automotriz que tanto interesa a Tereso y a la CTM toda.
La operación resulta inequívoca. Tereso Medina, quien es diputado federal del PRI y sigue en cálculo su reelección plurinominal, publicó una fotografía en sus redes sociales el pasado 30 de junio en la que posa abrazado con Ricardo Monreal, con un texto en el que celebra trabajar juntos hacia el futuro. Dicho sea de paso, si alguien externo influye en la CATEM, es precisamente Monreal. He ahí el preámbulo de la ruptura con el PRI.
La CTM se cansó de perder y se adaptó a los nuevos tiempos de una arena que bien conoce: la de jugar en condiciones cuasihegemónicas. La oportunidad que ofreció Alejandro Moreno Cárdenas con sus delirios de reelección y reforma excluyente de su veterano Sector Obrero, dio inmejorable condición para una fractura que ya estaba en curso.
Taboada y los acreedores de campaña
Es una vergüenza que Víctor Hugo Puente, coordinador de la campaña del panista Santiago Taboada para la jefatura de gobierno de la Ciudad de México, esté dejando una estela de desconfianza entre los empresarios capitalinos que alguna vez creyeron en su proyecto.
No solo falló en su intento de posicionar a su candidato, sino que ahora se esconde de aquellos que le prestaron apoyo financiero para la campaña. Antes de asumir este papel, Puente se desempeñó como director general de Comunicación Social del Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales, donde ya había mostrado un desempeño cuestionable.
Hoy, varios empresarios capitalinos lo buscan infructuosamente para que liquide las deudas adquiridas, enfrentándose al silencio de Víctor Hugo Puente, quien no responde –ya ni digamos por la deuda—las llamadas.
Sobra decir que el comportamiento no sólo desacredita a la oposición, sino que pone en evidencia la falta de ética y compromiso de quienes se presentan como la alternativa política pues si no tenían para pagar ¿en razón de qué se endeudaban? O ¿acaso querían pagar con dinero público?
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