Los cuerpos que no importan: mujeres pobres y al margen de la justicia

marzo 12, 2023
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Por Valeria López Luévanos 

En algunos textos me he topado con la cruda frase de que “hay cuerpos que no importan”. Es decir, en este sistema se anteponen los problemas y carencias que viven personas que pueden visibilizar lo que les sucede y esto es atendido, estudiado, se buscan respuestas y se resuelve. 

Estas personas generalmente tienen influencias políticas o económicas, por dar algunos ejemplos. Ante el resto, la inacción y la indolencia, no pasa nada. Esa frase regresa a mí cuando pienso en la igualmente cruda violencia que se vive en las comunidades y los ejidos, en la realidad que viven las clases populares. 

Hago memoria y recuerdo los casos de feminicidios que se han vivido en mi comunidad o en las comunidades cercanas: “A una señora en el ejido El Fénix su esposo la mató de un escopetazo y ya salió libre”; “A Ileana, la de Santa Ana, su pareja la dejó encerrada cuando se fue a trabajar porque era muy celoso. A ella se le subió el azúcar y no pudo pedir ayuda. Se murió, pobrecita”; “¿Viste que en el ejido Atalaya encontraron el cuerpo calcinado de una mujer de entre 15 y 20 años? dicen que la violaron con un cabo de escoba que se encontraron por ahí y que le vaciaron ácido muriático”; “En el ejido 20 de Noviembre, a Juanita, de 11 años, la drogaron y violaron y ahora todo mundo le echa la culpa”. 

Pienso en esos hechos que recogen las voces de la gente y que se pasan de comunidad en comunidad con morbo y curiosidad, pero sin que esto tenga un efecto que produzca un hartazgo para decir basta. 

Es la normalización de esa violencia que encarna la crudeza con la que se nos trata a las mujeres y que a nosotras sólo nos genera miedo. Alguien y algo nos ha hecho sentir que somos de los cuerpos que no importan; que estamos al margen y que no vale la pena indignarse ni hacer algo para que las cosas sean diferentes; que no vale la pena ni sobra el tiempo como para denunciar; que cuando lo intentemos al final no pasará nada porque nos vamos a quedar sin tiempo siquiera para darle seguimiento porque los horarios del trabajo no coinciden con los trámites burocráticos y el pasaje sale caro para ir a preguntar cómo va el lento sistema de justicia. 

Eso lo he visto una y otra vez en acompañamientos que yo o mis cercanas hemos realizado. Sobre todo cuando la denuncia la realiza una mujer sin influencias, una mujer joven sin conocimiento de los procesos o, en su defecto, sin el acompañamiento de los ojos que vigilan que las instituciones de acceso a la justicia hagan su trabajo. 

En el marco de la conmemoración del 8M me invitaron a hablarle a mujeres jóvenes con las que me identifico, pertenecientes al mismo bachillerato técnico de donde yo soy egresada e integrantes de las comunidades que he mencionado. 

Cada vez es más complicado hablar concretamente sobre la violencia contra nosotras las mujeres. Son tantas manifestaciones de éstas y tantos los modos en los que llega a nosotras, más cuando somos jóvenes, que resulta complicado enfocarse en una sola cosa. 

El 8 de marzo es el día en el que todas queremos recordar y hacer que resuene que vengamos de donde vengamos tenemos derechos; que nuestros dolores no valen menos y por lo tanto tampoco nuestras demandas; que también queremos y necesitamos soluciones. 

El único reto que me he planteado para esta conversación es que podamos identificar esas violencias no como hechos aislados, como algunas veces llegamos a pensar y que sufrimos en silencio. 

Tenemos que darnos cuenta que la violencia contra las mujeres es algo que nos ha sucedido a miles de nosotras: según el INEGI a más de 50 millones de mujeres de 15 años o más a lo largo de su vida. 

El acoso sexual dentro y fuera de las aulas, la violencia psicológica, física y sexual es algo que nos toca todos los días. El sólo hecho de que Coahuila haya sido desde hace más de 10 años y hasta ahora uno de los tres estados con la mayor tasa de embarazo adolescente en el país debería indignarnos lo suficiente para decir basta. 

El hecho de que uno de esos municipios de mayor incidencia sea Matamoros debería indignarnos lo suficiente. Porque detrás de estas cifras alarmantes hay también esa violencia institucional de la indolencia de mirar hacia otro lado. Es en nosotras en quienes habita la potencia para cambiarlo todo, en hacer nuestra propia revolución feminista, desde abajo. 

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