Por José Guadalupe Martínez Valero
Durante los últimos meses, derivado de una depresión que acabó de la peor manera, la cual se dio a la par de un rompimiento sentimental, terminé, entre otras cosas, refugiándome en el único lugar que termina trayéndonos paz, equilibrio y calma: la oración; e indagando sobre las distintas formas de orar y meditar, sumado al hecho de que recién pasamos la semana más espiritual del año y la de su correlativa pascua, me adentré sobre todo en la oración por antonomasia que es, sin duda, la oración que Jesús nos enseñó; y me llevé una de sorpresas que no quiero dejar de compartir con ustedes.
Empezaré por decir que mucho se ha manejado de los “años perdidos” de Jesús de Nazaret previos a su vida pública; que si anduvo aquí, que si anduvo allá, que si fue formado por monjes tibetanos, que si lo hizo en lo que hoy es la India o el Lejano Oriente, etcétera. Lo cierto es que fue formado en varias doctrinas e ideologías, no sólo la hebrea o judaica por su origen, sino que fue, digámoslo así, un personaje de los que hoy llamaríamos “ecuménico” educado en distintas escuelas filosóficas y espirituales.
¿Por qué digo lo anterior? Lo digo sobre todo por sus predicaciones y metáforas, pero por encima de ello por precisamente esa oración universal por Él dada, a la que me referí de manera velada desde el mismo epígrafe que encabeza el presente texto: “el Padre Nuestro”.
¿Sabían ustedes, por ejemplo, que el Padre Nuestro es un mantra? ¿Y qué es un mantra?, me preguntarán. De acuerdo con el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española un mantra es en el hinduismo y en el budismo, sílabas, palabras o frases sagradas, generalmente en sánscrito, que se recitan durante el culto para invocar a la divinidad o como apoyo de la meditación.
¡¿Ya ven como el Nazareno sí tuvo formación con maestros de Oriente?! Pero, ojo, además de ser un mantra, puede ser leído de atrás hacia delante de igual modo y surtiendo la misma eficacia en términos de oración:
Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Ahora léanla al revés:
Padre nuestro líbranos del mal
no nos dejes caer en la tentación,
enséñanos a perdonar a los que nos ofenden
para así poder acceder a tu perdón
Danos hoy nuestro pan de cada día;
venga a nosotros tu reino;
santificado sea tu nombre,
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
que es dónde tú estás.
¡Ya vieron! Pero además cada oración del Padre Nuestro está dedicado o inserto, es parte y se refiere a cada uno de nuestros chakras; y de nuevo, ¿qué son los chakras? Oootra vez de acuerdo con la Real Academia de la Lengua Española los chakras son en el hinduismo y algunas filosofías orientales, cada uno de los centros de energía del cuerpo humano que rigen las funciones orgánicas, psíquicas y emotivas.
(De nuevo, la presencia del hinduismo y lo oriental, dicho sea de paso).
Padre nuestro que estás en el cielo: chakra corona, la cabeza, el resguardo de nuestro cerebro. El de la espiritualidad.
Santificado sea tu nombre: Tercer ojo, el que se sitúa por encima de los ojos, y entre estos y el cerebro.
La conciencia. Venga a nosotros tu reino: chakra garganta, el de la comunicación con nuestros semejantes y nuestro entorno. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo: chakra corazón, el del amor y la curación o cicatrización.
Danos hoy nuestro pan de cada día: chakra plexo solar, el de la sabiduría y el poder.
Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden: chakra sacro, donde se encuentran además nuestros genitales, nuestro aparato reproductor; y por ende el de nuestra sexualidad, la creación y creatividad.
No nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal: chakra raíz, el que nos pone sobre la tierra fijándonos a ella, y por ende a todo lo que esta contiene y representa. El chakra de lo básico, pero sobre todo el de la verdad. Poner los pies en la tierra es apoyarnos en la verdad.
