Para que la inteligencia sea exacta es preciso que sea libre.
La libertad se pierde o se degrada no sólo por el temor.
También por el deseo de agradar, por el compromiso irracional
de defender ciertas opiniones, de respaldar ciertos grupos,
de justificar ciertos intereses.
Rosario Castellanos
Por Lilia Cárdenas
Desde pequeña tomé una decisión que marcó mi vida: nunca permitir que mi pensamiento tuviera dueños. Ni partidos, ni ideologías, ni etiquetas. No soy priista, panista, comunista ni morenista. No sigo “ismos” que dividen y etiquetan a las personas. Mi elección ha sido clara: ser una librepensadora. Pero esta decisión, aunque fiel a mis principios, no ha sido sencilla.
Vivimos en un mundo que a menudo penaliza la independencia de pensamiento. Si no te alineas a un bando, te llaman indiferente. Si criticas con objetividad, te acusan de inconforme o incluso de traidor. Pero mi posición no surge de la indiferencia, sino de un profundo compromiso ético. Creo firmemente que sólo desde la libertad se puede mirar con claridad la realidad, reconocer lo bueno y señalar lo malo, sin miedo a las represalias ni ataduras.
El pensamiento como fuerza transformadora
Francisco I. Madero, mi paisano y una de las grandes figuras de nuestra historia, dijo una vez: “El pensamiento es la fuerza que dirige al mundo y lo domina”. Su vida y su lucha nos enseñaron que las grandes transformaciones no nacen de las armas ni de la imposición, sino de las ideas. De un pensamiento libre que se atreve a imaginar un futuro mejor.
Cuando somos capaces de pensar sin ataduras ni condicionamientos, no sólo reconocemos las injusticias, sino que encontramos la fuerza para enfrentarlas. En un mundo donde el poder suele ser utilizado para dividir y someter, la independencia de pensamiento es el primer paso hacia la justicia y la paz.
La unión, una fuerza sin fronteras
Sin embargo, la libertad individual no es suficiente; necesita estar acompañada de la fuerza de la comunidad. Como seres humanos estamos conectados por una cadena de unión que trasciende cualquier frontera. La familia, las amistades y los pueblos unidos son el motor que puede transformar no sólo nuestras vidas, sino también nuestra sociedad.
Cuando las personas se unen desde el respeto, la solidaridad y el compromiso mutuo se derriban muros y se construyen puentes. Esa cadena de unión es la verdadera solución a los grandes problemas de nuestro tiempo. No está en discursos vacíos ni en etiquetas políticas, sino en la conexión profunda entre las personas, en su capacidad de apoyarse mutuamente y de trabajar juntas por un bien común.
Esa es precisamente una de las grandes posiciones del existencialismo, sobre todo el propuesto por Emmanuel Mounier con su Personalismo: “El sentido de la humanidad una e indivisible está estrechamente asociado a la idea moderna de igualdad. Las fórmulas con que se expresa nos engañan sobre su carácter: no es una idea esencialmente individualista y disociativa, el sentido del vínculo humano le es esencial”, dice Mounier.
El mundo se construye todos los días
Mantener una posición independiente no es fácil. Implica decir “no” cuando todos esperan un “sí”, y “sí” cuando las circunstancias exigen un cambio. Pero esa independencia es también un acto de rebeldía ética, como lo expresó Albert Camus: “El hombre rebelde es aquel que dice no, pero si niega, no renuncia: es también un hombre que dice sí desde su primer movimiento”.
Hoy, más que nunca, necesitamos hombres y mujeres que digan “no” a la injusticia, a la corrupción y al abuso, pero que también digan “sí” a la solidaridad, a la dignidad y a la esperanza. Que no se dejen cegar por ideologías ni dividir por discursos de odio.
La libertad no se regala ni se impone; se construye. Y se construye con cultura, con pensamiento crítico y con la unión de quienes creen que otro mundo es posible.
Responsabilidad, justicia y libertad
Nuestra fuerza está en nuestras raíces: en nuestras familias, nuestras amistades y nuestros pueblos. Ellos son el faro que nos guía y nos recuerda lo esencial. Que nuestra única lealtad sea hacia la verdad, hacia la justicia y hacia la libertad que construimos juntos.
Porque la verdadera solución no está en las manos de unos pocos, sino en el corazón de muchos. Está en esa red de solidaridad que traspasa fronteras y nos une como humanidad.
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Es hora de ser valientes, de ser críticos y de ser libres. La libertad de pensamiento no es sólo un derecho, es una responsabilidad que debemos ejercer cada día para construir un mundo más justo y humano.
La cultura: herramienta para la libertad
Ser libre no es sólo un acto de voluntad, también es un camino que se construye con herramientas poderosas. Y para mí esa herramienta ha sido la cultura. Gracias a ella he podido nutrir mi pensamiento, desarrollar una visión crítica y encontrar inspiración en las ideas que han transformado el mundo. La cultura, en todas sus expresiones, nos da las palabras, las historias y los valores necesarios para resistir la opresión y trabajar por la libertad.
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Desde la literatura, que revela verdades universales, hasta las artes, que cuestionan lo establecido, la cultura es un faro que nos guía hacia un pensamiento más libre y humano. Me ha permitido reconocer que la libertad no es sólo un derecho individual, sino una responsabilidad colectiva que debemos ejercer con inteligencia y sensibilidad.
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