Alétehia
“Hágase la voluntad de Dios en los bueyes de mi compadre”
Por Jesús Gerardo Puentes Balderas
La corrupción que nos corre por las venas, así como nuestro pensamiento enano de normalizar que las reglas se hicieron para romperse, que no para respetarse y aplicarse a quien las infrinja, es una de las causas principales de muchos de nuestros males.
Nuestra Carta Magna y todas las leyes emanadas de la misma fueron pensadas para mejorar la convivencia social en ánimos de vivir en paz y armonía como miembros racionales de una sociedad justa, democrática y próspera.
Lamentablemente concebimos a las normas –cualquiera que fueren– como una limitante o estorbo a nuestros deseos, más allá de calificarlas de injustas cuando se nos imputan, lo que representa prueba irrefutable de nuestra falta de civilidad y cultura cívica en las aulas.
Pero, ¿por qué tenemos ese pensamiento retrógrado tan arraigado? Las causas principales, sin lugar a dudas, son la corrupción e impunidad, alentada por nuestros gobernantes, la clase política y un sistema de procuración y aplicación de justicia tediosa.
Otra arista original radica en la concepción misma de las leyes en el Poder Legislativo, muchas de ellas hechas a la medida o con dedicatoria para satisfacer a un sector, partido o gobernante en el corto plazo; contrario al espíritu de ser universales y de largo aliento.
Peor aún, quienes protestan respetarlas y hacerlas respetar, justo en ese orden, son los primeros en violentarlas; inmediatamente después de asumir el poder, se ven tentados –como el ciudadano Vargas, en el largometraje La ley de Herodes– a cambiarlas para beneficio propio.
Si coincidimos que educar con el ejemplo es la única forma de hacerlo, definitivamente no tenemos incentivos para respetar las normas vigentes.
Este sexenio se ha diferenciado de sus antecesores en no tener el menor pudor y recato en violentar, en grado superlativo, las leyes y destruir las instituciones que acoten su poder.
Desde el púlpito mañanero se mantiene la intolerancia política a la pluralidad y el juicio sumario a quien opine diferente. El respeto al derecho ajeno y la búsqueda en las opiniones de los otros de un enriquecimiento del ejercicio del poder, están ausentes.
Ante la sentencia de la Suprema Corte en contra del Plan B, el Plan C es conservar el poder a como dé lugar, no importa si se violentan las leyes electorales auspiciadas por los mismos partidos, incluido Morena.
Es tanta la popularidad y perversidad del sátrapa macuspano, que se atreve a crear un pseudo plan para elegir de manera anticipada el candidato a sucederlo, a sabiendas que las autoridades electorales no se atreverán a limitarlo por miedo a estallidos sociales.
Esto orilló a la incipiente (e insipiente) oposición a subirse al tren de la simulación, legitimando las violaciones a la ley electoral, anunciando un proceso paralelo al de la 4T para elegir al “responsable de construir el Frente Amplio Opositor”, obligando, también, al capturado INE a emitir un salvoconducto al plan ideado por el presidente (con minúsculas), siempre y cuando no “transgreda las reglas” establecidas en el acuerdo de su Consejo General (hágame usted el rafabrón cabor).
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