¡Increíble! ¿no es cierto? Y ya adentrándonos en esta maravillosa oración, hago algunas reflexiones y comentarios personales: de acuerdo con algunos estudiosos de la materia, una de las últimas frases de esa oración fue incorrectamente traducida del arameo. Me refiero a la que trata del perdón, la cual debería decir justo como lo escribí al ponerlo de atrás para adelante:
Padre, enséñanos a perdonarnos primero a nosotros mismos, para así aprender nosotros a perdonar a los demás, y gracias a ello acceder a tu divino perdón. Lo cual hace mucho más lógica en términos de lo rezado porque como se lee en su forma más conocida, damos por sentado que nosotros perdonamos siempre; situación, a más de difícil, no del todo cierta. De hecho, hay un pasaje en los Evangelios al respecto donde Jesús le dice a Pedro que debe perdonar no sólo siete veces a quien nos hace daño, sino hasta setenta veces siete.
Ya habíamos dicho que en el manejo de la cábala el siete es el número de la perfección y que setenta veces siete es la perfección absoluta. Y sí, en mi caso este es una de las premisas del Padre Nuestro con la que más batallo empezando por mí mismo, ya que tengo una baja –no: ¡bajísima!– tolerancia a la frustración.
La otra cita con la que definitivamente estoy, y seguro estamos muchos, enbroncado es la de “hágase tu voluntad”. ¡Qué difícil es dejarse hacer de la voluntad de Dios! ¡En cualquier ámbito de nuestra existencia! ¿Cuántas veces no hemos dicho “hágase tu voluntad” queriendo someter su voluntad a la nuestra? A nuestros propios tiempos, incluso retándolo.
En algunos de mis días más oscuros me inventé una oracioncita que habla al respecto que debe andar ahí en algún tuit mío, y que dice: “Padre, dame lo que necesito. Padre dame lo que desesperadamente quiero. Pero si lo que necesito y quiero no es la misma cosa; dame Padre lo que necesito, porque en tu INFINITA sabiduría tu sabes mejor que yo, lo que necesito”.
Pero insisto, que difícil es hacerse a la voluntad de Dios, más cuando su voluntad no es afín a la nuestra. Mario Benedetti, poeta uruguayo dice también algo sobre el tema en su “Padre Nuestro Latinoamericano”, que Nacha Guevara recita magistralmente en sus conciertos; ojalá y puedan leerlo completo, yo sólo escribo la parte que habla sobre ello.
Cuando hablaste del rico, la aguja y el camello
y te votamos todos, por unanimidad, para la gloria,
también alzó su mano el indio silencioso que te respetaba
pero se resistía a pensar “hágase tu voluntad”.
Sin embargo, una vez cada tanto,
tu voluntad se mezcla con la mía,
la domina, la enciende, la duplica.
Más arduo es conocer cuál es mi voluntad
cuando creo de veras lo que digo creer
Así en tu omnipresencia como en mi soledad
así en la tierra como en el cielo
siempre estaré más seguro de la tierra que piso
que del cielo intratable que me ignora.
Pero, quién sabe, no voy a decidir
que tu poder se haga o se deshaga.
Tu voluntad, igual, se está haciendo en el viento
en el Ande de nieve
en el pájaro que fecunda a su pájara
en los cancilleres que murmuran: «Yes, sir»
en cada mano que se convierte en puño.
Claro, no estoy seguro si me gusta el estilo
que tu voluntad elige para hacerse
Lo digo con irreverencia y gratitud
dos emblemas que pronto serán la misma cosa…
Finalmente, por ahí también tengo en alguno de mis libros de oración una versión digamos nada ortodoxa del Padre Nuestro en la que, a propósito de la tentación, más que la consabida frase de “No nos dejes caer en la tentación”; dice: “no nos acerques demasiado a la tentación”; partiendo, supongo yo, de la premisa de que, siendo humanos, se nos permite en nuestro libre albedrío acercarnos a ella, y seguramente caeremos en ésta. Cierro diciendo, o mejor dicho insistiendo ¡Qué recontraencabronadamente difícil es hacer la voluntad de Dios!
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