ALÉTHEIA
Por Jesús Gerardo Puentes Balderas
¿El sistema de partidos en México se debe reformar o los partidos políticos se tienen que reinventar? Actualmente la credibilidad en las instituciones políticas está en sus niveles más bajos como entes garantes de la democracia.
Desde 1997 contamos con un sistema electoral confiable, depositado en un instituto electoral autónomo y ciudadano (INE), el cual ha garantizado procesos electorales competitivos. Tres alternancias del poder presidencial así lo avalan.
A la par del sistema electoral, nuestro sistema de partidos se ha fortalecido. Contrario sensu, los partidos políticos se esfuerzan sistemáticamente en minar la credibilidad y confianza de los ciudadanos en ellos.
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Sin lugar a dudas la crisis en la hegemonía del PRI se precipitó después del sexenio de José López Portillo y continuó hasta el mega fraude perpetrado en 1988 con la famosa “caída del sistema” orquestada desde la Secretaría de Gobernación a cargo del siempre impresentable Manuel Bartlett.
Pese a la caída continua del PRI en las preferencias del electorado, sus élites no cambiaron de estrategia y mantuvieron su política de privilegiar la corrupción, el compadrazgo y los acuerdos “en lo oscurito”, entre otras prácticas indeseables y reprobadas por la ciudadanía.
Hoy día del PRI hegemónico sólo quedan los recuerdos; su agonía se acelera por las decisiones de su dirigencia la cual, fiel a su costumbre y ADN, se resiste a perder el raquítico poder que le queda.
Los priistas, acostumbrados a tener un profeta en el Poder Ejecutivo y a ganar elecciones con base en la compra del voto a través de una estructura controlada por los programas de gobierno y prebendas a los diversos sectores productivos, hoy se encuentran huérfanos y sin rumbo.
El PAN, por un poco más de seis décadas, fue un actor importante como oposición responsable, letrada y moderada en la brega eterna de consolidar la democracia en nuestro país, pero, irónicamente, inició su debacle a partir del año 2000 al ganar la Presidencia de la República.
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En tan sólo 12 años de (s)gobierno, los panistas dilapidaron su capital político y prestigio formados y respaldados por el ser y actuar de ciudadanos -académicos, empresarios, comerciantes, todos con un patrimonio creado en el sector privado, fruto de apostar y creer en nuestro país-, hasta llegar a su casi total desvanecimiento.
Hoy sus élites son una copia grotesca de los priistas y los personajes honorables y dignos son escasos -por no decir inexistentes-; ergo, les amenaza una suerte similar a la del PRI.
Empero el PAN, a diferencia del tricolor, tiene mayores posibilidades de superar su crisis pues, desde su nacimiento, ha podido subsistir sin necesidad de gobernar ni, mucho menos, de tener una estructura mantenida a base de programas gubernamentales.
El PRD -un engendro del PRI y fusionado con algunos miembros del Partido Comunista Mexicano y otras organizaciones políticas de izquierda-, al igual que el PRI y el PAN, limitaron la democracia a su interior y podríamos decir, rápido y mal, que terminaron por ser una oligarquía en donde sólo un reducido grupo se repartía el botín político.
El Partido del Trabajo, el Partido Verde Ecologista de México, Movimiento Ciudadano, y Morena, así como la Unidad Democrática de Coahuila (partido local) son simples franquicias con un dueño identificable. Por lo tanto, en su interior se vive una autocracia y, como ejemplo nítido, tenemos la forma de gobernar (es un decir) de Morena; no podemos esperar de estos partidos un gobierno afín a la democracia liberal.
Precisamente, para la vigencia de un ambiente democrático, es imprescindible la existencia de un sistema de partidos políticos regido bajo un sistema electoral cuyo objetivo sea normar la competencia y el ejercicio legítimo del poder, bajo un marco legal que propicie la confrontación, en un ambiente de respeto y civilidad, de los distintos modelos de gobernar.
Al final del día, es de los ciudadanos la responsabilidad de fortalecer la democracia, fomentando la participación activa en la cosa pública. Los grandes cambios de régimen se dan desde la ciudadanía; nunca desde la clase política, tal como lo consigna la Historia.
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