Por Jesús Gerardo Puentes Balderas
Lo sucedido los días sábado 30 y domingo 31 de julio de 2022, en las elecciones internas de Morena, es un irrefutable testimonio de su incapacidad para llevar a cabo un ejercicio democrático. Las múltiples evidencias documentadas a lo largo y ancho del país nos muestran un ejercicio totalmente sucio en el que todas las prácticas indeseables patentadas por el otrora partidazo (PRI) se pusieron en práctica, dirían en el argot cinematográfico, “reloaded”. Relleno de urnas, padrón rasurado, carrusel, mapachismo, quema y robo de urnas, acarreo y coacción del voto de múltiples maneras -desde la amenaza de retirarles sus apoyos, sobre todo a los adultos mayores, hasta la clásica compra del voto con una despensa o en efectivo-. Fuimos testigos, también, del autoritarismo de la clase privilegiada al pasar a votar sin respeto a los “simpatizantes” formados para ejercer su voto. Los ganadores ya estaban preestablecidos, los cinco hombres y mujeres con mayor votación serán nombrados consejeros. Por la costumbre de Morena, se puede afirmar que de ahí escogerán a los próximos candidatos a legisladores federales. En cuanto a qué podemos interpretar o dicen esos resultados, consideraré para esta nota lo ocurrido en los Distritos 5 y 6 de la Región Lagunera.
Primero. La escasa participación no refleja la popularidad de AMLO, ni de Morena. Pero sí confirma el poco interés en este tipo de ejercicios por parte de la ciudadanía en general y, de manera particular, de sus simpatizantes.
Segundo. La desinformación del proceso: para determinar las reglas de una elección aun lejana (2024), no abonaron al interés de los coahuilenses; la mayoría no sabía qué se iba a votar, quiénes eran los candidatos ni por qué en este momento.
Tercero. La dirigencia dejó ver claramente la falta de oficio político, en cuanto a la organización de un proceso interno de votación, a pesar del derroche de recursos -y camiones rentados para el acarreo, muchos de los cuales ni fueron utilizados por la falta de operadores con experiencia para llenarlos-.
Cuarto. Suponiendo, sin conceder, que no haya habido acarreo, la poca participación -por no decir casi nula- en Coahuila (alrededor de 6 a 8 mil votos en Torreón y algo semejante en Saltillo) deja claro, sin dejar lugar a dudas, que fue un muy mal ejercicio, negativo tanto para las futuras aspiraciones de los posibles ungidos como para el propio partido. En caso de sí haber ocurrido el acarreo, les falló rotundamente.
Quinto. De haber sido, efectivamente, un ejercicio libre y democrático, debería resultar vergonzoso para varios actores políticos obtuvieron cifras de un dígito, máximo dos, incluso sin alcanzar ni pasar de la media centena de votos.
Sexto. Otra razón de la baja participación podría residir en los señalamientos realizados por los autonombrados fundadores del movimiento, en el sentido de tratarse de la simulación de un “ejercicio democrático” que en realidad nació amañado y acompañado de la existencia del eterno dedazo.
Finalmente, también se demuestra la falta de unión, la decepción de un sector importante de los simpatizantes de la cuarta transformación y una gran inconformidad. Conclusión: siguen predominando las tribus que han de vender al mejor postor su respaldo a las “corcholatas”, Ebrard, Monreal, Sheinbaum, Adán Augusto, Delgado y todas las que vayan apareciendo. La falta de unidad y el desaseo fue más notorio en Gómez Palacio, Durango, donde el enfrentamiento entre Marina Vitela y José Ramón Enríquez volvió a reavivarse, evidenciando la operación desaseada de la primera al encontrar boletas previamente rellenas con su nombre. Por lo pronto, debemos esperar el proceso estatal en Coahuila para las candidaturas del año próximo. Ahí se va a ver notoriamente la operación proselitista de parte de Luis Fernando, Guadiana y Mejía Berdeja. El ejercicio rumbo al 2023 será más indicativo que el de este fin de semana para los coahuilenses.
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